“Garber”, “Kasher”, “Zaki”. Con distintos nombres, este establecimiento ha vendido los dulces y, sobre todo, la jalá que varias generaciones de judíos caraqueños han apreciado. Ahora, después de más de medio siglo, se traslada desde su local tradicional al Este de la ciudad
Sami Rozenbaum
Si ha existido un establecimiento que simbolice gastronómicamente a la comunidad judía venezolana, es la tradicional pastelería ubicada en la Avenida Los Próceres de San Bernardino, donde varias generaciones adquirieron sus dulces, chocolates y la infaltable jalá (pan trenzado típico asquenazí) para Shabat y las festividades.
Fundada por los esposos Garber a mediados de la década de 1960 con el nombre de Pastelería Garber, este establecimiento fue pionero en traer a Caracas numerosas recetas típicas de la repostería de Europa Central.
Estilo precursor
Mendel y Sonia Garber eran originarios de Rumania. En 1938, cuando se avecinaba la Segunda Guerra Mundial, huyeron a la Unión Soviética. Allí, como narró su bisnieta Denise Cohén en el proyecto escolar “Buscando mis Raíces” del Colegio Moral y Luces “Herzl-Bialik”, se ganaron la vida durante un tiempo vendiendo caramelos de sacarina a las tropas soviéticas, porque en ese momento escaseaba el azúcar y ellos conocían esa receta especial. Llegaron tan al oriente como Tashkent en Uzbekistán, donde vivieron durante varios años hasta que terminó la guerra. Después regresaron a Rumania.
Una hermana de Sonia ya vivía en Venezuela, y les consiguió la documentación para radicarse en un país que se encontraba en pleno auge y daba la bienvenida a los inmigrantes. No les costó trabajo aprender el idioma español, aunque siempre mantuvieron su acento rumano.
Mendel fue durante un tiempo gerente de Alimentos del Club Puerto Azul, pero buscando independizarse abrió su propio local en San Bernardino, urbanización que entonces concentraba a la mayoría de los judíos de Caracas. Mendel era el cocinero experto, quien conocía especialmente los secretos de la jalá, mientras su esposa Sonia se encargaba más que todo de las ventas. Lamentablemente, Mendel falleció cuando apenas contaba 54 años de edad, en 1966.
El cronista urbano Arturo Almandoz, residente durante muchos años en San Bernardino, escribió una cálida remembranza en el portal ProDavinci en 2010: “Después apareció la Pastelería Garber, en la avenida Los Próceres, regentada por aquella elegante señora hebrea que, peinada siempre de peluquería y envuelta en collares de perlas, más parecía una aristócrata centroeuropea, como predicara Elisa Lerner de la encargada de la cercana fuente de soda del Centro Médico, también en la próspera judería que San Bernardino fuera hasta los años ochenta.
A diferencia de la torta seca de almendra y de los azucarados berlines rellenos con crema o mermelada; de las palmeras con canela y las caracolas con frutas confitadas, especialidades todas de la bollería y el hojaldre, más al estilo español, en que La Suiza destacaba no obstante su nombre, la Garber desplegaba una cremosa pastelería afrancesada, con esponjosos profiteroles y merengones de fresa o melocotón, los cuales resultaban novedosos y sofisticados, al menos para mi familia, acostumbrada a los almibarados dulces criollos y los ponqués de factura casera. Después de alguna torta ópera que mamá les obsequiara para un santo o cumpleaños, también mis tías venían desde La Florida a buscar encargos en la pastelería Garber, que aceptaba elaborar postres vieneses y bávaros, cuyo germanismo era disfrazado con denominaciones más neutrales. Y por sobre todas las ambrosías de aquel negocio que se me antojaba refinado salón, me engolosinaban las frutas de mazapán, rellenas con crema pastelera y trozos de chocolate, las cuales por años consumí a la salida del colegio, como para empeorar el acné que tanto asocio con la década de los setenta.
El que para mí fuera precursor estilo de la Garber lo encontré después en otras pastelerías de Caracas, como la Tívoli de Las Palmas, La Ducal de Sabana Grande y la Danubio de Campo Alegre”.
Mendel Garber era el chef principal de la pastelería
(Foto cortesía de la familia Garber)
Segunda etapa: “La Kasher”
Sonia Garber decidió retirarse del negocio en 1978. Según narra Alicia Truzman, quien junto a su esposo, el rabino Simón Truzman, se encargó luego del local, la señora Garber acudió al rabino Pynchas Brener para que la asesorara, pues quería traspasar la pastelería a algún miembro de la comunidad. Brener le propuso al rabino Truzman, quien ya trabajaba en la Unión Israelita de Caracas, así como al también rabino Yosef Benzaquén.
Los dos rabinos y sus esposas trabajaron juntos durante seis años, hasta que los Benzaquén vendieron su parte. La señora Alicia cuenta: “No teníamos ninguna experiencia en pastelería y al principio fue difícil, porque decidimos que solo venderíamos productos kasher. Tuvimos la ayuda del rabino Meyer Rosenbaum para la hashgajá. Fuimos pioneros en Venezuela en producir pan, repostería y delicatesses kasher. Por eso el nombre del negocio cambió a Pastelería Kasher”.
Los nuevos dueños recibieron las recetas y conservaron el personal anterior, es decir al pastelero principal, el ayudante y la señora que despachaba, aunque luego el equipo se incrementó a 12 personas.
Alicia recuerda la época de mayor trajín en la Pastelería Kasher: “Dos semanas antes de Rosh Hashaná comenzábamos a preparar la torta de miel, la jalá redonda típica de la festividad, y un dulce europeo llamado fluden. Gustaban mucho, se formaban grandes colas”.
Y agrega una anécdota: “El pastelero que trabajó con nosotros durante 13 años se marchó a otra pastelería de la comunidad, pero a pesar de que tenía la receta, nunca logró que la jalá le saliera igual. Pienso que eso es de Hashem, que teníamos berajá (bendición) en todo lo que hacíamos porque lo hacíamos con mucho amor, con mucha fe”.
Otra historia divertida: “Nosotros teníamos, por supuesto, muchos clientes que no eran judíos. Una vez un señor estaba mirando la vitrina, donde había un letrerito que decía “Parve” junto a un dulce que costaba tres bolívares. Entonces el hombre preguntó: “¿Qué, hay que pagar tres bolívares para ver”?
En 1999 la pastelería cambió su nombre a “Zaki”, pero mantuvo su estilo y tradición. Hace un tiempo los esposos Truzman se retiraron, y quedó a cargo su hijo Menajem, quien recientemente decidió que la etapa de San Bernardino debía llegar a su fin. Los cambios demográficos y geográficos de nuestra kehilá impusieron la mudanza a un local en el Centro Comercial Galerías Sebucán, donde comenzó a operar hace pocas semanas. Así como la comunidad sigue en pie y adelante, su pastelería más emblemática también se adapta a los tiempos que corren.
Mi agradecimiento a la profesora Doris de Garber, Denise Cohén y Alicia Truzman por la información suministrada para la elaboración de este artículo.