L os aportes para la construcción del tabernáculo comenzaron. Cada uno debía ofrecer aquello que su corazón le motivara dar. “Y habló Moshé a toda la congregación de los hijos de Israel, diciéndoles: Esto es lo que ordenó el Eterno, diciendo: Tomen de ustedes una dádiva para Dios, toda persona de corazón altruista traerá la aportación de Dios, oro y plata y cobre…” (35, 4-5).
Todos aquellos cuyos corazones los impulsaron, y a quienes su espíritu les motivó, salieron de inmediato a cumplir la orden de Moshé. Esta actitud expió gran parte del pecado del becerro de oro, pues con agilidad y presteza para el cumplimiento de una mitzvá es que se puede borrar el impulso y la voluntad utilizados al pecar.
“Y vinieron los varones a la mujeres, todo altruista trajo brazaletes y sarcillos y anillos y alhajas, cualquier objeto de oro, y toda persona elevó una ofrenda de oro para Dios” (35, 22)
Dice el Kelí Yakar, ZT”L: “Me parece explicar que esta es una verdadera alabanza a las mujeres, ya que de acuerdo a la ley, no tendrían por qué traer ninguna joya para el tabernáculo. Los varones estaban comprometidos a traer objetos, pues por medio de ellos expiarían el pecado de haber aportado oro para la elaboración del becerro, pero las mujeres se negaron rotundamente a contribuir a dicha empresa, por lo tanto no estaban obligadas a tomar parte en el santuario. Pero aun así, por el simple cariño que tenían a todo lo relativo a la santidad, no escatimaron en aportar materiales y esfuerzos.
De cualquier manera, las mujeres no quisieron traer personalmente en sus manos dicha contribución a Moshé, para que no pensara que ellas tuvieron algo que ver con el pecado del becerro. Por esa razón está escrito que todo aquel cuyo corazón lo eleve, deberá traer él mismo, para que así expíe su pecado. Pero las mujeres, que no tenían que expiar ningún pecado, aportaron sin traer.
No obstante, por el hecho de estar escrito que fueron los hombres a las mujeres, se entiende que los hombres tomaron por fuerza el oro de las mujeres para contribuir al mishkán (tabernáculo), ya que ellas no querían que sospecharan que tuvieron parte en la elaboración del becerro de oro. Por eso y no por falta de ganas de contribuir para el mishkán, ya que más adelante figura en la Torá que las mujeres tejieron con sus propias manos las cortinas del mishkán, pues en él no cabía ninguna sospecha de pecado”.
En no pocas ocasiones escuchamos que las mujeres se encuentran un tanto marginadas de la vida judía activa, por el hecho de no tomar parte en la mayoría de las actividades congregacionales. Ellas están exentas de muchas de las mitzvot que los varones cumplen día a día. Sin embargo, de nuestra parashá se entiende que si el pueblo judío ha tenido que sufrir exilios, persecuciones, las destrucciones de los dos templos y demás desgracias, no es por causa de las damas. Ellas se negaron a participar en el becerro de oro, pecado que hemos pagado, y continuamos pagando hasta la llegada del Mashíaj. No por ello dejaron de tener parte en el mikdash, solidarizándose con el resto de la comunidad.
Por este motivo, todo lo que nuestras mujeres hagan para aproximarse a Dios, en la medida y la calidad que puedan, es un aporte puro y sincero que no persigue intereses ajenos, ni siquiera la búsqueda de perdón o expiación. Por este motivo, Dios les concedió la sagrada y grandiosa responsabilidad de construir hogares y educar a los hijos, pues así como originalmente, durante la elaboración del mishkán, su contribución fue pura y altruista, de la misma manera será para el establecimiento del núcleo más sagrado e importante del pueblo judío: la formación de las nuevas generaciones.
De esta manera, las verdaderas constructoras del corazón de Israel son nuestras madres, esposas e hijas. Ellas deberán ver en cada actividad del hogar una ofrenda del Bet Hamikdash. Y a cada niño que preparen para estudiar Torá, la preparación de un nuevo cohén para el servicio de la casa de Dios. Así haremos retornar a nosotros la Presencia Divina, tal como era cuando estaba el Bet Hamikdash en pie.
¡Shabat Shalom!
Yair Ben Yehuda