Querida Myrna:
E n mayo del 2015 nos enteramos de que mi hermana Rebeca tenía un colangio-carcinoma (cáncer de las vías biliares). Un domingo cenamos, todo estaba bien, y de repente nos encontramos con esta desagradable sorpresa. El diagnóstico era terrible: procedimientos paliativos, pero ninguno curativo; meses o con mucha suerte año o año y medio. Hace casi 30 años, mi papá, Moñe Vaisberg (Z’L), había fallecido a los 56 años, casi la misma edad que tenía mi hermana, sin que hubiéramos podido poder hacer absolutamente nada por él.
Gracias a la diligencia de Leonardo, el cuñado de mi hermana, contactamos a Luis Fernández, un médico que había sido compañero de Leonardo en la UCV. Luis trabaja en el hospital de la Universidad de Wisconsin (es el jefe del departamento de trasplante de hígado). Él nos recibió y ofreció una solución bastante agresiva: mes y medio de radio y quimioterapia casi diarias, y posterior a esto, un trasplante de hígado.
Por la premura del procedimiento, se descartó casi de inmediato el trasplante cadavérico y nos avocamos al trasplante en vivo. Yo fui el primer voluntario, pero fui descartado al igual que el hijo de mi hermana, por la morfología de nuestro hígado. Entonces, Natán, el esposo de Rebeca, empezó a someterse a los exámenes para determinar si él era un donante apto. Y tú, Myrna, te ofreciste como voluntaria, en caso de que Natán no pudiera ser, por alguna razón. Como siempre dijimos, tú eras “la emergente”, “la banca”.
Después de varias semanas en las que tanto Natán como Myrna fueron sometidos a numerosos y molestos exámenes, ya se daba por seguro que iba a ser Natán. Pero cuando faltaban menos de 24 horas para el trasplante, una de las pruebas que le habían hecho a mi cuñado descubrió una enfermedad maligna. Gracias a estos exámenes, esa enfermedad pudo ser diagnosticada, y la lesión fue extraída. Lo irónico del asunto es que mi hermana había salvado a mi cuñado. Pero ya Natán no podía ser el donante. A menos de 18 horas para el trasplante, la única persona disponible eras tú, Myrna.
Es cierto que te habían estado preparando para una posible operación, porque la posibilidad de que Natán sirviera como donante dependía de ese resultado que finalmente resultó desfavorable. Pero qué duro, qué difícil recibir la noticia de que eras tú la donante y solo de ti dependía la operación. Muchas veces a lo largo del proceso te dieron la oportunidad de salirte de él, te dijeron que incluso te podían excluir sin que se enterara nadie, ni yo. Ellos sencillamente dirían que algún examen salió mal y que no procedía tu donación, y tú hubieras quedado bien. No tenías ninguna obligación. Pero “macha” y fuerte como eres, dijiste que no podías permitir que mi hermana se muriera. Difícil decisión.
Llegó el 3 de septiembre: tú, 9 horas en quirófano; Rebeca, más de 20. El día más duro de nuestras vidas. Te vi entrar a pabellón sana y saludable y luego te vi salir llena de tubos, muy enferma. Pero le salvaste la vida a mi hermana y reviviste a toda una familia.
Salimos de Madison (Wisconsin) el 20 de diciembre. Tres meses y medio muy duros, pero gracias a Dios, tú ya estás bastante recuperada y puedes llevar una vida normal. Como te dije, regresas a Caracas igual o mejor que cuando te fuiste. Fue una experiencia increíble. Nuestra familia, los Vaisberg-Hirschhaut, convivió con la de mi hermana, los Lustgarten-Vaisberg. Recibimos el apoyo incondicional de nuestras familias y amigos, quienes nos visitaron constantemente, y fueron contados los días que estuvimos sin visita. Las cadenas de rezos fueron kilométricas, y creo que funcionaron.
Hoy, después de 6 meses, creo que la misión fue cumplida. Rebeca está bastante recuperada y tú volviste a tu rutina diaria.
Para terminar, quiero agradecer a nuestros hijos, Mark y Edith, quienes te apoyaron en todo momento y estuvieron casi todo el tiempo a nuestro lado. Es difícil para un hijo aceptar lo que tú hiciste, pero respetaron tu decisión y nos cuidaron como nadie. Por último, quiero decirte, Myrna, que eres la mejor mujer del mundo. ¡Qué privilegio tenerte a mi lado! Solo tengo palabras de admiración para ti. Como siempre te dije, necesitaré varias vidas para poder agradecerte lo que hiciste por mi hermana, por mí y por mi familia. Te quiero.