La crisis es la madre de las oportunidades. Cuando la normalidad y la rutina se rompen, cuando se sacude la calma y la confianza, los patrones de vida se alteran y nacen nuevas oportunidades.
Depende de nosotros convertir esas oportunidades en realidades. Comprender que, si lo permitimos, incluso las nubes oscuras pueden tener un revestimiento de claridad.
En mayo de 1967, la comunidad judía mundial manifestó una unidad sin precedentes para enfrentar el grave peligro que amenazaba a la Tierra de Israel. Las fisuras de larga data que habían fragmentado nuestro pueblo se pusieron de lado por el momento. El enemigo no discriminaba; nos amenazó a todos, y ello nos unió.
Se pasaron por alto animosidades personales y diferencias parroquiales. Los judíos que nunca habían visitado Israel viajaron en masa para ofrecer voluntariamente su ayuda. Judíos que se encontraban viviendo plácidamente en países lejanos contribuyeron con los ahorros de toda su vida en defensa de Medinat Israel. En ese momento, nuestra unidad fue completa.
La crisis inminente mostró una devoción que nunca supimos que poseíamos. A un pueblo que estaba fragmentado un enemigo común lo obligó a encontrar una causa común. La amenaza de un desastre increíble dio lugar a una oportunidad extraordinaria para la unidad y el amor.
Cuando nuestros antepasados se acercaron a la Tierra Prometida, dos tribus, Rubén y Gad, solicitaron permiso para asentarse en tierras fértiles, vecinas pero fuera de Israel. En lugar de alentarlos a unirse a sus hermanos en Tierra Santa, Moisés aceptó con una sola condición: pidió que pelearan junto a sus hermanos en tiempos de guerra (Números, 32).
La respuesta de Moisés es desconcertante. ¿Eran estas tribus una parte integral de la nación solo en la guerra, pero no en la paz? ¿Estas tribus eran prescindibles para la nación mientras su fuerza militar no se viera afectada?
Me gustaría ofrecer una perspectiva diferente. Moisés buscó adivinar la mentalidad de aquellos que estaban dispuestos a separarse de sus hermanos en la búsqueda de ganancias materiales. ¿Se veían a sí mismos como miembros de la nación hebrea, o la promesa de recompensas materiales en la orilla oriental del Jordán les hizo cortar sus lazos con el resto de la nación?
Lo único que podría comprobar su lealtad sería el comportamiento de estas dos tribus en tiempos de guerra. Con sus familias asentadas de manera segura en tierras lejanas, ¿se identificarían con su gente? ¿Arriesgarían sus vidas e integridad física para ayudar a sus hermanos? Formar un ejército para luchar junto con sus correligionarios demostraría su identidad judía.
Las tribus de Rubén y Gad se veían a sí mismas como parte del pueblo judío, pero su carácter comunitario no surgió hasta que las amenazó la guerra. En tiempos de paz, se contentaban con perseguir sus propios sueños lejos del resto de su gente. Por eso, sostienen nuestros sabios, estas dos tribus fueron las primeras en ser exiliadas de su tierra.
Infortunadamente, esta es la otra cara de la moneda. Es cierto que los desastres generan oportunidades para la unidad y la esperanza, pero es frustrante que se necesite una catástrofe para unirnos. ¿Por qué no podemos apreciarnos unos a otros en tiempos de paz como lo hacemos en la guerra? ¿Por qué no podemos mantenernos unidos todo el tiempo? ¿Por qué debemos esperar que una crisis muestre nuestra identidad común?
De hecho, llegará el momento en que la asombrosa unidad actualmente reservada para los tiempos de peligro se convertirá en la norma.
El profeta Isaías prometió que en la era mesiánica, los animales de presa abandonarán su agresividad. «El lobo vivirá con el cordero, y el leopardo se acostará con el chivo; el becerro, el osezno y el buey estarán juntos, y un niño los guiará. La vaca y el oso pacerán juntos … el león y el ganado comerán paja”.
Este particular milagro ya ocurrió una vez. En el arca de Noé, durante el diluvio, los animales sometieron su agresividad y convivieron. El león no atacó a las ovejas y el tigre no acechó al cordero.
Quien fue Rabino Principal de Israel, el rabino Yisrael Meyer Lau, planteó la siguiente pregunta: si el milagro ocurrido en el arca no presagiaba la era mesiánica, ¿por qué Isaías estaba convencido de que anunciaría la edad mesiánica la próxima vez que ocurriese?
En su respuesta, el rabino Lau sugirió que podía establecerse una distinción entre lo sucedido en el arca de Noé y los milagros de la era mesiánica.
En el arca, los animales se unieron contra un enemigo común: el diluvio. Se necesitaban el uno al otro; ellos o sobrevivían juntos o no sobrevivirían. Estaban en el arca gracias a la tolerancia de Nóaj. El no habría dudado en arrojarlos por la borda si reñían entre ellos. Su buena voluntad estaba destinada a servir sus propias necesidades, no las de sus eventuales presas.
En la era mesiánica no habrá un enemigo común. La paz y la seguridad no surgirán por necesidad, sino por elección. No por tragedia, sino por buena voluntad. Los animales salvajes optarán por volverse pacíficos.
Este es un fenómeno que no existe hoy en día. Como Isaías profetizó, cuando presenciemos ese asombroso milagro, sabremos con certeza que ha llegado la era mesiánica.
Si emulamos esa forma de vida hoy, apresuraremos la llegada de la era mesiánica.