A l final de nuestra parashá está escrito: “Y se levantó Labán por la mañana y besó a sus hijos (nietos) y a sus hijas, los bendijo y se fue, y regresó a su lugar. Y Yaäcov se fue por su camino, y lo encontraron unos ángeles de Dios”.
De manera simple aquí se describe el final del encuentro entre Yaäcov y su suegro Labán. Por fin logra apartarse de quien intentó arrancar el futuro de Yaäcov y de toda su simiente, como es recordado en la Hagadá de Pésaj.
Estos últimos momentos son de suma importancia, pues ahora Yaäcov se verá a sí mismo como una entidad independiente, listo para fundar los pilares del pueblo de Israel.
Explica el “Meshej Jojma”, rabí Meir Simja de Dvinsk, ZT”L: “Quien tiene el mérito de acoger en su casa a una persona elevada y santa como Yaäcov, debería perfumarse de su sabiduría y buenas acciones; y cumplir sobre él mismo lo que está escrito: Quien anda junto con los sabios, él mismo se hace sabio. No obstante, en esta ocasión Yaäcov se fue y Labán regresó a su sitio original, a su situación espiritual anterior, en conocimientos y cualidades humanas. Siguió siendo tramposo y ávido de dinero. No así Yaäcov. Él se fue por su camino, un verdadero justo siempre está andando, en movimiento, subiendo de un nivel a otro en los estratos espirituales, hasta el punto que inmediatamente ángeles celestiales salgan a su encuentro. Como figura en el Tratado de Berajot (64): Los sabios de la Torá no tienen descanso, no en este mundo y no en el que está por venir. Siempre se encuentran en constante crecimiento, en movimiento, nunca permanecen estáticos”.
El mensaje es claro. El conformismo y la falta de motivación al cambio son los principales elementos que generan la inercia. Sin lugar a dudas todos tenemos aspiraciones en la vida. Estamos conscientes de que hay puntos en nuestros hábitos que hay que mejorar, o cambiarlos por otros. Y es absolutamente cierto, ya que nosotros, como entes sociales, constantemente nos comparamos con los demás. En algunos casos reflejamos en otros nuestros errores, y en algunas situaciones envidiamos la armonía familiar o la maravillosa educación de los hijos de nuestros vecinos y conocidos. Estamos totalmente conscientes. El problema está en dar el primer paso, romper la inmovilidad, la comodidad, y lanzarse al camino.
Sin lugar a dudas, Labán observaba la santidad y la forma de vida de su yerno Yaäcov. De hecho, él mismo se dio cuenta de que la bendición que se manifestaba en su casa y negocios se debía a la influencia de Yaäcov. De esta manera, ciertamente comparaba la educación que él le daba a sus hijos y la que recibían sus nietos. La escala de valores que guiaba la vida de sus hijos, y la que guiaba a los hijos de su yerno, etc.
Pero Labán no cambió. De hecho el color blanco (labán) -fuera del color negro- nos propone una imagen austera y un tanto aburrida de la vida, sin variedad alguna. Pero es en el momento que se proyecta y se lanza hacia un prisma, cuando se bifurca y se convierte en un rayo multicolor, en algo donde se percibe la vida.
Así somos nosotros. Todo el tiempo que permanezcamos en el mismo lugar, en el mismo estatus, y no nos atrevamos a enfrentar nuestras dificultades y demás desafíos, no podremos apreciar lo que realmente somos, nuestros múltiples recursos espirituales, y nuestras distintas e interesantes facetas individuales.
Todos tenemos un plan de vida, en lo personal, familiar, social y económico. ¡Es la norma! Pero nuestro patriarca Yaäcov nos dice: “Ten cuidado, no lo dejes en reposo, tómalo y ponlo en movimiento, déjalo correr hacia un plano más elevado, hazlo trascender por sobre lo material. Verás que tú mismo serás influenciado por ello. Disfrutarás de este mundo y del porvenir, después de los ciento veinte años (sanos y buenos)”.
Así como buscamos nuevas y buenas opciones, y no nos conformamos con nuestros logros económicos, en la misma medida debemos hacerlo en la dimensión espiritual.
“Si hay movimiento, hay vida”.
¡Shabat Shalom!
Yair Ben Yehuda