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Rabino Chaim Raitport
¿E
stá trabajando para lograr un objetivo? Los numerosos pasos en el camino son necesarios pero pueden ser tediosos. Imagínese si pudiéramos tener el don de alcanzar nuestra meta sin todo el esfuerzo.
En la lectura de la Torá de esta semana, el pueblo judío experimentó el milagro de la división del Mar Rojo. Moisés les dice: “Quédense quietos y vean la salvación del Señor... El Señor peleará por ti, pero permanecerás en silencio” (Éxodo 14: 13-14).
El Talmud (Sotá 30b) enseña: “En el momento en que los israelitas ascendieron del Mar Rojo… El bebé se sentó sobre las rodillas de su madre, que lo amamantaba. Cuando percibieron la presencia divina, el bebé alzó el cuello, soltó el pezón de su madre, y ambos exclamaron: “Este es mi Dios y yo lo alabaré” (Éxodo 15: 2). Además, “una simple criada vio en el mar lo que Isaías, Ezequiel y todos los demás profetas no vieron” (Mejilta).
Sin embargo, solo tres días después la historia tomó un giro completamente distinto. “Caminaron durante tres días en el desierto, pero no encontraron agua… La gente se quejó, diciendo: ‘¿Qué vamos a beber?” (Éxodo 14: 22-24).
No fue una súplica por agua que fuera respetuosa, sino una queja amarga e insolente (Rashi 14: 25). Además, sus quejas y agravios continuaron a lo largo de su estadía de 40 años en el desierto, fallando una prueba tras otra.
¿Cómo podemos reconciliar a una nación que alcanzó tales alturas espirituales con tamaña infidelidad? Los místicos judíos describen dos tipos de encuentro entre lo divino y lo humano: itaruta de-leyla e itaruta de-letata, respectivamente, “un despertar desde arriba” y “un despertar desde abajo”. El primero lo inicia Dios; el segundo, la humanidad.
Un “despertar desde arriba” es espectacular, sobrenatural y abruma el mundo físico. Un “despertar desde abajo” no tiene tal grandeza; es humano, proviene de nuestro propio compromiso y esfuerzo. En el “despertar desde arriba”, somos receptores pasivos de las bondades de Dios. Esta revelación nos abruma mientras dura, pero luego volvemos a ser quienes somos.
Un “despertar desde abajo”, en contraste, puede no ser espectacular pero nos transforma. Esto quizá explique por qué Moisés tuvo una visión del pueblo judío al final de los tiempos y los envidió. Aunque su generación experimentó las mayores revelaciones, admiró el carácter de los judíos al final del largo exilio.
¿Por qué estaba Moisés celoso? Moisés vio a judíos a los que habían maltratado a través de un tortuoso exilio. Vio a judíos a los que habían afligido material, emocional y físicamente, que estaban envueltos en una oscuridad espiritual, sin dirección, a un nivel anímico inferior que el de las generaciones anteriores.
Y sin embargo vio a judíos que, a pesar de las circunstancias y de las dificultades, se aferraron a su tradición. Vio a personas que, no obstante todo lo que habían pasado, aún mantenían la iniciativa de permanecer conectados con su Creador. Él los vio y los envidió. Es el esfuerzo lo que hace que el logro sea tuyo. Los obsequios pueden ser agradables, pero el esfuerzo personal es envidiable.
¿Está trabajando para lograr un objetivo? Los numerosos pasos en el camino son necesarios pero pueden ser tediosos. Imagínese si pudiéramos tener el don de alcanzar nuestra meta sin todo el esfuerzo.