“Y congregó Moshé a toda la comunidad de los hijos de Israel, y les dijo a ellos los mandatos que ordenó Dios para hacer” (35, 1). Aquí empieza, de facto, la construcción del mikdash.
Cada miembro de Am Israel poseía una pieza única y fundamental para la elaboración del santuario de Dios, ya sea en el material necesario o en las aptitudes físicas para construirlo. Había quienes sabían carpintería, otros alfarería, tejido, talabartería, etc. Cada uno hacía su aporte personal para que la presencia divina pudiera reposar dentro de Israel.
Es curioso que en esta ocasión Moshé tuviera que congregar a Israel, es decir, llamarlos a todos en una formación particularmente solemne. ¿Por qué tuvo que congregar de esta manera a todos? ¿Acaso no era suficiente con trasmitir las órdenes y sus detalles a los supervisores y estos al resto del pueblo?
Si ahondamos en el motivo de la construcción del tabernáculo, encontraremos que, de acuerdo a muchas opiniones, fue para expiar el pecado del becerro de oro. Israel se dispersó, se distanció de Dios y de cada uno de sus hermanos. Además, como se sabe, el último Bet HaMikdash fue destruido por la falta de unidad en Am Israel; sin unión no hay santuario.
Moshé deseaba que esta construcción fuera eterna, y por este motivo el primer elemento que utilizó para erigir el mikdash fue la unión entre todo Israel. Sin ello, aunque tuviera las mejores intenciones, no iba a tener suficiente solidez para mantenerse en pie.
A pesar de que en la actualidad no tenemos ni ese ni ningún otro santuario, de cualquier manera la idea original, el concepto puro de lo que tiene que ser ese recinto, descendió a la tierra y encontró existencia dentro de la materia inerte, para así consolidar nuestra relación con el Creador del universo.
Esta idea toma un novedoso giro cuando Moshé insta a todo el pueblo a contribuir con aptitudes físicas para la construcción del mishkán: “Y todo sabio de corazón de dentro de ustedes vendrá y hará todo aquello que comandó el Eterno” (35, 10). ¿Qué significa “sabio de corazón”? La sabiduría es una cualidad puramente intelectual, y el corazón es donde reposan los sentimientos. ¿Qué relación puede haber entre uno y el otro? Además, el pasuk comienza de forma singular y finaliza en plural.
Para responder a la primera pregunta es preciso mencionar lo que dice Shelomó HaMelej: “El principio de la sabiduría es el temor a Dios”. De este versículo se entiende que hay un estrecho vínculo entre los sentimientos y la sabiduría. Inclusive es posible agregar que la primera sabiduría de toda persona es temer de Dios, pues esta es la base de todo, como lo menciona el Rambam. De esta manera, una persona verdaderamente sabia es aquella que consigue delimitar sus sentimientos y logra subyugarlos ante la precisa ejecución de las órdenes de Dios, pues si alguien llegara a considerar que por causa de su enorme amor a Dios debería construir una mesa de los panes de tres metros, o una menorá de ocho, rayaría en la falta de temor a Dios. El mismo amor desfiguraría la relación con nuestro Creador.
Por otro lado, esta orden fue dicha a cada uno de los miembros de Am Israel de forma individual, sin descuidar su sana relación con el resto del grupo, ya que bien podría pensar cada persona, por cuanto el mandato de hacer el mishkán fue dictado para toda la congregación, ¿qué tanto importaría si agrego un toque personal a la construcción y modifico un poquito el plan?
Por ese motivo la Torá nos dice que la unión grupal no absorbe la importancia de cada uno de sus integrantes, siendo esto mismo una unidad necesaria.
Somos todos juntos un solo pueblo, pero mano a mano, necesitamos del sentido de responsabilidad de cada integrante. Así fue como se construyó el primer mikdash, y como será reconstruido el último, dentro de poco en nuestros días.
¡Shabat Shalom!
Yair Ben Yehuda