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Salomón Baum
salbau@me.com
D ebemos comenzar diciendo que el judaísmo mundial nunca ha tenido una unidad monolítica. Al contrario, dentro de una gran diversidad de corrientes y pensamientos, los que siempre ha prevalecido –en términos muy solidarios– han sido los valores fundamentales del monoteísmo ético, como Paul Johnson tan acertadamente lo definió. Además, y sobre todo después de la creación del moderno Estado de Israel, el sionismo ha sido una corriente a la que ha apoyado y sustentado la gran mayoría del pueblo judío en todos los rincones del planeta.
Sin embargo, dentro del sionismo, y sobre todo en el sionismo político actual, también hay distintas corrientes como los sionismos liberal y conservador.
Después de la última contienda electoral estadounidenses ambas tendencias, tanto en EEUU como en Israel y otras partes del mundo, mantienen una confrontación que amenaza con fracturar seriamente las bases mismas de la unidad judeosionista. Este proceso tiene sus raíces en la división política del judaísmo estadounidense en relación con los grandes partidos que dominan la política de ese país, el demócrata y el republicano.
Tradicionalmente, la mayoría de los judíos de EEUU ha sido de tendencia demócrata, lo que se corresponde con el pensamiento liberal que mayoritariamente domina al judaísmo mundial. ¿A qué se debe entonces el enfrentamiento, si esa ha sido siempre la posición del judaísmo? El problema surge básicamente de un factor fundamental dentro de la política exterior del país norteamericano, y a una tendencia muy marcada en la política israelí de la última década.
En Estados Unidos, el gobierno de ocho años de Barack Obama generó grandes tensiones en la comunidad judía, que acusó al presidente de haber cambiado la tradicional política de apoyo sostenido al Estado de Israel por una de complacencia con el mundo musulmán en general, y con los enemigos declarados de Israel en particular. Esto ha colocado a los judíos demócratas de Estados Unidos en una posición muy incómoda, que además se vio exacerbada por la terrible campaña electoral y poselectoral, en la cual el partido demócrata, a un año de la presidencia de Donald Trump, no ha podido asimilar su derrota y continúa con una feroz campaña contra el presidente, aparentemente destinada a expulsarlo del poder.
El estamento liberal de los judíos estadunidenses, incluyendo grandes sectores del judaísmo reformista, se ha incorporado a su vez a ese movimiento y no desperdicia oportunidad para atacar al presidente Trump en los términos más duros. Esto a pesar de que la política hacia el Medio Oriente que ha aplicado Trump hasta ahora ha sido, por decir lo menos, mucho más equilibrada con Israel de lo que lo fue la política de Obama.
Por otra parte, en Israel el gobierno de Netanyahu, con su partido Likud, se ha mantenido en el poder gracias a una coalición con los partidos religiosos, lo cual lo ha desplazado muy a la derecha del espectro político israelí, y a su vez ha generado enfrentamientos con los sectores liberales y reformistas de EEUU, que constituyen un apoyo fundamental para el Estado de Israel. Esta tensión se traduce principalmente en dos aspectos que a su vez afectan directa o indirectamente al judaísmo mundial: la definición de quien es judío, y la disputa sobre el Kótel (“Muro de los Lamentos”).
Ante este panorama, y justamente cuando la unidad de criterio dentro del judaísmo puede llegar a tener importancia fundamental para lograr acuerdos satisfactorios en el Medio Oriente, podemos sacar una conclusión: la política doméstica de EEUU e Israel está afectando en forma negativa los intereses y la unidad del pueblo judío a nivel mundial. En otras palabras, las posiciones políticas personales en relación con el devenir político de un país no deberían afectar los criterios y actuaciones relacionadas con los intereses y el futuro del pueblo judío en general.
Debemos comenzar diciendo que el judaísmo mundial nunca ha tenido una unidad monolítica