A propósito de la publicación del libro aniversario de los 70 años del Colegio Moral y Luces, conversamos con tres de sus artífices para conocer más a fondo el proceso que dio como resultado un trabajo de impecable factura y contenido
—¿Cuál fue el concepto detrás de este libro?
—Tras la publicación de la serie Exilio a la vida, y la investigación y exposición que se hizo hace diez años para el 60º aniversario del colegio, surgió la idea de elaborar un documento que estuviese al alcance de todo el mundo y no quedara simplemente archivado o solo se realizara un evento de celebración.
Cuando empezamos a pensar en el 70º aniversario, en 2015, tomamos la decisión de hacer el libro. La persona natural para redactarlo era Jacqueline Goldberg; aunque al principio no quería aceptar el encargo, quizá por la magnitud y el temor a que quedaran por fuera actividades, personajes, etapas, lo que es prácticamente inevitable y podría herir sensibilidades. Pero le dijimos que no se preocupara, que todos estaríamos apoyándola.
La motivación, entonces, fue dejar constancia de todas las voces que han pasado en estos 70 años por nuestro colegio: los visionarios, los profesores, los alumnos, los voluntarios.
—¿Cuál fue el mayor obstáculo?
—Conseguir la documentación. Hay etapas completas de las que no se dispone de fotografías, sobre todo las épocas más antiguas. Jacqueline ya tenía mucha documentación por haber trabajado en los fascículos Noticia de una diáspora, y eso ayudó mucho. Ela Arnstein recopiló información de los archivos, un trabajo que estaba adelantado por la exposición de hace diez años. Además, tuvimos que contratar fotógrafos para tomar imágenes de las instalaciones actuales. Luego, Lilian Bentolila y Benjamín Szomstein revisaron a profundidad los textos.
Algunos de quienes ya tienen el libro han comentado que hay pocas fotos antiguas y demasiadas de la actualidad; cada quien tiene sus recuerdos y expectativas, pero un libro no puede reunir absolutamente todo.
—¿Cuál considera que es el mayor logro de este libro?
—Haberlo materializado. Hoy en día es muy difícil involucrar a la gente en proyectos que se van a concretar en un año o dos; todos quieren ver los resultados de inmediato. Ahora, todo ese cúmulo de información e imágenes está disponible para las futuras generaciones.
Este libro es, además, un homenaje al personal que ha pasado por el colegio, ese capital humano que nos ha permitido lograr tantas cosas.
—¿Cómo fue el origen del libro?
—El libro partió de un propósito insalvable: hacer un mapa de la vida y memoria del colegio, a sabiendas de que el mapa no es el territorio. De allí que se optara por una revisión cronológica a través de fotografías, algunos testimonios antiguos y recientes, así como documentos que yacían en publicaciones y archivos. Debíamos mostrar las bases históricas, pero también la cotidianidad de su educación en este siglo XXI.
—¿Cuál fue la dificultad más notoria en la confección del libro?
—Por tratarse de una institución de tan larga data y rica historia, era imposible entrevistar a sus más de seis mil protagonistas —entre alumnos, docentes, personal administrativo, directivos, ex alumnos y padres de todos los tiempos—, cada uno imprescindible y con mucho qué contar. Se trataba de una historia colectiva con ramificaciones individuales, y ello es un gran reto y una dificultad imposible de superar.
—¿Cómo supo cuándo estuvo concluido el libro?
—Siempre asumimos que los libros, como dijo el poeta Paul Valéry, “no se acaban, se abandonan”. Pudimos estar tres años más —e incluso diez— hurgando en los instantes que han dado vida al colegio. Eso era imposible, había que asumir el riesgo de publicar el libro y, quizá más adelante, en una segunda edición digital, salvar las ausencias, las erratas, aquello que el territorio no perdona al mapa.
—¿Cómo llega usted a este proyecto editorial?
—Entro al proyecto como diseñador gráfico. Antes de comenzar a trabajar en el diseño del libro, ya Jacqueline Goldberg, quien fungió como coordinadora editorial, tenía dos años trabajando en él. Cuando recibí el texto, mi trabajo era conseguir una imagen que remitiera a un colegio, porque todo libro debe tener un concepto, una imagen específica: tipografía, formato, papel, etc. Este proceso es un poco lento, porque es darle personalidad a un libro, es crearlo desde cero, se trata de un proceso creativo individual. Pensando qué sería lo más representativo del tema, se me vino la idea de que la imagen de un cuaderno escolar podría ser un código que me conduciría al concepto del colegio. Así que hice hojas de cuaderno, y coloqué en esa imagen los testimonios de los alumnos egresados. Tenía el formato de los cuadernillos, también el formato estaba definido con la imprenta, y a partir de allí comencé a diagramar, a bajar textos, a componer.
—¿Cómo fue el trabajo de escogencia y diagramación de las fotografías del libro?
—Cuando vi las fotografías de los diferentes capítulos, no sabía qué hacer, por dónde comenzar, porque estamos hablando de casi 1000 fotos. Me armé de valor y me lancé a trabajar: ver todas las fotografías, dividirlas entre las diferentes secciones del libro, componerlas dentro de las diversas secciones, además de depurarlas. Luego de diagramar la página, se revisaba y después se enviaba a corrección. Es un proceso largo, arduo, pero poco a poco se fue haciendo.
—¿Qué sintió al ver el trabajo terminado?
—Cuando se hizo una primera impresión en papel, lo más aproximada posible al libro final, se entregó al comité editorial. Yo temblaba de miedo, porque era la primera vez que veían el libro. Pero mi sorpresa fue ver que el comité recibió el libro como si ya estuviera impreso, como un trabajo final, ya estaban gozando el libro, y no me hicieron ninguna corrección. Fue una gran satisfacción para mí. Siento que el libro tiene mucha presencia, tiene fuerza. Y saber que ese libro sirve para los fines para los que fue creado, para la memoria, para la historia, es sumamente importante. Esa es mi contribución.
Redacción NMI
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