P ésaj marca el nacimiento de la nación judía. Desde el momento en que Dios nos redimió de la esclavitud egipcia para darnos la Torá en el monte Sinaí no somos solo un conjunto de individuos; más bien, somos una entidad singular y unida. Unidos por nuestra relación con Dios y la Torá.
Por lo tanto, el enfoque de Pésaj, la celebración de nuestro Éxodo de Egipto, debe estar en la unidad judía. Las mitzvot y tradiciones de la festividad deben enfatizar nuestras similitudes y unidad.
Sin embargo, lo opuesto parece ser cierto. Algunas de las mitzvot centrales de Pésaj parecen resaltar la singularidad del individuo en lugar de la unidad del pueblo judío.
Una de las mitzvot esenciales era el Korbán Pésaj, “Sacrificio Pascual”. Cuando el Templo estaba en pie, cada individuo debía participar del Korbán Pésaj y comer de su carne. No era una ofrenda comunitaria (ofrecida en nombre de toda la nación) como lo eran la mayoría de los sacrificios que se ofrecían a diario en el Templo. La ofrenda de la Pascua era individual, ofrecida e ingerida por cada individuo, aunque como parte de un pequeño grupo.
Otra mitzvá esencial de Pésaj es la recitación de la Hagadá, en la que relatamos la historia del Éxodo. En lugar de simplemente leer la historia, la contamos a través de preguntas y respuestas. Los niños recitan las cuatro preguntas del Ma Nishtaná y les respondemos con la historia de Pésaj. Al describir las preguntas, la Torá hace referencia a cuatro tipos de hijos: el sabio, el malvado, el simple y el que no sabe preguntar. Cada uno de ellos, hace una pregunta diferente, y nuestras respuestas varían según sus consultas y necesidades individuales.
¿Por qué se celebra la Pascua de una manera tan individualizada? ¿No hubiera sido más apropiado marcar el nacimiento de nuestra nación con un sacrificio comunitario, que nos una a todos como un solo pueblo? ¿Por qué la Hagadá está centrada en cuatro hijos diferentes? ¿Es este el momento de llamar la atención sobre nuestras diferencias como personas?
Esta paradoja de comunidad e individualidad en realidad se desarrolla en la estructura central de la nación judía. Aunque somos «Una Nación», «Am Ejad», estamos divididos en 12 tribus. Es más, la Torá, hace hincapié en la individualidad de las tribus. Cada una cruzó el Mar Rojo por separado, se contó por separado, acampó en el desierto por separado, recibió porciones en la Tierra de Israel por separado, en algunos casos libraron sus guerras por separado, y en ocasiones no podían casarse con miembros de otras tribus. Cada tribu también se destacó por su papel único en la nación judía: Judá era la tribu de los reyes, Leví era la tribu de los sacerdotes, Isajar era la tribu de los eruditos, Dan era la tribu de los jueces, etc.
Esta disposición parece extraña. ¿Por qué era necesario tener tal división entre las tribus? Si somos una nación unida, ¿por qué no tener una sola sociedad sin afiliaciones tribales?
La nación hebrea es atípica y paradójica. Sí, estamos unidos y, sí, somos uno, pero nuestra individualidad nunca se pierde.
Tome el cuerpo humano como un ejemplo de este tipo de paradoja. Cada extremidad del cuerpo es diferente y tiene una función única que ninguna otra parte del cuerpo tiene. Sin embargo, todas las extremidades están unidas como un único ente que opera en perfecta armonía, a pesar de las diferencias entre las diversas partes. Cada extremidad aporta que todas las otras extremidades necesitan, y así todas se complementan.
Cada una de las 12 tribus tiene un papel diferente pero, al mismo tiempo, somos una sola nación que opera en armonía. Cada tribu proporciona una pieza diferente del rompecabezas, que solo completan todas las tribus cuando operan juntas. Esta es la definición de la unidad judía. No es que todos somos iguales y nuestras diferencias se dejan de lado; más bien, nuestras diferencias se unen para complementarse entre ellas.
Lo mismo podría decirse a nivel individual. Todos somos diferentes y tenemos un estilo único. Todos tenemos algo que ningún otro judío tiene. Pero son precisamente esas diferencias las que nos unen.Cada individuo posee una pieza del rompecabezas de Dios, y este no puede completarse a menos que cada judío contribuya con su fragmento, el cual es único.
Esta es la razón por la cual el Sacrificio Pascual no era una ofrenda comunal. La naturaleza individual del sacrificio lleva implícito el mensaje de que somos una nación de personas. Nuestra capacidad de ser únicos y abrazar nuestras diferencias es lo que hace que nuestra nación sea realmente especial.
Esta es también la razón por la cual, cuando se trata de contar la historia del Éxodo, específicamente llamamos la atención sobre los cuatro hijos.
Explicamos sus diferencias y adaptamos nuestras respuestas para satisfacer sus necesidades individuales. El mensaje es: está bien ser diferente, no hay que conformarse con un estilo rígido. Nuestra nación debe incluir a los cuatro hijos, ya que cada uno agrega un ingrediente que, sin su inclusión, haría que el resultado fuese deficiente.
Entonces, mientras nos sentamos alrededor de la mesa del Séder y contamos la historia del nacimiento de nuestra nación, necesitamos enfocarnos en dos cosas: