Querido Yoel:
Aun escribiendo estas breves líneas, mi mente no acepta la idea de que ya no estés aquí, en tu querido Sinai, tu sinagoga y en el ambiente que tanto te hacía feliz, siempre buscando apegarte más a Hashem como si presintieras que en breve estarías muy cerca de la shejiná…
Tu alma elevada y pura buscó encontrar el equilibrio perfecto entre materia y espíritu, pero tu esencia no te permitió estar demasiado tiempo en este mundo terrenal lleno de sombras y oscuridad. Tu amor por el estudio de la Torá era esa luz que necesitabas constantemente para aliviar tu sufrimiento y dar explicación a tantas y tantas cosas que pasaban por tu mente.
A las personas que te rodeamos y que te quisimos, nos dejas muchas hermosas enseñanzas de vida, que yo en lo particular jamás olvidaré… Tu inocencia, tu bondad desmedida y ese deseo de crecer personalmente a pesar de tus dificultades, te hizo merecedor del cariño, respeto y admiración de todos los que tuvimos la dicha de conocerte y poder vivenciar tus múltiples cualidades y virtudes.
Reflexionabas constantemente ante un mundo físico que no terminabas de aceptar y entender, y creo que en ese momento Dios decidió que tu gran misión en la tierra estaba por terminar, para dar paso a esa paz que tanto anhelaban tu alma y tu corazón siempre afligidos.
Sin embargo, y a pesar de todo, en tu rostro siempre se dibujaba una tierna y tímida sonrisa acompañada de la frase con la que siempre comenzabas tus conversaciones: “Todo bien, BH”.
Tu vida fue corta pero intensa, y tu elevada alma fue un diamante de incalculable valor, atesorado dentro de tu cuerpo de niño inocente y bondadoso.
Querido Yoel, lograste movernos el piso a todos los que te conocimos. Tu misión fue exitosa en este mundo porque nos dejaste ejemplo de constancia, apego a la Torá y a las mitzvot, aun en las circunstancias más adversas.
Ahora tu alma descansa en el lugar reservado para los tzadikim como tú, y desde arriba verás con gozo infinito cómo todos en tu honor queremos cambiar, mejorar como personas y sobre todo apegarnos más a Hashem y su Torá, que fue en definitiva el leit motiv de tu corta pero significativa existencia.
Consigue esa paz tan merecida, e intercede en el shamaim por tus padres y por esta comunidad que tanto te quiso, a quienes nos dejas un vacío general, pero también una grande y hermosa lección de vida.
Quien te quiso y te admiró profundamente,
Rachel Chocrón de Benchimol
La pérdida de Yoel (Z’L) ha despertado un sinfín de reflexiones. He aquí algunas de ellas.
Leyendo las parashot de las últimas semanas, trascurre delante de nuestros ojos el nacimiento de una nación: Am Israel. Pero más adelante Hashem nos llamará también Am Segula. ¿Cuál es el sentido de este otro nombre? Segula viene de sagol: violeta y de mesugal: capaz. Como es sabido, la luz ultravioleta tiene dos características: sus facultades son poderosas, sin embargo es imperceptible a la vista. Así es nuestro pueblo. Al cumplir la más sencilla mitzvá, el yehudí genera un tremendo efecto en los cielos sin que se detecte su potente impresión desde la tierra. Más aún, Hashem es todopoderoso, pero disfrazado dentro de una naturaleza que tiende a disimularlo. Y nuestra misión es revelarlo. Nuestra alma nos da toda nuestra vitalidad, no obstante se queda recatadamente oculta dentro de nuestro ser. Es nuestro trabajo conectarse y definirse con ella y no con nuestro cuerpo.
De igual forma, tenemos la mitzvá de bdikat jametz que cumplimos dentro de la oscuridad a la luz de una vela, la revisión de los alimentos en la cual buscamos la más diminuta criatura prohibida al consumo, el trabajo de midot que nos invita a examinar las malas tendencias asentadas en los rincones de nuestro corazón, la búsqueda de la verdad en cada situación, cuando hay que escoger entre dos mitzvot que parecen contradecirse. Sí, definitivamente nuestra esencia reside en buscar lo escondido, palpar lo invisible y no dejarse convencer por lo aparente.
Yoel caminaba por los pasillos de nuestras instituciones. Y los que supieron ver descubrieron detrás de un cuerpo atormentado por su condición, un alma de alto nivel, un mundo de sentimientos vibrantes, un judío que anhelaba a su creador.
El libro Jai Beemuná, del rabino Lugasi, da una guía para vivir con emuná en cualquier situación. Él explica que en caso de una enfermedad siquiátrica, el enfermo no debe estar triste por no poder servir a Hashem debidamente, porque él no es juzgado en esos momentos críticos. Sin embargo, en momentos de claridad él tiene que redoblar su entusiasmo para recapacitar y seguir con un Judaísmo auténtico.
Es exactamente lo que caracterizaba a Yoel: cuando consideraba que había pensado negativamente de alguien, corría a pedirle perdón. También se aconsejaba con rabinos para mejorar su cumplimiento de las mitzvot dentro de sus circunstancias. ¿Y nosotros? Esta escrito: “Ein Adam jote ela shenijnas bo ruaj shtut” (”El hombre no peca sino que ingresa en él un halito de locura”). El yehudí por naturaleza aspira a cumplir la voluntad de su creador, pero cuando se apodera de él su mal instinto, pierde el control de sus actos y por ende no puede ser apreciado en ese mismo instante.
Lo que nos pertenece realmente son nuestros momentos de lucidez antes y después de nuestras acciones: no conducirse por el camino que lleva al pecado, y si hemos caído en él, inmediatamente rectificar. Yoel nos enseñó esta lección.
La última reflexión que queremos exponer aquí es, sin lugar a duda, la más dolorosa. Usemos este dolor para impulsar y no paralizar. Cuando se notificó la pérdida de Yoel, el primer pensamiento que surgió en nuestras mentes fue: “¿Por qué no le pude dar más?”. Sus miradas, sus sonrisas, sus pertinentes preguntas sobre el Judaísmo invitaban a compartir con él. ¿Por qué no fui a visitarlo en el hospital, por qué no le busqué una verdadera guía espiritual para enseñarle a cumplir las mitzvot de manera adecuada? Tantas ideas de repente, pero ya era tarde. Sí, otra enseñanza nos dejó Yoel: la vida te manda un sinfín de oportunidades, agárralas a tiempo. Sepamos aprovechar todas las ocasiones de superación y de sensibilidad hacia el mundo interno de los demás.
Lo que nos queda es simplemente aceptar esta pérdida con fe y con un respetuoso silencio, inaudible, pero tan, tan palpable.
Yair Ben Yehuda