Una razón fundamental del estallido de los “campamentos”
Ignacio Montes de Oca*
(Imagen: redes sociales)
Muchas universidades estadounidenses, algunas de reconocida trayectoria, se han trasformado en reductos de antisemitismo violento, expresado a través del apoyo a los palestinos. Existen motivos multimillonarios para ese fenómeno, ligados a los petrodólares.
Para explicar los motivos de esta oleada de judeofobia universitaria vamos a usar como punto de partida un estudio de Michael Bard y el reporte del Network Contagion Researh Institute (NCRI).
La Sección 117 de la Ley de Educación de Estados Unidos obliga a las universidades a declarar los fondos recibidos desde el extranjero por más de 250.000 dólares. Recién a partir de 2019 las autoridades comenzaron a exigir más trasparencia. Hasta entonces, los campus solo publicaban esta información por iniciativa propia.
Según cifras del Departamento de Educación estadounidense, entre 1986 y octubre de 2022 las universidades recibieron fondos extranjeros por un total de $ 44.000 millones, de los cuales $ 10.826 millones provinieron de instituciones, gobiernos e individuos árabes. El NCRI calcula que el total de donaciones no declaradas provenientes de gobiernos con regímenes autoritarios alcanza a los $ 13.000 millones. Son cifras astronómicas, y queda claro que semejante aporte no se hizo por beneficencia sino con una contraprestación.
Entre 1986 y octubre de 2022 las universidades recibieron fondos extranjeros por un total de $ 44.000 millones, de los cuales $ 10.826 millones provinieron de instituciones, gobiernos e individuos árabes. Son cifras astronómicas, y queda claro que semejante aporte no se hizo por beneficencia sino con una contraprestación
Es que, a cambio, las universidades comenzaron a aceptar la “sugerencia” de abrir cátedras y centros de promoción islámica, en los que se incorporaron muchos profesores radicalizados que desde el 7 de octubre han sido la vanguardia de las expresiones de judeofobia universitaria. Ese antisemitismo se encontró con autoridades que toleran en gran medida las prédicas públicas de odio e incluso actos de violencia contra los estudiantes judíos. El lubricante financiero, los contratos y compromisos a largo plazo y la dependencia explican esta postura.
El estudio del NCIR indica que entre 2015 y 2020, en las universidades que recibieron más donaciones no declaradas, los incidentes antisemitas fueron un 300% mayores que en las que no aceptaron las donaciones, contratos y dádivas.
En el ranking de donantes realizado por Bard, Catar encabeza la lista con $ 5177 millones, seguido por Arabia Saudita con $ 2977 millones, los Emiratos Árabes Unidos con $ 1289 millones, y Kuwait con 1177 millones. Incluso hay $ 10,1 millones de la Autoridad Palestina.
En contraste, las donaciones gubernamentales, declaradas o no, provenientes de Israel alcanzan apenas 303 millones de dólares desde 2003. Sumando a los empresarios y egresados judíos locales, que representan un número importante de donantes, la diferencia sigue siendo abismal.
Empecemos por la lista de beneficiarios. En cada caso vamos a acompañar las cifras con el modo en que se fue expresando el antisemitismo en los campus. No vamos a poner las 285 instituciones, sino las que recibieron más petrodólares de acuerdo con Bard y el NCRI.
Patrick Day, estudiante de Cornell de 21 años, detenido por incitar a matar estudiantes judíos a través de sus redes sociales
(Foto: Daily Mail)
Cornell recibió $ 750 millones para construir una sede de su Facultad de Medicina en Catar, y donaciones anuales regulares por $ 99.999.999 entre 2012 y 2019 desde el mismo gobierno. De acuerdo con el NCRI, Cornell recibió un total de $ 1289 millones no documentados.
La abogada Marina Medvin explicó por qué el MIT no actuó contra los judeófobos: el 30% de sus estudiantes son extranjeros y solo 6% judíos. Si las autoridades del MIT denunciaban a los antisemitas, los exponían a la deportación y con ello a la furia de los donantes árabes
Claudine Gay no entendió que su cargo como rectora de Harvard también “dependía del contexto”
En los campus norteamericanos instalados en suelo islámico no se aceptan profesores judíos —de hecho tienen el ingreso prohibido en gran parte de los Estados de la región— ni expresiones de diversidad sexual
El “campamento” establecido por estudiantes a favor de Hamás en la Universidad de Columbia es el más conocido. Llama la atención que todas las carpas son iguales, y además son las mismas usadas por manifestantes de otras universidades, lo que prueba que se trata de una campaña muy bien financiada y coordinada
(Foto: @israelforeverfoundation)
El enorme campus de la Universidad de Nueva York en Abu Dhabi, Emiratos Árabes Unidos
(Foto: vinoly.com)
La lista de universidades y aportes es muy extensa, más de 280, pero ya tenemos una idea del grado de penetración financiera de los fondos árabes. Con solo ver cómo se posicionan esos fondos sobre el total, es posible establecer por qué no se trata de un reporte sesgado.
¿Existe una relación directa entre la llegada de fondos desde países donde los judíos son rechazados y la reacción judeófoba en las instituciones beneficiadas? ¿La tolerancia de los decanos tiene un trasfondo material? Para responder tenemos que volver al trabajo del NCRI.
Por más dinero que envíen los mecenas árabes o de otros Estados que buscan comprar complacencia y puntos de vista entre los estudiantes, el vaciamiento reputacional puede tener un efecto devastador y llevar años para recuperarse cuando se le quiera revertir
Al comparar el nivel de expresiones y actos antisemitas en universidades que recibieron fondos de países con regímenes autoritarios con las que no los recibieron, se descubre que hay una diferencia que llega al 300%. Es un diferencial extremadamente alto.
El estudio se hizo con un complemento de entrevistas a estudiantes, en las cuales se les interrogó sobre temas vinculados a estereotipos como “Israel no tiene derecho a existir”, “los judíos son comparables a los nazis” y “los judíos de EEUU se preocupan más por Israel que por su país”. El resultado en todos los casos demostró que las respuestas más agresivas hacia los judíos se daban en aquellas instituciones que habían recibido dinero sin documentar desde el Medio Oriente. No hace falta abundar sobre la relación directa entre causas y consecuencias.
Desde 1998, la corona de Catar ha financiado la instalación de siete universidades de EEUU en su “Ciudad de la Educación”. Las universidades con sucursal catarí son Cornell, Georgetown, Northwestern, Virginia, Texas, Carnegie Mellon y Georgetown. Su instalación fue pagada por el gobierno local, e incluye giros anuales a las universidades.
Vista aérea de la “Ciudad de la Educación” de Catar, donde no existen las libertades de los países de origen de esas instituciones y los judíos están vetados
(Foto: forbes.com)
Es importante señalar que en su territorio, los cataríes no aceptan las libertades vigentes en los países de origen. En los campus norteamericanos instalados en suelo islámico no se aceptan profesores judíos —de hecho tienen el ingreso prohibido en gran parte de los Estados de la región— ni expresiones de diversidad sexual. La Universidad Northwestern fue escenario de esa intolerancia: en febrero de 2020 los miembros de la banda libanesa Mashrou Leila fueron invitados a un debate en el campus de esa universidad en Catar, pero el evento se canceló por orden de las autoridades locales porque su cantante expresaba públicamente su homosexualidad.
Según el trabajo de Bard, las universidades de Indiana, Wisconsin, Michigan y Minnesota rechazaron el financiamiento árabe tras serle negada la visa a cuatro profesores judíos para ingresar a Arabia Saudita para ser parte de un programa de formación en la Universidad de Riad.
La Universidad de Harvard tuvo que anular un contrato con Arabia Saudita por $ 5,5 millones para formar profesores de ese país por la restricción para contratar profesores judíos, y el MIT anuló otro convenio similar por $ 2 millones con los saudíes por idéntica prohibición.
Esa intolerancia no tiene reciprocidad en territorio estadounidense. Paradójicamente, la libertad religiosa y de expresión se enarbola como una bandera para recibir el financiamiento árabe, y las restricciones vigentes en los países donantes no afectan el ánimo de recibir dinero desde ellos.
El despliegue de fanatismo ya provocó el retiro de muchos donantes de las universidades norteamericanas. Henry Swieca, un mecenas de Columbia, renunció al Consejo de Administración y denunció la “cobardía moral” de las autoridades de la universidad.
El empresario judío Leon Cooperman, quien en el pasado donó $ 50 millones a la Universidad de Columbia, anunció públicamente que dejará de aportar dinero por considerar que el decano no está asumiendo su responsabilidad ante el auge del fanatismo.
Erika James, decana de la Universidad de Pennsylvania, admitió días atrás que deben rehacer la relación con los donantes tras los incidentes antisemitas en su recinto. Esa universidad recibió $ 256 millones de fondos árabes según Bard, y $ 292 millones de acuerdo con el NCIR.
La judeofobia expone a las universidades que aceptaron al “Sugar Daddy” del Medio Oriente. Si en un espacio que es la puerta a la vida adulta y productiva dicen que el dinero vale más que la convivencia entre diferentes, entonces tendrán muchos egresados diplomados en intolerancia
Idan y Batia Ofer, mecenas de Harvard, dejaron la Junta Directiva de la universidad y cesaron su contribución ante la falta de respuesta al antisemitismo. “Nuestra fe en el liderazgo de la universidad se ha roto, y no podemos continuar apoyando de buena fe a Harvard», explicaron.
En Harvard hubo otras reacciones. Un grupo de 1600 egresados, incluyendo donantes influyentes como el fundador de Pershing Square, Bill Ackman, y la exdirectora ejecutiva de Victoria’s Secret, Leslie Wexner, han amenazado con retener sus donaciones hasta que las autoridades universitarias tomen medidas ante el auge del antisemitismo y los discursos de odio en el campus.
Por su parte, el exembajador de EEUU Jon Huntsman, el creador de la serie «Ley y orden» Dick Wolf, y el ejecutivo de capital privado Edgar Bronfman Jr. han prometido suspender sus donaciones a la Universidad de Pensilvania.
Además, una carta a 100 rectores que incluyen a los de Yale y Harvard, enviada por un grupo de 40 bufetes de abogados de primera línea de Nueva York, advirtió que, de no cesar los ataques antisemitas, revisarán su programa de contratación de egresados de esas universidades.
La mayoría de los manifestantes antijudíos permanecen constantemente encapuchados para evadir las consecuencias de sus acciones, lo que llama la atención si realmente creen en lo que promueven
Esta amenaza es seria. Relegar o someter a un escrutinio más severo a las promociones que hoy estudian en universidades tolerantes con los discursos de odio no solo afectará la reputación de las casas de estudio, sino también la matriculación y su valor futuro.
Los ingresos filantrópicos simbolizan un 45% de los ingresos anuales de Harvard y 9% de su gasto operativo, según un reporte de la BBC. La misma fuente indica que para el conjunto de la educación superior, las donaciones menores a 5000 dólares representan el 95% de los ingresos.
Es cierto que estas donaciones quizá sean pocas frente a las aportaciones árabes, que incluso pueden reforzarse para auxiliar a las instituciones en peligro. Pero eso solo aumentaría su dependencia, y no solucionaría el problema de un intangible crucial: el prestigio. Por más dinero que envíen los mecenas árabes o de otros Estados que buscan comprar complacencia y puntos de vista entre los estudiantes, el vaciamiento reputacional puede tener un efecto devastador y llevar años para recuperarse cuando se le quiera revertir.
Pero hay otro aspecto aún más profundo y preocupante, que es la ruptura entre el ciclo educativo y la inserción social, que podría crear promociones más interesadas en la épica política que en las habilidades que pudieran adquirir en las universidades. No es un tema simple.
Las universidades son a su vez una caja de resonancia y, de hecho, además de la visibilidad que logran las manifestaciones antisemitas, en ellas se organizaron algunas de las marchas contra Israel que han recorrido las ciudades estadounidenses desde el 7 de octubre. El fanatismo ofrece al integrismo una cantera para reclutar militantes que privilegien la lucha como opción principal de vida y, destilando la militancia más radicalizada, se les facilitaría encontrar cómplices para convertir la retórica en delito y apoyo para lanzar atentados.
Los manifestantes de Columbia han exhibido orgullosamente una bandera del grupo terrorista Hezbolá, probablemente sin tener idea de lo que significa. El fomento del extremismo no deparará nada bueno a la sociedad estadounidense
(Foto: redes sociales)
No es una alerta especulativa. El arresto del estudiante de Cornell que prometía una masacre en el comedor kosher es apenas uno de tantos incidentes intimidatorios. El 8 de noviembre, una mujer de Indianápolis llamada Ruba Almaghtheh estrelló su auto contra la Escuela Israelita de Conocimiento Universal y Práctico. Tras ser detenida confesó que buscaba lastimar a niños judíos “en represalia por la situación de los palestinos”.
El día anterior fue asesinado en California Paul Kessler, de 69 años, cuando un manifestante propalestino irritado por la bandera de Israel que el anciano portaba le arrojó un megáfono y le provocó un traumatismo severo. Son solo algunos de los casos de violencia antisemita.
En un país en el que la compra y posesión de armas de alto calibre y cadencia de fuego es la norma, la prédica antisemita no debe tomarse a la ligera, ya sea por el riesgo que representan los grupos radicalizados como por el que suponen los solitarios en estado de alteración. Mezclar judeofobia con el porte libre de armas es un riesgo enorme para los 5,5 millones de judíos que viven en EEUU, y se repite en otros países con comunidades judías poco o muy numerosas.
*Periodista y escritor argentino.
Basado en un hilo en su cuenta en la red X (@nachomdeo).
Adaptado por Sami Rozenbaum / Nuevo Mundo Israelita.
Las fotos fueron tomadas del mismo hilo, excepto cuando se cita una fuente distinta.
Información del periodista británico Etan Smallman
El problema no se limita a las universidades norteamericanas: hubo 73 incidentes antisemitas en las universidades británicas en las seis semanas posteriores al 7 de octubre; en todo el año 2022 habían sido 56. Hay denuncias similares en Italia, Francia y otros Estados europeos, donde los slogans a favor de los palestinos se combinan con ataques contra los judíos y una tolerancia excesiva desde los claustros. Con la excusa de la situación en Gaza, la judeofobia se esparce.
En Argentina, un grupo de estudiantes judíos de la Universidad de Buenos Aires, la más grande del país con 308.748 estudiantes, presentó una carta pública denunciando el incremento del acoso. En particular señalan a las agrupaciones de izquierda que reivindican las atrocidades de Hamás.
Es fácil corroborar que la coyuntura es tan solo una excusa para el antisemitismo. Un repaso por la actividad de los grupos más activos muestra que no expresan igual furia ante otros conflictos, ignoran las atrocidades de Hamás y no reclaman por los 240 ciudadanos israelíes secuestrados en Gaza.
Esa indignación selectiva y el modo en que se difundió la narrativa judeófoba tiene en las universidades un doble peligro. Por un lado, adjudica a Hamás y sus aliados una representación en las juventudes formadas, y crea una hipoteca antisemita para el futuro de las sociedades.
El dinero que fluye desde el Medio Oriente es el anabólico que alimenta al antisemitismo universitario, y los petrodólares la anestesia que duerme a la reacción que debe ponerle un freno. Ese “correctismo” solo tiene vigencia local. La tierra de los donantes “es una cultura diferente”.
El sistema universitario de EEUU es un espejo en el que puede reflejarse la debilidad de Occidente. La inversión millonaria, con el silencio y la complicidad como contraprestación, ha sembrado una semilla de intolerancia en las nuevas generaciones. Ahora estallaron las consecuencias.
Las universidades deben elegir ahora qué clase de enseñanza imparten. No se trata solo de currículos, sino del estilo de vida que proponen y el sitio que le dan a la tolerancia, la disidencia y la violencia como argumentos. Occidente debería estudiar atentamente la respuesta.
La judeofobia expone a las universidades que aceptaron al “Sugar Daddy” del Medio Oriente. Si en un espacio que es la puerta a la vida adulta y productiva dicen que el dinero vale más que la convivencia entre diferentes, entonces tendrán muchos egresados diplomados en intolerancia.
2 Comments
Hay que educar a los jóvenes con la verdad y la amenaza en perder la sociedad de libertades de la cultura occidental
TODOS ESTAMOS AMENAZADOS
Esto es una desgracia, no solo por la tendencia antisemitista de éstas Universidades de prestigio. Lo grave es que con toda seguridad la trayectoria académica comenzará a debilitarse y a manipularse indebidamente. La calidad de formación se verá afectada lamentablemente.