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Juan Carlos Urbáez M.
Los conceptos básicos de la logoterapia aparecieron en la edición de 1968 de El hombre en busca de sentido de Viktor Frankl. Cincuenta años después, y a poco más de 20 años del fallecimiento del fundador de la Tercera Escuela Vienesa de Sicoterapia, la logoterapia –escuela cuyo nombre se compone de logos, “significado, sentido”, y terapia, “sanación, cura, cuidado”– se mantiene vigente
P aul Celan demostró que podía escribirse poesía después de la Shoá, no obstante las admoniciones de Adorno. La logoterapia surgió asimismo de las entrañas del horror, enunciando que, a la hora de la mayor atrocidad del siglo pasado, centrarse en el sentido de la propia existencia puede favorecer la higiene mental, la paz del espíritu, y por ende hasta la salvación de la mismísima vida.
Las circunstancias biográficas que cimentaron la fundación de la logoterapia se relatan en El hombre en busca de sentido, el libro más conocido de Viktor Frankl. La obra se publicó originalmente en alemán en 1946 con el título de Trotzdem Ja Zum Leben Sagen: Ein Psychologe erlebt das Konzentrationslager (que podría traducirse como “Pese a todo, dile sí a la vida: experiencias de un sicólogo en el campo de concentración”).
Los fundamentos de la logoterapia se afianzarían en experiencias de primera mano de acuerdo con ese libro, que oscila entre la descripción científica y el relato autobiográfico: el autor fue prisionero en cuatro campos de concentración, entre ellos Auschwitz y Dachau, entre 1942 y 1945. En la obra se describe la sicología de las personas confinadas a tales espacios, un presidio que se caracteriza por tres etapas. Frankl las experimentó todas, comenzando por la comprensión de haber perdido el trabajo clínico y profesional de toda su vida a poco tiempo de haber ingresado en Theresienstadt, así como otros habían perdido bienes materiales y, como sabemos, a sus familiares inmediatos. Así, la primera de las etapas es el shock o la negación, a la llegada y el encuentro con una situación que “no podía ser tan mala”.
El hecho de tomar conciencia de la pérdida de la libertad, las posesiones –y, a continuación, incluso normas de comportamiento que salvaguardan la decencia en situaciones humanas no comparables a Auschwitz, Birkenau y otras–, da inicio a la segunda etapa en la sicología del prisionero de los campos de concentración.
Normalmente, quien está confinado allí, quien no tiene opciones de escape en situaciones quizá de menor envergadura histórica pero más contemporáneas y cercanas –para no entrar en detalles–, llega a insensibilizarse ante el destino sufrido en carne propia y por las demás personas, y comienza a ceder ante el envilecimiento general. Frankl describe la apatía de esta etapa, durante la cual lo único que cuenta es sobrevivir un día tras otro a cualquier costo, pero sin ninguna razón en particular, hasta el momento de entregar “los últimos cigarrillos”, tal como Frankl simboliza el momento de sucumbir al hastío y arrojarse a los rieles del tren de la muerte. En ese estado de apatía, la vida se ha trasformado en un limbo de duración indefinible, carente de certezas y viciada con los aires de la información no confirmada –o como se dice hoy, desinformación– sobre el desarrollo de la guerra en el frente.
Se llegaría al extremo en el que ya no pasaba el tiempo. A esto se agregan maltratos y situaciones descritas en el libro con el poder de detalle de un testigo de los acontecimientos. Las personas alcanzaban grados alarmantes de alienación en el instante de la despersonalización.
Frankl contó con la objetividad necesaria para designar la existencia de dos tipos de personas independientemente de su origen étnico, racial, social o nacional: la gente decente y la gente que no lo es. A determinar la “decencia” de un individuo está su capacidad de tomar decisiones dentro de las propias limitaciones del momento. Frankl llega a cuestionarse en el libro si el hombre es producto de sus circunstancias o de sus decisiones. La experiencia propia y de otros en los campos de concentración permitió que el siquiatra vienés se decidiera por lo último. En una de las partes más sentidas e inspiradoras del libro, Frankl concluye: “El hombre puede conservar un vestigio de libertad espiritual, de independencia de ideas, hasta en condiciones tan terribles de estrés síquico y físico (…) Quienes vivieron en campos de concentración pueden recordar a los hombres que entraban en las barracas para dar consuelo a otras personas, regalándoles su último pedazo de pan”, que las había no obstante aquel ambiente de acabóse. “Quizá hayan sido pocos, pero ofrecen suficiente evidencia de que a un hombre pueden quitarle todo excepto una cosa: la última de las libertades humanas –elegir la propia actitud en un conjunto determinado de circunstancias, elegir el propio camino–”.
Ideas para dar un paso adelante
La ideación es un componente fundamental en el proceso de trascender las propias circunstancias. ¿Cómo mantener, si no, una actitud optimista pese a las dificultades de un momento tan álgido como el que trascurría la Europa de aquel entonces, sin ningún tipo de circunstancia paliativa y cuando se convivía con la posibilidad de morir de hambre, de tifus o víctimas de algún culatazo o disparo caprichoso? ¿Cómo conservar la esperanza cuando al final nada, ni los anillos matrimoniales, ni los dientes de oro, ni los recursos monetarios por ingentes que fueran, ni cualquier otro cálculo infalible que realizara quien aún no hubiera comprendido su realidad, garantizaba salir vivos?
Viktor Frankl comienza su libro con la pregunta que en su ejercicio profesional posterior a la guerra formulaba a muchos de los pacientes: “¿Por qué no te has suicidado?”. Antes de hablar sobre su respuesta particular, cabe señalar que organizó y ofreció un programa especial para brindar orientación gratuita a los universitarios vieneses entre 1928 y 1930, siendo él mismo todavía estudiante. Durante el período de los exámenes y las calificaciones, la tasa de suicidios entre los jóvenes se elevaba de manera alarmante. Como resultado del programa, ningún estudiante vienés se suicidó durante el año 1931.
Asimismo, Frankl se opuso al régimen de eutanasia sistemática que el régimen nazi comenzó a aplicar tras su ascenso al poder contra enfermos mentales, personas con discapacidades físicas y síquicas, y otros a quienes se calificaba de “improductivos”. Hoy día, una de las aplicaciones de la logoterapia es la recuperación de personas con problemas de adicción a las drogas.
El logos –el sentido, la razón para vivir– puede venir en la forma de una idea o incluso una persona a quien por diversas razones solo puede tenerse acceso mediante la imaginación. Frankl cuenta en su libro que dos imágenes en particular le dieron fuerzas para seguir adelante y superar cada obstáculo. Observó la primera de ellas, la de su esposa Tilly Grosser, durante una madrugada de vientos gélidos, mientras él y otros prisioneros efectuaban una penosa caminata sobre el suelo que el frío había vuelto resbaladizo, tratando de no caer para no sufrir sanciones en forma de castigos físicos. “En ocasiones”, describe, “miraba el cielo, donde las estrellas comenzaban a desaparecer y la luz rosada de la mañana empezaba a desplegarse tras un banco de nubes oscuras. Pero mi mente se aferró a la imagen de mi esposa, imaginándola con una agudeza extraordinaria. Escuché que me respondía, vi su sonrisa, su aspecto franco y alentador. Haya sido real o no, su aspecto era más luminoso que el sol que comenzaba a salir”.
El segundo momento se produjo cuando la cotidianidad en el campo de concentración se le volvió intolerable. El día a día había llegado a reducirse a las preocupaciones por “pequeños e interminables problemas”, como ignorar si habría comida a la caída de la noche, canjear el último cigarrillo por un tazón de sopa, u obtener un pedazo de alambre para usarlo como cordones de zapatos. Ante la exacerbación de lo primitivo en esas circunstancias, Frankl forzó a sus pensamientos “a cambiar de tema. De pronto me vi en la plataforma de un salón de conferencias bien iluminado, cálido y agradable. Frente a mí se encontraba un público muy atento en asientos tapizados muy cómodos. ¡Yo estaba dando una conferencia sobre la sicología del campo de concentración!”. Quizá algunas de esas charlas que imaginó –y que no solo salvaron su vida, sino que dieron sentido a las de otros– se hayan materializado en la colección de conferencias radiofónicas conocida como La sicoterapia al alcance de todos.
Libertad, responsabilidad y felicidad
Para el fundador de la logoterapia, la persona que da sentido a su existencia se responsabiliza ante sus propias circunstancias y toma decisiones consecuentes. Respecto a la vida en los campos de concentración, Frankl escribió: “(…) Siempre había que tomar decisiones. Cada día, cada hora, ofrecían la oportunidad de tomar una decisión, una decisión que determinaba si te entregarías o no a aquellos poderes que amenazaban con despojarte de tu propia esencia, tu libertad individual; que determinaban si te convertirías en juguete del destino, renunciando a la libertad y la dignidad para acabar adquiriendo la forma de un prisionero normal”.
¿Es Viktor Frankl un antecesor directo de la filosofía y la sicología de la New Age como las conocemos hoy? Mucho cuidado aquí: esa New Age un poco light, si se quiere, podría partir de una concepción errónea: no basta cerrar los ojos y “pensar positivo” para trasformar la realidad (ese “pensar positivo” es en muchas ocasiones el mecanismo con el cual se enmascaran miedos que no se enfrentan y responsabilidades que no se asumen).
Viktor Frankl admite que la existencia es vana, vacía e incompleta sin el sufrimiento y la muerte, los cuales llevan a que cada individuo le dé su particular sentido. Para él, la asunción de una actitud positiva no resuelve mágicamente los problemas: solo facilita dar el paso adelante con el que circunstancias adversas –como el Holocausto o las crisis socioeconómicas que afectan a ciertos países sudamericanos– quedan en un segundo plano. Ese paso adelante facilita enfrentar los miedos, resistirse al envilecimiento general del entorno y encarar las dificultades que componen el día a día. Es la verdadera “fuga de la muerte”. La felicidad no es un “fin” que puede alcanzarse aplicando algún plan disparatado de conquista, como harían los neuróticos: “Yo diría” –escribe Frankl en uno de los ensayos de La sicoterapia al alcance de todos, asimismo titulado “El hombre en busca de sentido” –, “que lo que el hombre realmente quiere no es, al fin y al cabo, la felicidad en sí, sino un motivo para ser feliz”, y cita a Kant: “La felicidad es la consecuencia del cumplimiento de la obligación”.
Viktor Emil Frankl nació el 26 de marzo de 1905 en la ciudad de Viena, Austria. En 1936 se especializó en Neurología y Siquiatría, y al año siguiente abrió su consultorio privado como especialista. En 1938 lo designan jefe del Departamento de Neurología del Hospital Rothschild, en Viena, año que coincide con el ingreso de las tropas de Hitler en Austria. En diciembre de 1941 contrae matrimonio con Tilly Grosser. En el otoño de 1942, junto a su esposa y a sus padres, lo deportan al campo de concentración de Theresienstadt (Terezin), Checoslovaquia. En 1944 lo trasladan a Auschwitz, y posteriormente a otros campos de concentración: Dachau, Kaufering III y Türkheim. El ejército estadounidense lo libera el 27 de abril de 1945. Su esposa, padres y hermano fallecieron en los campos de concentración y exterminio. Tras la liberación regresa a Viena, donde escribe El hombre en busca de sentido. En 1949, Viktor Frankl obtiene el doctorado en Filosofía, y en 1955 lo nombran profesor de la Universidad de Viena, en la cual imparte enseñanza hasta la edad de 85 años. A partir de 1961, se desempeña como docente en importantes universidades norteamericanas como la de Harvard, Stanford, Dallas, Pittsburg y San Diego. Ganó el premio Oskar Pfister de la Sociedad Americana de Siquiatría. Obtuvo distinciones y reconocimientos académicos en diferentes países europeos y americanos. Frankl escribió 39 libros y más de 400 artículos. Sus obras han sido publicadas en 45 idiomas. Recibió 29 doctorados honoris causa por diversas universidades a nivel mundial, uno de los cuales lo otorgó la Universidad Católica Andrés Bello de Caracas en 1984. Se dedicó a ofrecer conferencias alrededor del mundo, a hacer sicoterapia, a entrenar logoterapeutas y a trasmitir su mensaje, en correspondencia con el propósito de su vida. Hoy en día existen centenares de institutos logoterapéuticos en todo el mundo, incluso uno muy activo en nuestro país, en la ciudad de Valencia. Viktor Frankl murió el 2 de septiembre de 1997, en Viena. Entre las pasiones a las que se dedicó hasta edad muy avanzada se cuentan el alpinismo y pilotar aviones: obtuvo la licencia para volar a los 67 años, y llegó a hacer viajes aéreos sin compañía.
FUENTES
• Frankl, Viktor (1992, cuarta edición). Man’s Search for Meaning. An Introduction to Logotherapy. Traducción del alemán de Ilse Lasch. Boston: Beacon Press.
•____________(1983), La psicoterapia al alcance de todos. Conferencias radiofónicas sobre terapéutica psíquica. Barcelona: Editorial Herder.
• https://www.goodtherapy.org/famous-psychologists/viktor-frankl.html
• https://logoterapiavenezuela.com
• Wikipedia.org
Los conceptos básicos de la logoterapia aparecieron en la edición de 1968 de El hombre en busca de sentido de Viktor Frankl. Cincuenta años después, y a poco más de 20 años del fallecimiento del fundador de la Tercera Escuela Vienesa de Sicoterapia, la logoterapia –escuela cuyo nombre se compone de logos, “significado, sentido”, y terapia, “sanación, cura, cuidado”– se mantiene vigente