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E n este día nos reencontramos con el gran milagro de la división del Mar Rojo. Dentro de la literatura de nuestros jajamim descubrimos una amplia descripción de cada detalle de lo que aconteció ahí, desde la forma en que se abrieron los doce canales para las doce tribus, pues eran túneles protectores dentro del mar que proporcionaban una clara visión de lo que sucedía en su entorno, de manera que siempre hubiera contacto visual de los unos con los otros. El fondo marino se transformó en un mármol liso y suave, como el piso de un aeropuerto. Se encontraban alimento y agua potable con solo estirar de la mano, ya que en su trayecto submarino había árboles frutales, y el agua al contacto de la mano se desalinizaba. Disfrutaban del más bello e impresionante espectáculo marino, que en ningún acuario de nuestra época se podría encontrar: especies marinas nunca vistas, plantas y corales de colores diversos e intensos, en fin algo único y sobrenatural. Si analizamos un poco la historia de la redención de Egipto, caeremos en cuenta que toda la idea de atravesar el Mar Rojo y de ahogar a los egipcios dentro de él era innecesaria. Dios pudo haberlos derrotado de otra manera. Ya existía una columna de fuego delante del pueblo de Israel que los guiaba. La misma se ubicó entre ellos y las hordas del Faraón para protegerlos. Habría sido “más fácil” –o menos milagroso– consumir el campamento egipcio por medio de ese fuego o, simplemente, mandar una enorme tormenta del desierto y enterrarlos. O como sucedió con Sangerib cuando pretendió conquistar en un solo día la ciudad de Jerusalén, pues durante la noche fallecieron todos sus soldados. ¿Por qué motivo Dios realizó la partición del mar y todos sus milagros? Explican nuestros sabios que el único motivo fue demostrar el infinito amor y cariño que nos tiene el Creador del universo, y de qué manera está dispuesto a cambiar las leyes físicas de la naturaleza para que sintamos Su Presencia cercana a nosotros. La noche de Pésaj, noche de nuestra redención, fue necesaria –por así decirlo– para sacarnos de bajo el yugo del faraón y sus secuaces. Una noche cuidada, reservada, para la redención, pero en ella aún no se demostró ese amor incondicional de Dios por nosotros, de observar cómo somos para Él hijos predilectos y mimados. Por este motivo Moshé y todo el pueblo judío en esta ocasión, y no en la noche de Pésaj, elevaron la voz y cantaron un poema, el primer poema de amor y agradecimiento al Amo del mundo por habernos elegido y por prodigarnos tanta bondad y cariño. Quiera Dios que siempre, pase lo que pase y de forma incondicional, sintamos ese amor de Dios en cada momento y bajo cualquier circunstancia.
Shabat Shalom
Bien este día nos reencontramos con el gran milagro de la división del Mar Rojo.