Ver más resultados...
U NOS PISOS MÁS ARRIBA de la familia Chocrón vivían Peter Szemerel y su esposa Mary Sessler, de 29 años. Ambos eran originarios de Hungría y tenían dos pequeñas niñas, Sandra de tres años y Lilian de apenas uno. Su actual esposa e hijas han preferido que esta entrevista no incluya fotografías.
En Hungría hubo una revolución anticomunista en 1956, luego vino la represión y muchos salían del país como se pudiera. He vivido toda una vida para ver cómo la historia parece repetirse aquí.
Yo quería emigrar a Estados Unidos, pero era muy difícil: revisaban la salud, los dientes, la religión de los posibles inmigrantes. Surgió la posibilidad de Venezuela, pero yo ni siquiera sabía dónde quedaba este país; busqué en un mapa, y como se veía cerca de Estados Unidos me dije: “Voy primero allí y luego para allá, llegaré aunque sea nadando”. Cuando uno tiene 20 años no hay imposibles, uno hace las cosas y luego piensa.
Yo tenía una novia en Hungría, y cuando decidimos irnos sus padres pusieron la condición de que nos fuéramos ya casados. Así lo hicimos.
Llegamos a Venezuela en 1958, cuando cayó Pérez Jiménez. Hice de todo. Nuestra comunidad nos ayudó económicamente y abrí una pequeña fábrica de ropa, donde mi señora y yo trabajábamos juntos. Eso me dio para educar a mi familia, una existencia digna. Nada fue gratis, trabajamos muchas horas al día.Hacía poco tiempo que vivíamos en el edificio Neverí. Antes habíamos comprado un apartamento en La Florida. Necesitábamos un teléfono para estar en contacto con las niñas mientras trabajábamos, pero pasaron dos años y aún no conseguía teléfono, porque en la zona no había líneas. Así que luché con la compañía vendedora hasta que me devolvieron lo que pagué por el apartamento, y al día siguiente compré en el Neverí, en el piso 10. Era el apartamento más bonito que había; el edificio era uno de los más exclusivos de Caracas.
Soy un amante del fútbol. La noche del 29 de julio yo iba a un partido en el Estadio Universitario. Estaba apurado porque empezaba a las ocho de la noche, así que bajé en el ascensor con la comida todavía en la boca, me metí en el carro, y cuando salía del estacionamiento hubo un ruido infernal. No tuve tiempo ni de mirar atrás.
Allí perdí a mi primera familia.
Creo que el edificio estaba planificado para 8 pisos, pero construyeron dos adicionales y además pusieron encima un tanque de agua. Estoy convencido de que fue por eso que se cayó. Y no hubo a quién reclamarle.
El edificio quedó aplastado, una placa encima de la otra. Pasaron varios días, con lluvia y todo, hasta que una grúa levantó la placa. Allí vi a mi mujer con las niñas agarradas de las manos; parece que corrían hacia el ascensor, pero no llegaron. A mi esposa le faltaba un dedo; supongo que uno de los bomberos trató de sacarle el anillito de compromiso con brillantico que tenía, pero no pudo.
Quedé en la calle; yo no tenía más parientes en el país. Apareció una familia de la comunidad, y aun sin conocerme me llevaron a su casa, y me dieron ropa y comida.
Peter Szemerel volvió a contraer matrimonio al año siguiente con otra inmigrante de Hungría, que había hecho aliá pero estaba de visita en Venezuela. Hoy tiene 82 años. Y se hace preguntas.
Soy un elegido de Dios. Varias veces escapé de la muerte. Sobreviví al Holocausto; una vez tuve un accidente en Los Roques, donde casi me ahogué pero me revivieron. Y luego el terremoto.
Dios me quitó a mi familia y me dejó vivo, aunque me devolvió con creces, porque después me casé con Katia. Pronto vamos a cumplir 49 años de matrimonio. Tengo tres hijas, ocho nietos, consuegros, yernos... Puedes escribir que soy un hombre feliz que ha sobrevivido a todo. Cuando estoy de visita en casa de una de mis hijas, viene mi nietecita y me trae unas pantuflas, me pregunta “Abu, ¿tienes frío?” y me trae una cobijita, me pregunta si quiero comer algo… Eso no tiene precio.
Pero olvidar no se puede. Tengo una lápida triple en el cementerio, de mi esposa anterior y mis hijas de 1 y 3 años.
He hablado con varios sobrevivientes de Auschwitz. Algunos no niegan la religión pero no les interesa, ni siquiera quieren saber que son judíos.
Yo le he preguntado a varios rabinos por qué Dios no permitió que yo muriera, por qué me quitó a mi familia y me dio otra. Ninguno ha podido darme respuesta.
El terremoto del 29 de julio de 1967 derribó cuatro edificios residenciales en Caracas, todos ellos de reciente construcción y ubicados en las urbanizaciones Altamira y Los Palos Grandes.
Estas urbanizaciones habían sido haciendas hasta las primeras décadas del siglo XX, cuando la ciudad comenzó a desbordar sus límites tradicionales. Durante los años 1950 comenzaron a surgir allí edificios residenciales multifamiliares, y en los decenios siguientes, gracias al crecimiento económico, se produjo un auge de este tipo de construcciones que se vendían bajo el régimen de propiedad horizontal. Las facilidades que entonces ofrecía el sistema hipotecario permitieron que la pujante clase media — en la cual había muchas familias judías— pudiera cumplir su sueño de adquirir vivienda propia en una zona moderna de la ciudad.
Sin embargo, Altamira y Los Palos Grandes son zonas particularmente sensibles a los sismos debido a sus características geomorfológicas: están ubicadas sobre fallas y el terreno tiene profundos sedimentos que amplifican las ondas sísmicas. Según estudios posteriores —que dieron lugar a una actualización de los códigos de construcción—, la orientación predominante de las vigas fue otro factor que condenó a los edificios que se desplomaron, mientras que la mayoría resistió sin sufrir mayores daños.
Click aquí: http://bit.ly/2v48g8Y
Click aquí: http://bit.ly/2weZ6Fh