Jacob estaba cocinando una sopa, su hermano mayor quería un cuenco de ese potaje. Jacob la ofreció, a cambio de los derechos de la primogenitura de Esaú. Esaú no dudó; alegremente la entregó por un plato de guiso.
Cierto, el Todopoderoso liberó hace ya siglos a nuestros antepasados, pero uno se pregunta: ¿También a nosotros y a nuestros hijos, y a los hijos de nuestros hijos?