Muy pocos saben sobre ellos, pues quedan menos de 800. En fecha en que se conmemora la destrucción de los dos templos de Jerusalén, es buen momento para conocer a este grupo cuya mera existencia constituye un rastro fascinante de la larga historia hebrea en Eretz Israel.
Sami Rozenbaum
P ara comprender el origen de los samaritanos, es necesario remontarse casi tres milenios.
Tras la muerte de Salomón, el reino que él y su padre David habían construido se dividió en dos: Yehudá (Judea) al sur, con capital en Jerusalén, e Israel al norte, con capital en Samaria.
El creciente poder del imperio asirio amenazó a Israel durante muchos años, y finalmente en el año 722 a.e.c. los asirios conquistaron ese reino, destruyeron Samaria y exiliaron a muchos de sus habitantes. Según la historia bíblica, esto significó la desaparición de diez de las doce tribus israelitas.
Entre los hallazgos arqueológicos realizados en Iraq está la narración de los hechos por el emperador asirio Sargón II: “Los habitantes de Samaria, que conspiraron con un rey contra mí y no ofrecían tributo al dios Ashur, me plantearon batalla; luché contra ellos con el poder de mis dioses. Tomé como botín a 27.280 personas junto a sus carruajes y dioses (…) Los establecí en medio de Asiria, y repoblé Samaria más que antes. Llevé allí gente de los otros países conquistados por mí, designé a mi eunuco como gobernador sobre ellos, y los conté como asirios”.
No todos los israelitas fueron exiliados (la cantidad mencionada por Sargón resulta relativamente baja; quizá solo contabilizó a los miembros de la élite), y los remanentes se mezclaron con los colonos asirios. Pero curiosamente la asimilación religiosa ocurrió a la inversa, es decir que muchas de las familias así conformadas se hicieron monoteístas y continuaron practicando las leyes y tradiciones hebreas, a veces mezcladas de forma sincrética con algunas costumbres paganas de los recién llegados.
En el año 586 a.e.c. un nuevo imperio, el babilónico, destruyó también el reino de Judea, incluyendo a Jerusalén y el Templo. La mayoría de sus habitantes fueron dispersados por Babilonia, de donde una parte retornaría a partir del año 538, cuando los babilonios fueron a su vez conquistados por los persas y el emperador Ciro permitió que los judíos regresaran.
Cuando los retornados comenzaron a reconstruir el Templo de Jerusalén, los habitantes de Samaria (nombre que ahora se daba a casi todo el antiguo reino de Israel) se ofrecieron para participar, pero fueron rechazados al no considerárseles verdaderos hebreos. Así se consolidó un rencor que se prolongaría durante muchos siglos.
Los samaritanos, ofendidos, designaron un sumo sacerdote y construyeron su propio templo en el monte Guerizim, cerca de la ciudad de Samaria, edificio cuyos restos han sido descubiertos y datan del siglo V o IV a.e.c.
Trascurrieron los siglos y las mareas de la historia. En el año -333 el imperio persa fue destruido por Alejandro Magno, pero su inmenso dominio se fragmentó después de su muerte; Judea y Samaria quedaron bajo la férula del imperio seleucida. Hacia el año 170 a.e.c., el nuevo emperador Antíoco IV Epifanes intentó imponer por la fuerza la helenización de todos sus territorios, se autoproclamó encarnación del dios Zeus y ordenó que se le adorara como tal.
El libro de los Macabeos narra que, cuando los soldados de Antíoco colocaron una estatua de Zeus en el templo de Jerusalén, se inició una insurrección dirigida por la familia hasmonea. Sin embargo, los samaritanos marcaron distancia; aunque ellos mismos estaban divididos entre una facción filo-helénica con sede en la ciudad de Samaria (ahora llamada Sebastea) y otra más vinculada a las tradiciones israelitas centrada en Shjem (Siquem), según el historiador judeo-romano Flavio Josefo ellos permitieron que su templo del Monte Guerizim recibiera el nombre de Zeus Hellenios. Esto marcó una brecha definitiva con los judíos.
Tras una sangrienta lucha de tres años, la rebelión de Judea tuvo éxito y la nación recuperó la independencia perdida hacía más de tres siglos. Décadas más tarde, el rey judío Yojanán Hircano atacó a la “hereje” Samaria, la devastó y destruyó su templo.
Judea caería un siglo después bajo el dominio romano; finalmente, tras violentas rebeliones, fue destruida y casi todos sus habitantes resultaron nuevamente exiliados. Según las crónicas samaritanas, varios de los emperadores romanos también los sometieron a persecución.
Pero Samaria sobrevivió. Tras la última revuelta judía de Bar Kojba en el año 135 de nuestra era, los samaritanos pudieron reconstruir su templo y volver a practicar su antigua liturgia israelita, mientras el imperio romano decaía y se fragmentaba entre Oriente y Occidente.
Una figura de gran relevancia en la historia samaritana es Baba Rabba (siglo IV), sumo sacerdote y líder político que aprovechó un período de relativa tranquilidad para restaurar y difundir el estudio de la Torá, construir sinagogas, reorganizar Samaria administrativamente, e incluso crear un ejército que rechazó varios ataques contra su territorio. Baba Rabba fue invitado por el emperador romano oriental para firmar un tratado de paz en Constantinopla, pero tras una regia bienvenida fue puesto en prisión, donde permaneció hasta su muerte.
Escritura arcaica
Los textos sagrados samaritanos emplean el alfabeto llamado “paleo-hebreo”, similar al fenicio y otras antiguas escrituras semíticas; apenas ha cambiado en los últimos 3000 años, como puede verse en este fragmento del libro de Bereshit (Génesis). Así, los samaritanos son capaces de leer con facilidad los textos israelitas que aparecen en hallazgos arqueológicos, como esta inscripción samaritana del siglo IV a.e.c. Los judíos abandonaron esa forma de escritura a favor de las letras “cuadradas” actuales, de origen arameo, como las que emplearon los esenios en los célebres manuscritos del Mar Muerto (siglo I e.c.).
A finales del siglo V cambió el destino de los samaritanos, cuando el emperador bizantino Zenón acudió personalmente a Shjem y exigió a sus sacerdotes convertirse al Cristianismo; al ellos rehusarse, Zenón tomó para sí el monte Guerizim, de donde expulsó a los samaritanos; también convirtió la sinagoga de Shjem en una iglesia, cambiando el nombre de la ciudad a Neapolis (de donde proviene el nombre que le dan actualmente los árabes, Nablus).
Así se inició una guerra entre los bizantinos y los samaritanos. Estos atacaron Neapolis, quemaron las iglesias que habían sido levantadas sobre sus lugares sagrados, e incluso le cortaron un dedo al obispo Terebintus como señal de triunfo. Designaron un rey de nombre Justa y emigraron a Cesárea, donde ya existía una importante comunidad samaritana; allí asesinaron a muchos cristianos y destruyeron la iglesia de San Sebastián. Un detalle interesante que revela la romanización de las costumbres es que Justa celebró su victoria organizando juegos en el circo de Cesárea. Pero su alegría no duró mucho: los bizantinos contraatacaron, mataron a Justa y le enviaron su cabeza a Zenón.
Aquí la historia samaritana asume cierta similitud con la judía de siglos previos. Una nueva revuelta para recuperar su independencia, iniciada en el año 529 y encabezada por una figura carismática de nombre Juliano ben Sabar, fue aplastada por las tropas del emperador Justiniano. Decenas de miles de samaritanos fueron muertos o esclavizados. El imperio bizantino prohibió la práctica de su religión, y con el tiempo su número se redujo hasta casi extinguirse.
Para la época de la expansión islámica había pequeñas comunidades samaritanas en Eretz Israel, Egipto, Siria e incluso Irán. Los musulmanes consideraban a los samaritanos, igual que a los judíos, como “Pueblo del Libro”, infieles y ciudadanos sometidos (dhimmis).
Durante el breve reino cruzado de Eretz Israel, entre los siglos XI y XII, se les toleró e incluso se les trató benignamente, debido a las favorables menciones que de ellos hacen los evangelios. Pero durante el período islámico, a pesar de breves etapas de tranquilidad e incluso prosperidad, resultó frecuente que se les convirtiera a la fuerza o se les masacrara; esto sucedió en Nablus en el siglo XIV, por parte de los mamelucos, y más tarde en Damasco a principios del siglo XVII, ya bajo dominio otomano.
Numerosos samaritanos huyeron de estas persecuciones y retornaron a Nablus, pero allí también estuvieron sometidos a la hostilidad de las autoridades musulmanas, que confiscaron todas sus propiedades y estuvieron a punto de exterminarlos; el norte del monte Guerizim se convirtió en un virtual gueto donde los samaritanos estaban confinados. Según las investigaciones de Itzjak Ben Zvi, historiador que sería el segundo presidente de Israel, hasta dos tercios de los actuales habitantes palestinos de Nablus y sus alrededores descienden de samaritanos, convertidos forzosamente al Islam durante la época otomana.
Los censos realizados por los británicos durante el Mandato reflejaban menos de 200 samaritanos en Palestina, la mayoría de ellos en Nablus. Tras la declaración del Estado de Israel, Jordania ocupó Judea y Samaria y los samaritanos se encontraron de nuevo en un ambiente hostil; sin embargo, un acuerdo especial permitió que los samaritanos israelíes pudieran peregrinar al monte Guerizim y que varias familias se reunificaran en Israel.
La mayor parte de los samaritanos israelíes se concentró en la localidad de Holon, actualmente un suburbio de Tel Aviv, donde en 1963 se inauguró la primera sinagoga samaritana de Israel; también hay familias samaritanas en Ashdod, Matán y Biniamina. Numerosas familias que estaban dispersas por el mundo pudieron reunificarse en Israel, ya que el Estado también los reconoció en la Ley del Retorno.
Sin embargo, una cantidad importante de samaritanos permaneció en el pueblo cisjordano de Kiriat Luza, junto a su sagrado monte Guerizim y adyacente al asentamiento judío de Har Braja. Durante la primera “intifada”, a finales de los años 80, todos los que quedaban en Nablus se concentraron en Kiriat Luza.
Hoy en día los samaritanos de Israel están plenamente integrados a la sociedad, y prestan servicio militar en Tzáhal. Curiosamente, los que viven en Cisjordania tienen la ciudadanía de Israel y también pasaportes palestinos.
Los samaritanos comparten con los judíos más que los fundamentos de su fe: una tenacidad que les permitió sobrevivir, si bien apenas, a milenios de persecución. Su mera existencia es una ventana fascinante al pasado de la civilización judía.
Signos de apertura
Ya no sometidos a persecución, el número total de samaritanos ha comenzado a incrementarse lentamente y hoy se acerca a los 800. Sin embargo, todos pertenecen a solo cuatro clanes: Cohén, Tzedaka, Danfi y Marhib. Tradicionalmente no aceptaban conversos, y la endogamia había dado lugar a numerosos desórdenes genéticos; por ello, últimamente se han flexibilizado y permiten matrimonios entre sus hombres y mujeres de otros orígenes; ello requiere un período de prueba, durante el cual la novia participa en las actividades de la comunidad para verificar si está dispuesta a asumir sus costumbres.
Similitudes y diferencias
Los samaritanos se llaman a sí mismos shamerim, “los que guardan/mantienen” (lo que ellos consideran la verdadera fe israelita). También se autodenominan Bnei Israel, y afirman ser descendientes de las tribus de Leví, Efraim y Menashé. Los israelíes los llaman shomronim, “los de Samaria”.
El canon samaritano se estableció tras separarse de los judíos en el siglo VI a.e.c., por lo cual sus leyes y prácticas, originadas en la época del Primer Templo, quedaron aisladas de la ulterior evolución del Judaísmo. Para ellos solo existe la Torá (los cinco libros de Moisés en una versión llamada Memar Marka, ligeramente distinta a la del Judaísmo rabínico o masorético), más el libro de Josué y una serie de crónicas y otros textos sagrados. No reconocen los compendios Neviím y Ketuvim, es decir, los libros que junto con la Torá forman el Tanáj. Asimismo desconocen la halajá, conjunto de leyes y disposiciones materializado en el Talmud, al que consideran una suma de interpretaciones humanas más o menos arbitrarias del texto divino de la Torá. Tampoco tienen, por supuesto, las festividades de Purim ni Janucá.
Las creencias samaritanas pueden resumirse así:
La liturgia samaritana se fundamenta en un cumplimiento muy estricto del libro de Vayikrá (Levítico). Entre sus costumbres destacan:
La actitud del Judaísmo ante los samaritanos ha sido ambigua. Según el tratado Kutim del Talmud, ellos deben ser considerados como judíos en los asuntos en que su práctica es similar a la judía, pero como no judíos cuando difiere. Desde el siglo XIX, el Judaísmo rabínico los considera una “secta judía” y a veces se les ha llamado “judíos samaritanos”, lo cual evidentemente resulta contradictorio.
Fuentes: