Ana Jerozolimski*
Es difícil usar superlativos como el del título que encabeza este editorial, cuando hace tan solo una semana recordamos a los seis millones de judíos asesinados por los nazis, al conmemorar Yom Hashoá. Nada puede minimizar ni relativizar el significado de esa inconmensurable hecatombe. Tal como escribimos en el editorial de hace pocos días, citando al rabino Shai Piron, Yom Hazicarón, el día recordatorio de los caídos en combate, es el precio que se paga por tener un Estado, para defenderlo y garantizar su existencia, mientras que Yom Hashoá, el día recordatorio del Holocausto, fue el precio que se pagó por no tenerlo.
No es una cuestión de comparación numérica.
Aun así escribimos que el día recordatorio de los caídos en combate es el día más triste y solemne del calendario israelí, porque es un día de conmemoración especial en el marco de la soberanía nacional recuperada. La muerte de cada uno de ellos fue una catástrofe oscura que se cernió sobre familias que aún viven entre nosotros. Es un día que recuerda la lucha por la defensa nacional que sigue librándose. Es el día más triste del calendario israelí, porque los padres que perdieron un hijo, los niños que quedaron sin padre, las mujeres que enviudaron jóvenes y los hijos que ni siquiera llegaron a conocer a sus padres, desde aquel momento terrible cuando oficiales del ejército tocaron a sus puertas para informarles que lo peor había sucedido, tuvieron que seguir viviendo, tomando cada día la decisión de no sucumbir al dolor.
Desde 1860, cuando comenzaron los ataques a los judíos en la tierra de Israel, se computan 24.213 caídos en defensa de la tierra y la nación. Desde el día recordatorio del año pasado, se agregaron otros 59 combatientes, así como 86 veteranos de guerra que fallecieron a raíz de la difícil situación en la que quedaron tras resultar heridos. Todos fueron reconocidos por el Ministerio de Defensa de Israel.
Los 36 israelíes asesinados, civiles y militares, por el terrorismo desde el Yom Hazicarón pasado
(Imagen: Jewish Breaking News)
Y son 4255 las víctimas de atentados terroristas. Cada uno, un mundo.
También las comunidades judías de la diáspora recuerdan y conmemoran junto a Israel. Pero en Israel, ineludiblemente, esta jornada se vive de forma muy especial. El recuerdo lo inunda todo ya días antes de la víspera de Yom Hazicarón, cuando por la tarde comienzan las ceremonias, a las 20:00 horas suena una sirena de recuerdo a lo largo y ancho de Israel, y junto al Muro de los Lamentos una guardia de honor de las Fuerzas de Defensa de Israel rinde homenaje, en la ceremonia central, a los caídos. Y al día siguiente, este martes, a las 11 de la mañana, una sirena de dos minutos con la que todo se detiene.
Un elemento clave a comprender es que debido a las amenazas que penden sobre Israel, dado que hay servicio militar obligatorio, los soldados que van al ejército al cumplir 18 años son vistos como “nuestros hijos”, los de todos.
La prensa, radio y televisión están repletas de los relatos de los padres de jóvenes soldados. La radio pasa canciones con letras halladas en las mochilas de los caídos después de su muerte, que vuelven a cobrar vida en boca de famosos artistas. Sus fotos llenan las pantallas y los diarios, y la historia de cada familia de luto envuelve al país.
Lo común a todos, es que se fueron antes de tiempo. Que quedarán por siempre jóvenes, y que solo los que los lloran envejecerán, recordándolos a ellos tal cual eran cuando murieron. “Es terrible que no estén”, suelen decir sus padres y hermanos. “Pero no menos terrible es pensar en todo lo que ya nunca podrán hacer… En los hijos que no tuvieron, en los estudios que no alcanzaron a cursar, en la vida que ya no pudieron vivir”.
Un elemento clave a comprender es que debido a las amenazas que penden sobre Israel, dado que hay servicio militar obligatorio, los soldados que van al ejército al cumplir 18 años son vistos como “nuestros hijos”, los de todos
Y cada historia, con su rostro y sus nombres. Como el de la mujer que se despidió de su flamante esposo cuando sonaron las sirenas en aquel 6 de octubre de 1973, en el día más sagrado del calendario judío —Yom Kipur, el Día del Perdón—, al comenzar el sorpresivo ataque conjunto de Egipto y Siria, y que recién después se enteró de que estaba embarazada, y cuya hija jamás conoció a su padre que murió en el campo de batalla.
Y tantas situaciones similares más.
En recuerdo de todos ellos suena una sirena de dos minutos en todo Israel, que detiene el paso de la gente, por la cual se detienen los automóviles y todo ciudadano se para firme, de pie, en señal de respeto. Así, al mismo tiempo, a lo largo y ancho del país.
Y se recuerda también a los asesinados en atentados terroristas. En ómnibus destrozados por terroristas suicidas, en cafés, restaurantes y discotecas… en una cena pascual, a la salida de un casamiento, en infiltraciones a casas particulares, “copamientos” en los que la intención no era robar sino matar a cuanto israelí encuentren en el camino.
Como los casi 20 asesinados en lo que va del año. Lucy (Leah) Dee y sus dos hijas Maia y Rina, baleadas en su coche a distancia cero; y las víctimas de la balacera junto a una sinagoga en Jerusalén un viernes por la noche, entre ellas un niño; y los muertos en la embestida a una parada de ómnibus en Jerusalén, entre ellos dos niños, hermanos… y tantos más.
“Es terrible que no estén”, suelen decir sus padres y hermanos. “Pero no menos terrible es pensar en todo lo que ya nunca podrán hacer… En los hijos que no tuvieron, en los estudios que no alcanzaron a cursar, en la vida que ya no pudieron vivir”
Como la familia Fogel del asentamiento Itamar, que en marzo de 2011 fue escenario de uno de los peores atentados en la larga historia del terrorismo palestino, cuando dos terroristas entraron a su casa un sábado por la noche, mataron a Udi y Ruti, los padres de 36 y 35 años respectivamente, y a tres de sus hijos, de 11 y 4 años y tan solo tres meses. A los otros dos pequeños no los vieron. La mayor, de 11, encontró a sus padres y hermanos en charcos de sangre, acuchillados, en sus camas. Tiempo después de aquel horror entrevistamos a Haim, el padre de Udi, un hombre grande que aún sonríe pero que habla de su hijo, nuera y nietos que ya no están, con la voz entrecortada y secándose las lágrimas.
Y tantos más, de diferentes sectores de la sociedad israelí, todos con un común denominador: se fueron antes de tiempo y sus familias los recordarán no solo lamentando que no están, sino también llorando por todo lo que no alcanzaron a hacer.
Y quizá con cierta ingenuidad, seguimos pensando en todo lo que ganarían los vecinos de Israel si no vieran en su existencia en la región una amenaza sino una oportunidad.
*Periodista, directora de Semanario Hebreo (Montevideo) y semanariohebreojai.com.
Fuente: semanariohebreojai.com.
Versión NMI.