Se aproximan los días sagrados. Es un tiempo en que los judíos de todo el mundo se unen en un espíritu de camaradería, abriendo sus corazones para un buen año.
Pero el ambiente de este año ha sido diferente, al enfrentarse con frecuencia unos judíos con otros en amargas controversias.
Rosh Hashaná 5779 llega poco después de la aprobación de la ley que declara a Israel como Estado judío con el derecho de los judíos a su autodeterminación. Los defensores y detractores se han descalificado mutuamente con un lenguaje inapropiado y explosivo. Por un lado, son demasiados los que llaman “racistas” a quienes apoyan la ley; por el otro, demasiados llaman “antisionistas” a los detractores.
Ese lenguaje debe desaparecer. Alimenta las llamas del conflicto llevando potencialmente al odio, incluso a la violencia. Aunque “una palabra es una palabra” y “una acción es una acción”, las palabras llevan a las acciones. Como decimos los rabinos, las personas sabias deben ser cuidadosas con el lenguaje.
En lugar de calificar a los demás, cada lado debería escuchar las preocupaciones del otro, permitiéndole influir en sus propios pensamientos. Escuchar está en el corazón del ritual del shofar de Rosh Hashaná: no se trata solo de que el shofar suene sino, como proclama la plegaria que le sirve de preámbulo, hay que escuchar (lishmóa) su sonido.
Quienes apoyan la nueva ley deberían dar oídos a los asuntos que plantean sus detractores. Específicamente, al tiempo que la “solución de un Estado” gana adeptos entre los judíos de Israel, ¿se negará a los ciudadanos árabes la igualdad del voto? Y debe añadirse: ¿significa un Estado judío un Estado teocrático, en el que la ley judía sea impuesta contra el deseo de muchos?
Esos temores se han incrementado con acontecimientos recientes. Un rabino conservador fue detenido por la policía por llevar a cabo un matrimonio fuera de la jurisdicción del Rabinato Principal, que sigue las rígidas prácticas ortodoxas. También yo, un rabino ortodoxo, he sentido el aguijón del Rabinato: se han rechazado cartas que he escrito para autenticar la judeidad de miembros de larga data de mi sinagoga en Nueva York, donde he servido durante 45 años.
Los detractores de la nueva ley también deben tomar en cuenta los argumentos que plantean quienes la apoyan. Hay demasiadas decisiones de la Corte Suprema de Israel que han alienado a muchos judíos que viven en el país. Mientras que idealmente todas las comunidades deberían estar abiertas a todos, la Corte ha permitido que comunidades árabes excluyan a los judíos, mientras obliga a las comunidades judías a incluir a los árabes. Además, debido a la importancia que se da a la libertad de expresión, cierta retórica de los parlamentarios árabes, que raya en la traición, ha sido permitida en la Knesset. Esto afrenta a algunos judíos israelíes.
Durante mucho tiempo he sentido que los fundadores del Estado debieron ser más asertivos y denominar al país Estado Judío de Israel en 1948, proclamando así su identidad judía desde un principio. Entre otros puntos, esto habría establecido claramente al Hatikva como el himno nacional de Israel, al hebreo como su idioma oficial, a la bandera azul y blanca como su símbolo nacional y la Ley del Retorno como exclusiva para los judíos.
Yo apoyo la Ley de Estado-nación, al tiempo que insisto en que todos los ciudadanos de Israel deben ser tratados con igualdad. Creo fuertemente en extender la mano a nuestros hermanos árabes, y por ello visité la mezquita de Yasuf que fue profanada en 2009, y me acerqué al padre de Mohamed Abu Khdeir, el adolescente palestino que fue muerto en 2014 después de que tres jóvenes judíos fueron secuestrados y asesinados. Les tendí la mano, por mi apasionada creencia en que toda la humanidad, sin importar religión o etnia, es sagrada, y todo ser humano es creado a la imagen de Dios. Para mí, un fuerte sentido de identidad judía no contradice la conciencia universal, sino que es uno de sus prerrequisitos.
Tengo pocas dudas de que los arquitectos de la nueva ley creen que no discrimina a los árabes. Ellos insisten en que la igualdad ya está instituida en otras leyes básicas, que protegen completamente a los árabes y otros no judíos que viven en Israel. Pero considerando el crecimiento del nacionalismo, tanto en Estados Unidos como alrededor del globo, el momento que se escogió para aprobar la nueva ley es sospechoso. Y bien podría ser que los políticos la están usando para ganar puntos.
Debido a estas preocupaciones, siendo yo un ardiente defensor de los asentamientos judíos, creo que la nueva ley debería enmendarse para incluir una simple pero importante frase que aparece en la Declaración de Independencia: “[Israel] garantizará la completa igualdad de derechos sociales y políticos a todos sus habitantes, sin importar su religión, raza o sexo”. Sugiero esta adición porque tales derechos son absolutamente centrales entre los valores judíos. Esa enmienda ganaría el apoyo de muchos de sus detractores a la ley.
La verdad sea dicha, quienes están de acuerdo con la nueva ley tienen más en común que diferencias con quienes no lo están. El asunto lo han politizado demasiadas personas, que han etiquetado a sus oponentes como extremistas. El “punto medio” reconoce que Israel es un híbrido: un Estado democrático judío.
Hay muchas democracias en el mundo, y ninguna es igual a otra. Israel no es simplemente una democracia occidental que se ubica en el Medio Oriente; es una democracia judía, con toda su belleza y complejidad. Y ninguna democracia enfrenta los desafíos existenciales de Israel. A pesar de afrontar amenazas en todas sus fronteras, e incluso desde adentro, Israel hace todo lo que puede para adherir a los principios democráticos. Es difícil imaginar que otras naciones que enfrentaran amenazas similares actuarían de la misma forma.
En este Rosh Hashaná, los que apoyan y los que están en contra deberían recordar que existe una pausa corta pero clara entre los sonidos del shofar. Esa pausa puede interpretarse como una manera de dar a la congregación tiempo para escuchar y asimilar el significado de cada nota individual en sus corazones y en sus almas.
Este es, creo yo, nuestro deber, nuestro tzav hashaá. En lugar de que cada lado del debate demonice al otro, cada uno debe escuchar al otro, verlo como un aliado en el objetivo común de fortalecer a Israel tal como fue originalmente creado: un Estado judío que tiene valores democráticos, inextricablemente integrados, de igualdad para todos sus ciudadanos.
Fuente: The Jerusalem Post. Traducción NMI.