“Y Dios dijo: ¿Acaso ocultaré de Abraham lo que yo hago? Ciertamente Abraham será una nación grande y poderosa, y por su causa serán bendecidos todos los pueblos del mundo”.
Así comenzó una de las negociaciones más famosas e importantes de la historia.
Dios decide borrar una nación entera, quedando de ella únicamente su mal recuerdo. Sedóm y Ämorá se convirtieron en íconos de maldad y corrupción. A tal grado llegó su nivel de degradación moral, que Dios no encontró arreglo alguno para aquella gente; solamente erradicarlos de la faz de la Tierra.
Abraham apela por ellos y comienza un “da y quita” entre Dios y él. Nuestro patriarca recurre a la presencia de gente justa, quienes podrían enderezar los caminos inmorales de sus habitantes.
Abraham, como responsable de la población mundial de aquel entonces, y representante de la humanidad entera ante el creador del mundo, utiliza una actitud un tanto atrevida, pues se aproximó a Dios con intención de levantar una protesta, llegando a utilizar un lenguaje un poco osado.
Abraham se disculpa y declara que dicha actitud no es señal de orgullo o prepotencia, sino de preocupación por ese pueblo. “Respondió Abraham, diciendo: He aquí que me atreví a hablar a Dios, y yo soy polvo y ceniza”.
¿A qué se refería exactamente nuestro padre Abraham? Explica rabí Eliyahu Dessler, ZT”L: “Si una persona ha optado por el bien absoluto, e incluso ha alcanzado peldaños elevados en la labor espiritual, todavía se encuentra en peligro, pues si se descuida un momento de comandar y gobernar sobre su corazón, caerá en la trampa del orgullo. Y aun cuando solamente sienta un poco de egoísmo extra al subir peldaños espirituales, es señal de que ha caído y realmente no ascendió de nivel.
Recordemos las maravillosas palabras de Rabenu Bajie: ‘Hay pecados que ayudan a retornar al buen camino, mucho más que todas las buenas y correctas acciones del más justo de los justos [ya que por medio de esos tropiezos la persona se doblega ante Dios constantemente], y hay acciones buenas que afectan al tzadik mucho más que cualquier falta, cuando se aleje de la sumisión y se apegue al orgullo y el amor a las alabanzas’.
Es posible —continúa diciendo rabí Eliyahu— que esto aluda a lo dicho por Abraham Abinu: ‘Y yo soy polvo y ceniza’. Polvo: en lo referente a lo material, ya que él mismo no era absolutamente nada, como la tierra. Ceniza: también en su espiritualidad, pues consideraba que no tenía valor alguno, ya que si la persona hace de sí mismo una idolatría por medio de su propia elevación espiritual, eso mismo se convertirá en cenizas, pues la idolatría debe ser destruida y convertida cenizas”.
De esta reflexión de rabí Eliyahu Dessler es posible develar la verdadera y pura personalidad de Abraham Avinu. ¿Qué fue lo que lo motivó a apelar y luchar por la supervivencia de una nación corrupta, frontalmente opuesta a sus principios de vida? “Por un lado”, declara Abraham, “si quieres acabar con esas personas, debes saber que sus propios pecados, en el momento que reflexionen y caigan en su error, servirán para que hagan teshuvá de corazón y se acerquen a ti [para ello era necesario la presencia de cierta cantidad de justos que les enseñen el camino correcto], pues les darán la fuerza para someterse ante ti. Y por otro lado, me consideras una persona realmente elevada, y tal vez me usas de referencia para justificar la aniquilación de Sedóm, pues la presencia de un justo propone una acusación silenciosa a quien no lo es: debes saber que no soy nada, que no tengo méritos propios, no en el plano físico, ni en el espiritual; soy polvo y cenizas”.
Esta era la verdadera esencia de Abraham: declararse, sentirse y comportarse como un absoluto cero a la izquierda.
¿A cuántos de nosotros no nos gusta que nos vean haciendo una mitzvá o cualquier otra buena acción? ¡Por supuesto, con la mejor de las intenciones, para santificar el nombre de Dios!
Si pensamos así, estamos muy lejos de parecernos a nuestro gran patriarca Abraham. Las obras de un gran corazón se mantienen en absoluta discreción.
¡Shabat Shalom!
Yair Ben Yehuda