Pocos recuerdan dónde estaba la barrera de separación, pero las cicatrices de la división aún resuenan en la ciudad
Fakhri Abu Diab vive en el Este de Jerusalén, pero todo lo que sabe sobre la capital de Israel es diferente de lo que aman sus vecinos judíos.
«Cualquiera que venga a Jerusalén Oriental sabe que no es la misma ciudad ni el mismo idioma», dijo Abu Diab, portavoz del barrio de Silwan.
La barrera que una vez dividió a Jerusalén antes de 1967 fue derribada hace mucho tiempo. Han pasado 54 años desde que Israel creó una capital unida, cuando arrebató el control de la parte oriental de la ciudad a Jordania durante la Guerra de los Seis Días. Hoy, cuando Israel celebra el Día de Jerusalén para marcar esa victoria, pocos recuerdan dónde estaba realmente esa barrera, pero las cicatrices de la división aún resuenan en la ciudad.
La cuestión no son solo las diferencias culturales y lingüísticas entre la población palestina que vive en gran parte en el Este de Jerusalén y representa el 39% de las 900.000 personas del municipio. La geopolítica juega un papel. La mayor parte de la comunidad internacional apoya una Jerusalén dividida, donde la parte oriental de la ciudad sería la capital de un futuro estado palestino. Una complicación adicional es el hecho de que la mayoría de los palestinos tienen residencia en Jerusalén, pero carecen de la ciudadanía israelí.
Pero con el tiempo, para muchos judíos israelíes las diferencias casi han comenzado a parecer cosméticas. Caminan por una ciudad que fácilmente parece unida, y cuya nueva división parece irreal e inviable.
Para sub-alcaldesa de Jerusalén, Fleur Hassan-Nahoum, la unidad de la ciudad es obvia. “Jerusalén es una ciudad compuesta por comunidades. Esa es la esencia de Jerusalén. Es una ciudad de comunidades, pero es una ciudad unida. ¿Qué la une? Tienes una autoridad municipal que se ocupa de todos sus residentes”, dice.
Esa autoridad está a cargo del trasporte, la salud, la educación y los espacios públicos. “La autoridad municipal, especialmente durante los últimos años, se ha convertido en una autoridad inclusiva, donde todos tienen voz, donde todos pueden acercarse al alcalde y la sub-alcaldesa, pueden abogar por su comunidad y recibir recursos para esa comunidad”, añade.
Espectáculo luminoso en las murallas de la Ciudad Vieja
(Foto: Ministerio de Asuntos Exteriores de Israel)
“A nivel público, lo que hemos visto en los últimos cinco a diez años es una ciudad que está más integrada que nunca. Hace diez años no se veía a un joven estudiante árabe trabajando en Fox”, dice Hassan-Nahoum, y agrega que muchas de las tiendas de la ciudad están atendidas por residentes árabes.
Hoy en día, el espacio público lo comparten los residentes judíos y árabes de la ciudad, incluso en cafeterías y gimnasios.
“Ya sea que la gente lo admita o no, si los detractores todavía señalan una ciudad dividida, en esencia, en la experiencia del día a día para la mayoría de la gente, la ciudad está integrada física, logística y relacionalmente”.
“No creo que nuestro trabajo esté terminado”, afirma, y agrega que se necesita hacer más en temas de equidad y colocación laboral, particularmente en la industria de alta tecnología, pero eso es cierto con respecto a cualquier comunidad que haya estado marginada.
Durante muchos años, los gobiernos de Israel, de izquierda o de derecha, no supieron qué hacer con el tema de Jerusalén Oriental, opina Hassan-Nahoum. «La izquierda piensa que algún día será la capital de un Estado palestino, mientras la derecha está preocupada por otros temas».
Parcialmente, dice, el problema radica en los propios palestinos. “Teníamos una comunidad hostil, con poco liderazgo, manipulada por el liderazgo palestino en Ramala. Fue dificil. No estoy diciendo que todo haya sido culpa de ellos, pero creo que ahora estamos en una situación diferente. Los árabes en el Este de Jerusalén se están dando cuenta de que no reciben nada, cero, de los líderes palestinos, indica.
Ella le da crédito al alcalde de Jerusalén, Moshe Lion, y al ex ministro de Asuntos de Jerusalén, Zeev Elkin, ahora diputado del partido Nueva Esperanza, por los avances para cerrar la brecha de equidad entre los residentes judíos y árabes de la ciudad, incluso el desarrollo de asociaciones con los líderes árabes locales.
Cuando estallaron los disturbios hace unas semanas, Lion, quien es observante del Shabat, caminó un sábado para reunirse con los líderes de la comunidad con el fin de buscar una manera de calmar la situación.
La unidad de la ciudad fue más evidente, asegura, durante la pandemia de Covid-19, cuando todos se unieron para luchar contra un enemigo común. «Fue hermoso. Fue un momento difícil, pero nos unimos como ciudad, y esa es la medida de lo lejos que hemos llegado”, apunta.
“El ADN de Jerusalén es la diversidad”, añade, y explica que el rey David eligió ese lugar para construir la ciudad hace 3000 años porque no pertenecía a ninguna tribu, y por lo tanto podía ser un lugar donde todos pudieran reunirse.
“Nuestro ADN es de convergencia, de Este y Oeste, de lo antiguo y lo nuevo, del pasado y el futuro, y del cielo y la tierra. Resolveremos todos los conflictos en nuestro país y en nuestra región desde Jerusalén”.
La directora ejecutiva de la ONG de izquierda Ir Amim, Yudith Oppenheimer, dice que, de hecho, Israel se anexó Jerusalén Oriental en 1967 y desde entonces ha sido administrada por un municipio.
En la superficie, «puedes mirar a Jerusalén y decir que aquí hay un espacio urbano en el que la gente puede moverse de un lugar a otro, así que tal vez esta sea una ciudad unida». Pero «cuando se profundiza en la situación, se ve que la ciudad en realidad está dividida en muchos aspectos, y cada uno de ellos retrata la imagen de dos sociedades muy desiguales, en las que una controla a la otra», agrega Oppenheimer.
“Un lado tiene todos los recursos y se dedica a expresar su hegemonía”, mientras el otro lado carece de esos recursos. El problema, opina, comienza con el hecho de que la mayoría de los residentes palestinos de la ciudad carecen de la ciudadanía israelí y solo tienen derechos de residencia. Esos derechos son condicionales, y pueden revocarse fácilmente, explica, y agrega que ese estado de inseguridad domina muchos aspectos de sus vidas.
“Todo es condicional. No pueden salir de la ciudad, pues pueden perder su residencia. No pueden construir en la ciudad, pero tienen que vivir en ella o perderán todos sus derechos”, explica. Los palestinos tienen derechos individuales en Jerusalén, pero no colectivos.
Oppenheimer rechaza las afirmaciones de que los palestinos son los culpables de esa situación porque rechazaron la ciudadanía. «Esa es una leyenda urbana», comenta. A los palestinos nunca se les ofreció la ciudadanía colectiva, sino el derecho a postularse individualmente, y esa solicitud es muy complicada. «Se requieren años, y a muchos se la niegan».
A quienes no desean la ciudadanía se les debe ofrecer una residencia permanente que no se pueda revocar con facilidad, para que puedan vivir sus vidas de manera más segura, explica. Según ella el tema de la inequidad es el principal, y ese tema está separado del estatus político final de Jerusalén, que debe ser negociado entre israelíes y palestinos.
«Entonces, ¿la ciudad está unida?». Son los que hablan tan bien de la unidad los que parecen desearla menos, considera Oppenheimer. “¿Realmente quieren que Jerusalén esté unida de forma significativa, en el pleno sentido de lo que significa? Porque sus acciones en realidad dicen lo contrario”.
Su organización apoya una solución de dos Estados en la que Jerusalén sería la capital tanto israelí como palestina. «Pero esto no significa que la ciudad tenga que estar dividida físicamente. Cada vez es más difícil dividir la ciudad. Si lo preguntas, la mayoría de los residentes realmente disfrutan de la diversidad que ofrece y no quieren verla dividida nuevamente”.
Hay formas creativas de crear dos capitales sin dividir físicamente la ciudad, y la sostenibilidad de una solución de dos Estados depende de la capacidad de israelíes y palestinos para compartir el espacio público municipal de la manera más completa posible, considera Oppenheimer. El problema no radica en dividir la ciudad, sino en compartirla. “De hecho, estamos trabajando muy duro no por una visión de división o unidad, sino por una visión de ciudad compartida”, finaliza.
Abu Diab opina que para él está claro que la ciudad está dividida. “La comida es diferente, incluso los sueños son diferentes”, dice.
“Aquí ellos [los palestinos] saben que están viviendo bajo ocupación”, opina Abu Diab, quien no considera estar unificado con los residentes judíos de la ciudad. “Creemos que no están viviendo con nosotros, y que quieren vivir sin nosotros”, agrega.
Nunca ha buscado la ciudadanía israelí, ni la desea. Sueña con ser ciudadano de un futuro Estado palestino del que Jerusalén Oriental será su capital. Pero esto no significa que imagina una muralla que dividida a la ciudad, sino que esta estaría gobernada por dos entidades diferentes, con sus ciudadanos caminando libremente entre ambas.
“Jerusalén es de todos. Debería ser una ciudad de amor, paz y no violencia. Debería ser una ciudad internacional, pero permitir que todos formen parte de su propio pueblo”, explicó.
Sara Haetzni-Cohen, quien preside la ONG de derecha Mi Israel, asegura que obviamente Jerusalén es la capital unida de Israel y, como tal, se deben hacer todos los esfuerzos para garantizar que sea así en la práctica y no solo un lema.
Para que ello suceda, dice, se debe abordar el problema de la desigualdad entre las partes oriental y occidental, y debe ser la derecha la que lidere ese esfuerzo.
No hacer eso, agrega, enviaría el mensaje erróneo de que la soberanía israelí en el Este de Jerusalén es temporal. Hay pocas razones para invertir en barrios que algún día se entregarán.
Israel tiene que hacer una declaración de soberanía normalizando su trato a esos vecindarios, incluida la oferta de ciudadanía israelí a los palestinos que la soliciten, opina. De lo contrario, los palestinos tendrán la sensación de que son temporales aquí, según Haetzni-Cohen. Desde un principio Israel tomó la decisión de aplicar su soberanía a la ciudad, y ahora debe apuntalar esa soberanía. No reconocer esta realidad, dice, es «meter la cabeza en la arena».
*Subdirectora general de The Jerusalem Post.
Fuente: The Jerusalem Post.
Traducción NMI.