E n nuestra parashá figura la mitzvá más central del Judaísmo: el Shemá Israel, que es la primera frase que la persona aprende en su vida y la última que pronuncia (hasta los 120). Es obligatorio entender su significado, el impacto y la importancia que tiene para nosotros, para nuestro desarrollo como judíos.
“Shemá Israel”, “Escucha, atiende, Israel”. El eterno –Hashem– es señor del universo, fue, es y será. Es Elokenu –nuestro Dios– poderoso y dueño de toda fuerza existente. Él –Hashem–, quien es nuestro Dios, y no es aceptado todavía por los idólatras, será en un futuro un solo Dios, reconocido por todo el mundo. Así explica Rashí.
El Sefer HaJinuj, que hace el listado de las 613 mitzvot, dice: “Esta es la mitzvá que nos obliga a cada uno de nosotros a recibir el yugo de la Torá y las mitzvot”.
Inmediatamente después de entender la realidad de nuestro creador, y la aceptación de sus mitzvot, aparece la primera orden: “Y amarás al eterno tu Dios”. Los comentaristas preguntan: “¿De qué manera se le puede obligar a una persona a amar? ¿Aparentemente depende nada más de sentimientos personales?”. Explica el Sefat Emet, ZT”L: “Dentro de cada uno de nosotros se encuentra un amor innato hacia el creador del universo. Amor que muchas veces no sale a flote a causa de la distancia que guardamos hacia Dios. Con esta orden Dios nos pide retirar cualquier elemento que genere alejamiento entre nosotros y él, y consigamos amarlo con todo nuestro corazón, con nuestra alma y con nuestras posesiones materiales”. Hasta aquí sus palabras.
Es posible agregar una idea más que nos ayudará a conjugar estas dos mitzvot: a de recibir el peso de la Torá y la de amar a Dios. 613 leyes pueden parecer una carga muy pesada, y de hecho lo son; pero la Torá nos revela una fórmula para aligerarla: amando al creador del mundo, reflexionando en todas las bondades que nos ha dado, y continúa dándonos. La vida misma, nuestras capacidades intelectuales y físicas, nuestra familia, la facultad de sentir alegría, la percepción de la belleza, el poder de relacionarnos con él, en fin, nos quedamos sumamente cortos para agradecer aunque sea por una de estas cosas.
De esta manera, y como nuestra lógica simple dictamina, estamos obligados a retribuirle de todas las formas posibles. Lo único que nos pide es escucharlo y esforzarnos a materializar su voluntad, no porque él lo necesite, sino para nuestro bien absoluto. Por ese motivo, después de aceptar sobre nosotros el yugo de la Torá, la única forma de hacerlo placentero y ligero es amando a nuestro creador. Este es el impulso que nos mueve a buscar más y más Torá, más valores y más cercanía con Dios.
¡Shabat Shalom!
Yair Ben Yehuda