L a conciencia y el conocer significan juntar y saber unir. La esencia del daat, la máxima comprensión, es la unión de jasadim (bondades) y guevurot (severidades). Quien percibe el bien y el mal como entes separados carece de este llamado daat. Ya sea que el hombre experimente bondades (Hashem) o que experimente severidades (elohim), debe saber que todo proviene de Dios y bendecir: “Bendito eres tú… Quien es bueno y hace el bien”, en todas las situaciones. Esto es: “Hashem” es ejad (uno) y su nombre es ejad. Por tanto, así sea Hashem, que es compasión, o bien “su nombre” que corresponde a elohim (juicio), todo es para tu bien y es el resultado del amor de Dios hacia ti. “Porque él reprende a quien ama” (Proverbios 3:12).
Vemos entonces que las bondades que recibimos en nuestro camino y las dificultades y sufrimientos producidos por las severidades en realidad representan lo mismo: amor divino. Tanto el nombre Hashem como el nombre elohim son en realidad “uno”, y en hebreo se escribe ejad, que tiene valor numérico de 13; igual que la palabra amor, ahavah, que tiene el mismo valor numérico. Ambos representan lo mismo.
Entender que lo bueno y maravilloso que recibimos al igual que lo malo y el sufrimiento, en realidad son la expresa voluntad divina, que es para nuestro bien, y nos aparta de la dualidad hacia la unidad. Aun cuando la humanidad no se ha rectificado al nivel de percibir todo como bueno, ya que eso es un proceso de saber que todavía no se ha desarrollado y terminado, si la persona lo intenta y avanza podrá llegar a una parte de él. Desde aquí abajo las cosas se ven diferentes, algo nos favorece o algo nos hace daño, pero ¿si nuestra mirada estuviera dirigida desde un nivel espiritualmente más alto? Si viéramos desde lo alto de una montaña (espiritual) lo que aquí sucede y cómo lo percibimos, nos daríamos cuenta de que todo es para bien, por amor y con un propósito definido por el Creador.
Hashem observa de una sola vez el presente, el pasado y el futuro. Nosotros aparecemos y nos vamos de aquí en la mitad de la película llamada “Este mundo”, ¿y queremos explicarlo y juzgarlo?
El Creador representa la energía dadora de la abundancia que él emana. Sabemos que su deseo es simple y consiste en dar, y siempre que seamos iguales, aun cuando estamos contenidos en él, por el alma que poseemos, realmente es solo en potencia, porque si somos iguales no podría existir el concepto “espiritual” de separación.
¿Qué nos hace ser una realidad espiritual?: un elemento que nos separe. Y ahí nace la luz del “emanador”, y esta luz experimenta carencia y se crea el “deseo y la necesidad” de recibir.
Se plantean dos propiedades, una da y la otra desea recibir, y todo se desarrolla hasta llegar aquí, a nosotros, seres carentes, seres que deseamos recibir esa abundancia que interiormente conocemos. Pero el concepto de existir en potencia y luego la “separación” al adquirir una propiedad que nos diferencia, el deseo, no es del todo convincente. ¿Acaso podemos separarnos “espiritualmente” de la esencia del Creador?
Tendremos que asumir entonces que si en verdad existe una propiedad que permitió la posibilidad de la creación, una propiedad que nos hizo diferentes (el deseo), también tiene que haber una propiedad que aun, en esencia, nos mantenga conectados, como iguales a la esencia de nuestro Creador, y eso se manifiesta en la propiedad no solo de querer recibir, sino en la constante de que también queremos dar.
Como receptores “nos separamos”, pero como dadores nos volvemos a acercar. Y Él es uno y su nombre es uno. Esto es la expresión del hombre, pero en realidad abarca toda la creación y su funcionamiento. Todo lo que existe en mayor también existe en menor, y nuestro reflejo es la voluntad del Creador y su manifestación. Los genes y células espirituales son la mínima expresión conocida del complejo mundo espiritual, tal como la célula y genes materiales lo son del mundo material.
Este mundo inferior es femenino, nosotros debemos seducir al mundo superior masculino para que nos otorgue su abundancia y bondad. ¿Cómo? Muy fácil. La fórmula mágica ya fue revelada antes que la misma realidad: tefilot, estudio de Torá y buenas acciones. ¿Acaso estamos acá para inventar el agua mojada o existimos para disfrutar de las bendiciones espirituales? La asimilación es la destrucción y la singularidad de ser pueblo de sacerdotes representa la cúspide del éxito; de lo contrario, seguiremos del timbo al tambo entre antisemitismo y persecuciones. El remedio, la teshuvá, fue dado muchísimo antes que la enfermedad. Solo hace falta ser buen paciente y abrir la boca para tomarlo.
¡Baruj Hashem leolam, amén ve amén!