Kiev, entonces parte del imperio ruso, fue el lugar donde vino al mundo Iliá Grigórievich, en el año 1891, en una casa de padres judíos no demasiado religiosos.
Ni europea ni asiática. Ni oriental ni occidental. Sino más bien un misterioso crisol entre ambas culturas. Eso es Rusia, la imperial y proletaria, la sangrienta y la culta.