E l libro VaYikrá que comenzamos a leer esta semana, se conoce como el “Tratado del servicio de los cohanim” (Torat cohanim), y en él se desglosan y detallan todas y cada una de las ofrendas que debían realizarse en el mishkán.
Bien podía pensarse que nuestro santuario tenía una imagen de limpieza, orden y tranquilidad. Sin embargo, de acuerdo a lo que nos relatan nuestros sabios, el escenario era más bien parecido a una carnicería, con corrales llenos de distintos animales, aves, leña y sangre por doquier. En ocasiones, parecería que se perdía un poco la solemnidad del recinto por las faenas físicas que debían hacerse en él.
Por otro lado, nuestra parashá señala que debía cuidarse que la sal estuviera presente en todos los sacrificios, como explica Rashí: “Existe un pacto que se hizo con la sal desde los días de la creación del mundo, elemento que, a pesar de haber sido separada de las aguas superiores (el fundamento de la sal está en el agua), Dios le prometió que sería elevada a los cielos a través de los sacrificios en el Bet Hamikdash, por medio de la sal y las aguas dulces en el servicio del ‘vertimiento de las aguas’ en Sucot”.
El Sifté Jajamí explica que la intención de Rashí es justificar por qué las aguas saladas también tienen presencia en las ofrendas del mishkán. Por ese motivo, explicó que se sobreentiende que las aguas dulces tuvieran lugar en el santuario, pero además las que son saladas también fueron incluidas en sus servicios.
Las aguas dulces son comparadas a los tzadikim y las saladas a los malvados. Sabemos que en toda ocasión que se deba hacer ayuno público o una tefilá comunitaria es preciso que también se encuentren aquellos que están alejados de sus tradiciones. Así como encontramos que en el incienso una de las once especias era el jelbená, producto que tenía mal olor, y que representa a los malvados, cuyos actos son repulsivos para Dios. Pero aun así, si no se encontraba presente, todo el servicio del incienso quedaba invalidado.
Por esta razón en los sacrificios dieron un importante puesto a los malvados, para que tuvieran la oportunidad de retornar al buen camino, porque más grande es una persona que vuelve en teshuvá, que aquella que ha sido justa toda su vida.
De estas ideas es posible concluir cuál era el verdadero propósito del santuario, pues perdía un poco de su merecida solemnidad y etiqueta para permitir que la gente más arraigada a lo mundano encontrara un lugar afín y desearan aproximarse al soberano del mundo.
En el léxico ortodoxo no existe la palabra templo para describir al recinto donde nos reunimos a rezar al creador del universo, sino Bet Hakneset, casa de reunión, ya que la principal actividad que debe prevalecer en el sitio más sagrado de nuestra comunidad es la unión y la armonía, donde tanto la gente mayor como los jóvenes y niños, encuentren un sitio para compartir juntos, buscando nuestro factor común: la cercanía con Dios.
El término sacrificio en lengua hebrea (korbán) es un testimonio veraz de lo mencionado, pues su raíz está en la palabra kirbá (acercamiento), sin relación alguna con el significado de sacrificio, que bien podría ser flagelación, abnegación y sufrimiento.
En fin, una labor que se considere apta para subir al altar de Dios será aquella que consiga generar en los demás fuertes deseos de acercarse al soberano del universo.
¡Shabat Shalom!
Yair Ben Yehuda