La agencia era solo el puesto avanzado de un establecimiento humanitario corrupto
Melanie Phillips*
En las últimas semanas, ha salido a la luz pública información devastadora que detalla las actividades de la Agencia de los Estados Unidos para el Desarrollo Internacional (USAID).
La administración Trump efectivamente ha cerrado USAID, congelando sus programas de asistencia extranjera por un valor de alrededor de 70 mil millones de dólares anuales, y poniendo a la agencia bajo la supervisión del Secretario de Estado Marco Rubio como director interino.
La congelación, según la Casa Blanca, se decidió para erradicar el gasto innecesario en «proyectos favoritos de burócratas arraigados» en la agencia, como los programas de DEI (Diversidad, Equidad e Inclusión) para personas transgénero y turismo. Esto ha desencadenado acusaciones de que se detuvo abruptamente un trabajo humanitario vital, lo que amenaza la vida y la salud de millones de personas en todo el mundo. Pero en realidad se ha señalado que el gobierno permite continuar la ayuda alimentaria de emergencia y otra «asistencia humanitaria para salvar vidas».
Ahora ha surgido información mucho más alarmante, que sugiere que USAID contribuyó en gran medida a la actividad extremista y subversiva. El portal Washington Free Beacon informa que funcionarios estadounidenses actuales y anteriores, que trabajaron estrechamente con la organización, afirman haber visto durante años cómo se canalizaban millones de dólares a organismos dedicados a agredir diplomáticamente a Israel, que estaban vinculados al terrorismo.
Letrero de un proyecto de la Agencia de los Estados Unidos para el Desarrollo Internacional (USAID) en Hebrón, Cisjordania
(Foto: Voice of America)
A principios de este mes, el Middle East Forum informó que USAID otorgó “millones de dólares federales” a “organizaciones controladas por Hamás directamente en Gaza”. En un caso durante la administración Biden, la agencia financió un “centro educativo y comunitario en Gaza” controlado por un grupo local llamado Unlimited Friends Association. El think tank Middle East Forum reportó que este grupo es un representante de Hamás que trabaja para recompensar con dinero a las “familias de los mártires” en Gaza, y que “promueve una retórica virulentamente antisemita en sus redes sociales”.
Otro informe publicado el mes pasado por ONG Monitor, grupo que supervisa las actividades de organizaciones no gubernamentales, citó millones de dólares en fondos de USAID otorgados a dos organizaciones sin fines de lucro, Mercy Corps y American Near East Refugee Aid, que «se han coordinado estrechamente con un ministerio con sede en Gaza, dirigido por un alto funcionario de Hamás identificado por el Departamento del Tesoro de EEUU como responsable de parte de las operaciones de contrabando de Hamás».
La financiación de USAID a grupos extremistas, según Washington Free Beacon, causó fricciones internas en varias administraciones estadounidenses. En algunos casos, la agencia bregó por ocultar cómo se gastaba el dinero público. Los funcionarios de la agencia también lucharon contra la formulación de políticas pro-Israel en el Departamento de Estado, instando a los funcionarios a reducir la cantidad de declaraciones que elogiaban al Estado judío.
Durante la guerra en Gaza posterior a las atrocidades del 7 de octubre de 2023, la agencia mostró un feroz prejuicio contra Israel; lo acusó falsamente de bloquear el envío de ayuda humanitaria, ignorando el hecho de que Hamás estaba robando esa ayuda para su propio uso y para venderla en el mercado negro con el fin de financiar sus actividades terroristas, e incluso instó al gobierno de Estados Unidos a poner fin a la ayuda militar a Israel.
En el furor que ha estallado en torno a USAID, se ha prestado relativamente poca atención a la funcionaria que la dirigió durante los últimos años.
Samantha Power, quien fue designada por el expresidente Joe Biden para dirigir USAID en 2021, fue una asesora cercana del expresidente Barack Obama. En 2003 ganó un premio Pulitzer por su libro sobre la respuesta de la política exterior de Estados Unidos al genocidio. En 2002 se le había preguntado, como un “experimento mental”, qué le aconsejaría hacer al presidente de Estados Unidos con respecto al conflicto entre Israel y Palestina “si una de las partes comienza a parecer que podría estar avanzando hacia el genocidio”.
Power respondió a esta pregunta —ya de por sí ideológicamente cargada— que era necesario que existiera una voluntad de “arriesgar algo” para ayudar a mejorar la situación. Esto podría significar, dijo, “alienar a un electorado nacional de enorme importancia política y financiera” —con lo que obviamente se refería a los judíos estadounidenses—, e invertir miles de millones de dólares “no en el ejército de Israel, sino en el nuevo Estado de Palestina”.
Con esto, ella quiso decir que apoyaría “una fuerza de protección gigantesca” que tendría que ser “una presencia militar significativa”.
La agencia financió un “centro educativo y comunitario en Gaza” controlado por un grupo local llamado Unlimited Friends Association. El Middle East Forum reportó que este grupo es un representante de Hamás que trabaja para recompensar con dinero a las “familias de los mártires” en Gaza, y que “promueve una retórica violentamente antisemita en sus redes sociales”
Evidentemente, Power no estaba hablando de invadir Gaza o los territorios en disputa de Judea y Samaria para impedir que los palestinos cometieran genocidio contra Israel. Ella se refería a invadir esas áreas para impedir un presunto “genocidio o graves abusos de los derechos humanos” por parte de Israel contra los palestinos. Se trata, por supuesto, de la misma difamación que se ha lanzado contra Israel durante su justa guerra de defensa contra el genocidio, desde la matanza de 1200 personas liderada por Hamás el 7 de octubre de 2023 y el secuestro de 251 rehenes hacia Gaza.
Power también sugería que defender a Israel no era una causa que debería ser apoyada por los estadounidenses y la gente decente en todas partes, ni aceptaba que la gran mayoría de los estadounidenses apoyan efectivamente a Israel. En cambio, insinuó, las únicas personas que podrían sentirse alienadas por la invasión de Israel serían los judíos estadounidenses que, a sus ojos, ejercen un tremendo poder político y financiero sobre la política de EEUU.
Posteriormente, Power dijo sobre esos comentarios que no podía recordar lo que había dicho, y que no entendía lo que había querido decir.
Tal vez una pista se encuentre en lo que le declaró al New Statesman sobre las actitudes hacia Obama durante su primera campaña presidencial: “Gran parte de esto tiene que ver con ‘¿Va a ser bueno para los judíos?’”. O cuando lamentó la tendencia de los responsables políticos estadounidenses “a ceder ante las evaluaciones de seguridad israelíes y a reproducir las tácticas israelíes”.
En otras palabras, Power, quien nació y pasó sus primeros años en Irlanda, tiene un problema no solo con el Estado de Israel, sino con los propios judíos. Por lo tanto, no es de extrañar que ella y su agencia hayan desempeñado un importante papel en la diabólica embestida contra Israel y los judíos que ha consumido a Occidente desde las atrocidades del 7 de octubre.
Devota de la cultura de los “derechos humanos”, que constituye la ortodoxia indiscutible en los círculos “progresistas” occidentales, Power es la encarnación viviente de la forma en que los “derechos humanos” se han convertido en el yunque sobre el que se aplastan la justicia y la conciencia.
La exdirectora de USAID Samantha Power, quien nació y pasó sus primeros años en Irlanda, tiene un problema no solo con el Estado de Israel, sino con los propios judíos. Por lo tanto, no es de extrañar que ella y su agencia hayan desempeñado un papel importante en la diabólica embestida contra Israel y los judíos que ha consumido a Occidente desde las atrocidades del 7 de octubre
USAID no es más que un puesto avanzado del establishment internacional humanitario y de los “derechos humanos”, que ha sido totalmente capturado por las clases “progresistas” liberales antiisraelíes, antioccidentales y anticivilización. Toda esa red —la Corte Penal Internacional, la Corte Internacional de Justicia, el ejército de abogados de derechos humanos que se dedican a la “guerra legal”, las Naciones Unidas y sus numerosos organismos, las grandes ONG como Amnistía Internacional y Human Rights Watch— está orientada a difamar, demonizar y deslegitimar a Israel, al tiempo que blanquea y apoya a quienes están empeñados en destruirlo.
El presidente estadounidense Donald Trump ha reconocido cómo se han corrompido estas instituciones. En consecuencia, durante sus primeras semanas en el cargo las ha atacado con un soplete.
Ha retirado a Estados Unidos del Consejo de Derechos Humanos de la ONU; ha ampliado la prohibición de financiar a la Agencia de las Naciones Unidas para los Refugiados Palestinos (UNRWA), que como se ha revelado es indistinguible de Hamás; ha iniciado el proceso de retirada de la Organización Mundial de la Salud; ha pedido que se revise la participación estadounidense en la Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura (Unesco) con sede en París, y ha iniciado una revisión del financiamiento estadounidense a las Naciones Unidas, a la luz de “las enormes disparidades en los niveles de financiación entre los diferentes países”.
El mundo “liberal progresista” está horrorizado y consternado por todo esto; pero la gente sensata y cuerda debería aplaudirlo. La cultura universalista de los derechos humanos y el establishment “humanitario” han hecho una burla de las elevadas causas de justicia, compasión y alivio de los oprimidos que dicen defender, pero que han convertido en sus polos opuestos. Promoviendo en cambio mentiras, odio e incluso terrorismo, han desviado a Occidente de su brújula moral, y son en gran medida responsables de la locura asesina que consume al llamado mundo civilizado desde la masacre del 7 de octubre en el sur de Israel.
Solo cuando este establishment maligno haya sido derribado de su pináculo cultural, tendrá la sociedad occidental alguna posibilidad de emerger del pozo negro político y filosófico en el que ha caído.
*Periodista y escritora británica.
Fuente: Jewish News Syndicate (jns.org).
Traducción Sami Rozenbaum / Nuevo Mundo Israelita.