Un periodista estadounidense de origen judío que cubría la Segunda Guerra Mundial hizo una breve escala en el entonces Mandato Británico de Palestina, y decidió quedarse por unos días. La descripción que hace de esa estadía, que publicó con el título de “Diez días tranquilos en Palestina” en su libro de 1946 The Great Challenge (“El gran desafío”), es una fascinante ventana a cómo se vivieron tan dramáticos días en Eretz Israel. Leer sus bien informadas reflexiones resulta muy apropiado en la celebración de los 75 años del Estado judío
Nunca pensé que visitaría el Beluchistán. Era un nombre y una mancha en el mapa. El avión descendió allí el día en pie abandonamos la India. Después, fuimos a Arabia y al Iraq. Tenía prisa por volver a Nueva York, y confiaba en que no hubiera largas esperas.
El horario decía «Almuerzo en Kallia», a orillas del Mar Muerto. Es el lugar más bajo de la superficie de la tierra y la sede de fábricas de productos químicos. Desde Basora telegrafié a Gershon Agronsky, director del Palestine Post, un diario en lengua inglesa de Jerusalén [actual The Jerusalem Post – Nota del Editor], y le pedí que bajara a comer conmigo. Le indiqué que invitara a otros amigos. Gershon estaba en Sudáfrica, en una misión sionista. Su esposa Ethel hizo el viaje de hora y pico a Kallia. Con ella estaba Ida Bloom Davidowitz, una buena amiga, natural, como yo, de Filadelfia.
Me preguntaron qué planes tenía. Les señalé el gigantesco hidroavión que se balanceaba sobre el agua verde a cien metros de distancia y les dije que lo lamentaba, pero que quería Ilegar cuanto antes a casa. Esperaba estar en Nueva York pasados cinco días. Ethel insistió en que hiciera una visita a Jerusalén. Le contesté que era imposible: si abandonaba mi prioridad en el avión, podía tardar semanas o meses en conseguir otra. Tenía que marcharme dentro de media hora cuando el aparato levantara el vuelo.
Mis amigas trataron de convencerme, pero me resistí. Finalmente, me dije «¿Por qué no?». Con una completa irresponsabilidad, hice que descendieran mi equipaje del avión y nos fuimos a Jerusalén, una de las más bellas ciudades del mundo. En el camino, vimos a los británicos que abrían túneles en las pardas y yermas alturas y construían defensas con sacos de arena. El general nazi Rommel estaba a tres horas de marcha de El Cairo y amenazaba el Canal de Suez. Si conseguía irrumpir, estaría en Palestina a los pocos días.
Una vez más, como en 1919, 1920 y 1934, contemplé los olivares de Getsemaní, seguí la Vía Dolorosa, me detuve ante el trágico Muro de las Lamentaciones y admiré la Mezquita de Omar. Cada piedra de Jerusalén nos habla de la historia antigua. Algunos escenarios son páginas de la Biblia.
Junto a la vieja, hay ahora una Jerusalén nueva, moderna, cómoda y limpia. Fue construida por los judíos que inmigraron en los últimos cincuenta años para establecer un hogar nacional. Los judíos están orgullosos de sus realizaciones como constructores. Fui invitado a ir al norte, para recorrer los asentamientos agrícolas establecidos por los precursores judíos en Galilea y el valle de Esdraelon. En estas zonas, los judíos procedentes de los guetos de Polonia, la Rusia zarista, Rumania y otros países y, en algunos puntos, los miembros de la nueva generación nacida en Palestina, han conquistado los yermos rocosos y los pantanos infestados de paludismo y los han convertido en jardines pródigos, donde viven organizados en comunidades agrícolas igualitarias llamadas Kibutzim o Moshavot.
No visité estas colonias en parte porque ya estaba al tanto de lo mucho realizado, en parte porque estaba abrumado por las impresiones y el cansancio de la India, y porque me interesaba más el problema político central de Palestina, el problema árabe-judío [Nota del Editor: obsérvese que en ninguna parte del texto se hace referencia a los árabes como “palestinos”].
Los árabes habían estado celebrando las victorias de Rommel sobre el ejército británico. En las aldeas árabes estaban preparados los carteles y las banderas que iban a saludar la entrada de Rommel en Palestina. Los nazis y los árabes habrían realizado juntos un magnífico pogromo
Los árabes habían estado celebrando las victorias de Rommel sobre el ejército británico. En las aldeas árabes estaban preparados los carteles y las banderas que iban a saludar la entrada de Rommel en Palestina. Los nazis y los árabes habrían realizado juntos un magnífico pogromo. Sin embargo, cuando indique a algunos judíos norteamericanos amigos, gentes de dinero y pasaporte, que se refugiaran en los Estados Unidos hasta que la guerra acabara, me miraron como si estuviera loco. No estaban dispuestos a desertar. Si Rommel llegaba y los árabes trataban de realizar una matanza de judíos, lucharían al lado del medio millón de judíos de Palestina. Había varias organizaciones judías paramilitares, armadas y preparadas para la resistencia. Otros jóvenes judíos se alistaron en el ejército británico y lucharon en Egipto y Libia y, posteriormente, en Italia. Los árabes eran antibritánicos y se negaban a ayudar en la guerra contra el Eje.
Los judíos se mostraban bravos y decididos, sin la menor señal de pesimismo y depresión. Trabajaban y edificaban corno de costumbre.
Voluntarios de la Brigada Judía del ejército británico desfilan por Tel Aviv en 1942
(Foto: Wikimedia Commons)
El sionismo trata de establecer un Estado o comunidad de judíos en Palestina. Para lograr esto, quiere que los judíos lleguen a constituir la mayoría de la población del territorio. La población consiste ahora aproximadamente en medio millón de judíos y un millón de árabes [Nota del Editor: recuérdese que la Palestina británica abarcaba los actuales Israel, Cisjordania (Judea y Samaria) y la Franja de Gaza]. Los expertos dicen que, con los riegos, la electrificación y la industrialización, Palestina puede sostener a varios millones de personas más. «Si me olvido de ti, ¡oh, Jerusalén!, que se paralice mi mano y se me pegue la lengua al paladar», canta el salmista. La nostalgia judía de Palestina ha sobrevivido a los siglos de dispersión. Para muchos judíos devotos, Palestina está inextricablemente enlazada con su religión. Para muchos judíos no religiosos, Palestina es una religión. El sionismo brota primordialmente del ansia por un hogar, por un lugar de nacimiento, por el lugar de nacimiento de un pueblo que ha vivido en muchos países, pero siempre viviendo la vida de otros pueblos, nunca la propia vida, con propio gobierno y en la propia casa.
El cordón umbilical de la historia liga a innumerables judíos con Palestina. Millones que nunca estuvieron allí y no esperan estar allí nunca se conmueven con el sueño de la restauración de la nación judía. Esto es una emoción y, por tanto, no necesita ser explicado. Solía sentirla como joven sionista en Filadelfia. Me alisté en el Batallón Judío del Ejército Británico y fui en 1918 a Palestina, donde permanecí hasta 1920. Ya no siento esa emoción. Comenzó a evaporarse en Palestina. Mi interés en el sionismo y mi interés especial en los asuntos judíos en general me abandonaron completamente entre 1921 y 1939, período pasado en Europa. Me absorbían cuestiones sociales, económicas y políticas de mayor alcance. Comprendo por qué se concentran los judíos en el penoso problema judío.
Para muchos judíos devotos, Palestina está inextricablemente enlazada con su religión. Para muchos judíos no religiosos, Palestina es una religión
Me expuse a Palestina durante un mes en 1934 y durante esos diez tranquilos días en 1942, pero no renació la emoción de mi juventud por el sionismo. Además, creo que ninguna nación —y menos una nación pequeña como la de los judíos— puede resolver sus problemas en el aislamiento. ¿Cuántas naciones se han ido al traste en los años recientes en su propio territorio? Palestina tiene belleza y muchos de sus judíos viven en ella vidas felices y útiles. Su felicidad es un producto de una sensación de creación y de estar echando raíces. Están construyendo. Construyen casas, granjas, fábricas, caminos, calles, hospitales y escuelas, pero todas estas cosas materiales se incorporan a algo espiritual: un hogar nacional. Los sacrificios que hacen son impresionantes. La Palestina está bañada en sangre y saturada de idealismo. Tiene sus especuladores, explotadores y logreros. Pero son una minoría. La grandeza del propósito hace a las gentes más grandes de lo que son. En Palestina, se tiene la impresión de que la realización total es mayor que la suma de las realizaciones individuales de la comunidad. El exceso es probablemente lo que entendemos por cultura, cultura en el sentido de vida comunal civilizada.
A pesar de su inclinación sentimental por Palestina, muchos judíos de Europa optarían, si se les diera la opción, por Norteamérica. En realidad, es posible que se trasladaran a Norteamérica algunos judíos de la propia Palestina. Pero Estados Unidos, cuyos habitantes, con la excepción de unos cuantos pieles rojas, son los hijos de inmigrantes y refugiados, están cerrados salvo para un puñado. Aunque no llegan al nivel normal de su población, los Estados Unidos, del mismo modo que los otros países grandes y poco poblados —Australia, Canadá, la Unión Soviética, Argentina y Brasil, por ejemplo—, no quieren inmigrantes judíos.
No queda más que la pequeña Palestina.
No hay palabras adecuadas para describir los horrores que sufrieron los judíos en la Europa ocupada por Hitler. Se dice fundadamente que perecieron durante la segunda guerra mundial cinco millones de judíos, cinco millones de los siete millones de judíos de Europa [Nota del Editor: durante los Juicios de Núremberg, que se llevaban a cabo durante la publicación del libro de Fischer, se estableció la cifra conocida de seis millones]. Murieron, no en bombardeos o batallas —aunque las acciones de guerra también reclamaron muchas vidas judías—, sino asesinados deliberadamente y a sangre fría. «Tú, tú y tú, para la cámara de gases; tú, tú y tú, para el horno de incineración; tú, tú y tú, a trabajar hasta que no podáis trabajar con vuestras raciones de hambre y, después, también al horno». Cinco millones de seres humanos fueron matados con extraordinaria eficiencia. Los nazis mataron a los alemanes antinazis con el hacha medieval. Mataron a los judíos con la química y la física modernas.
No es extraño que los judíos no quieran quedarse en la Europa envenenada por Hitler. Incluso antes del advenimiento de Hitler, los judíos de muchos países estaban sometidos a una discriminación racial indecorosa. La Unión Soviética era el único país donde el gobierno ponía mala cara al antisemitismo y lo castigaba y donde la persecución racial había desaparecido como una activa fuerza social. [Nota del Editor: siendo simpatizante del comunismo, Fischer ignoró o quiso ignorar el antisemitismo soviético, igual que las atrocidades de Stalin]. En los demás sitios de Europa y del mundo, los judíos sufrían determinadas incapacidades y nunca fueron plenamente aceptados como miembros iguales de la sociedad.
En Estados Unidos, los judíos disfrutan de una completa libertad legal, política, religiosa y económica. Tienen sus genios, sus triunfos, sus criminales y sus fracasos. Oficialmente, Estados Unidos no reconoce diferencias entre judíos y no judíos. Pero hay norteamericanos y grupos de norteamericanos que sí las reconocen. Millones de norteamericanos cristianos evitan las asociaciones personales con los judíos o reducen estas asociaciones a un mínimo. Hay hoteles «selectos» y hoteles para «clientela cristiana únicamente». Esto no es muy cristiano. La renuencia a asociarse con judíos no tiene fundamento en el olor, el color, la riqueza, las maneras, la instrucción, el talento, la cordialidad o la capacidad en el trato social. En todos los aspectos, los judíos son los iguales de los cristianos. ¿Es acaso la religión lo que abre el abismo? El deseo de los cristianos de separarse de los judíos les hace hasta abandonar los nombres de la Biblia. ¿Cuántos cristianos se llaman ahora Abraham como Lincoln, Isaac como Newton, Jacob como Astor, Benjamín como Franklin, Elihu como Root, Noah como Webster, o Sara, Lea y tantos otros nombres? Y como los cristianos consideran los nombres bíblicos como especialmente judíos, los mismos judíos tienden a preferir los nombres anglosajones o franceses.
“El privilegio del uso de esta piscina está restringido a gentiles aprobados”. Letrero antijudío en el Club de Natación Meadowbrook, Maryland, a mediados del siglo XX
(Foto: ADL)
Uno de los peores males de nuestra civilización es el deseo de las gentes de escapar a sí mismas. El antisemitismo refuerza este deseo en muchos judíos. Les hace incurrir en una afectación patológica. Creen que un judío no puede llegar a ser magistrado de la Suprema Corte o director de un periódico. Las incapacidades que los gentiles atribuyen a los judíos hacen que estos se atribuyan muchas incapacidades más.
Muchos judíos ven la necesidad de que haya por lo menos un lugar en el mundo donde los judíos puedan ser judíos porque quieran ser judíos, y no porque los demás no les quieran.
Algunos judíos afirman que el judaísmo se refiere exclusivamente a la religión. Esta afirmación es ridícula. Un gran porcentaje de judíos norteamericanos no son religiosos y, sin embargo, se sienten judíos, sienten el lazo de la sangre o del común origen cultural. O el antisemitismo les hace sentirse judíos.
Muchos judíos ven la necesidad de que haya por lo menos un lugar en el mundo donde los judíos puedan ser judíos porque quieran ser judíos, y no porque los demás no les quieran
Pero incluso los judíos que se oponen a un Estado político judío por entender que el judaísmo es únicamente una religión comprenden en número creciente la necesidad de hallar un refugio para los judíos europeos y reconocen que Palestina es el punto natural, si ha de ser excluida una América reacia a recibir nuevos emigrantes. Personas que eran antisionistas hace unos cuantos años se clasifican hoy entre los simplemente no sionistas o entre los declaradamente sionistas. Todavía pueden poner reparos al sionismo político. Pero no pueden negar la necesidad de un nuevo hogar para los desarraigados e infelices judíos.
Si el nuestro fuera un mundo mejor, los judíos no tendrían que ir a Palestina y pocos serían los que fueran país de su origen. Podrían vivir en Alemania, Polonia, Rumanía y otros países. Pero la emoción primordial de los judíos europeos es abandonar el escenario de los horrores antisemitas de Hitler. Con el nacionalismo en auge en el mundo de la posguerra, el antisemitismo no tiene trazas de ceder. Era más fácil derrotar a Hitler con las armas que derrotar el virus con que Hitler infectó un continente y, en verdad, más que un continente.
La aceptación amplia del sionismo por judíos y no judíos es una crítica al mundo de la posguerra y a la paz.
Cuando se piensa en las contribuciones que los judíos han hecho a la ciencia, el arte, la enseñanza, la industria y el gobierno en todos los países, resulta extraño que la mayoría de los países quieran alejarlos. ¿Es que países edificados sobre la competencia rechazan la competencia? Es posible que Hitler perdiera la guerra por haber expulsado, torturado o fusilado a los hombres de ciencia judíos. Los gobiernos británico y norteamericano tuvieron el buen juicio de admitirlos y utilizarlos en las fábricas de la defensa y en los laboratorios. Sin embargo, llegada la paz, nos preocupa el paro forzoso que pueda producirse por un exceso de población. Cuando los norteamericanos tenían fe en el futuro desarrollo de Norteamérica, la puerta estaba abierta de par en par. Los Estados Unidos, tierra de posibilidades ilimitadas, se hallan todavía muy poco desarrollados.
Los árabes también combaten la inmigración judía. Durante mi permanencia en Jerusalén, solía pasear y charlar todos los días con el Dr. Judah L. Magnes, canciller de la Universidad Hebrea. Ex rabí de Nueva York, había vivido n Palestina veinte años. Gracias a él, conocí a destacados políticos árabes.
El Dr. Magnes es una especie de Gandhi judío. Profundamente religioso y con una gran conciencia social, sus constantes compañeros son Dios y el hombre de la calle. Es a un tiempo firme y suave; es una combinación que refleja su convicción de que tiene razón. Muchos sionistas creen que está equivocado. En realidad, algunos judíos de Palestina le tienen en poco aprecio, porque trata de llegar a un compromiso con los árabes e inducirles a una aceptación de una inmigración judía limitada.
Cultivos del kibutz Gan Shmuel en llamas, tras ser atacados durante la revuelta árabe de 1936-39
(Foto: Wikimedia Commons)
Magnes es probablemente el único judío prominente de Palestina que está en contacto con los árabes. Los judíos y los árabes viven en dos mundos separados. El odio y la tensión entre ellos son muy grandes. De 1936 a 1939 hubo en Palestina un estado de guerra civil. Los árabes sitiaban y tendían emboscadas a los judíos. Hubo muchos muertos y heridos por ambas partes. Magnes trata de remediar la situación por medio de contactos y concesiones. Sus oponentes dicen que hay que establecer primeramente una mayoría judía en el país y después hablar a los árabes. Aducen que las concesiones serán consideradas como una confesión de debilidad y no conducirán a ninguna parte.
Aunque los árabes pertenecen a la misma raza y son en su mayoría mahometanos —hay algunos árabes cristianos—, nunca han estado unidos. Son muchas las circunstancias que los dividen. Buscan algún fuerte cemento que los una, y lo han encontrado en el sionismo. Hitler encendió la llama del nacionalismo alemán arrojando a los judíos al fuego; los árabes esperan construir un imperio árabe sobre las ruinas de las esperanzas judías
En compañía del Dr. Magnes, hablé con Auni Abdul-Hadi, quien se convirtió en el más destacado notable árabe de Palestina cuando Haj Arnin el Husseini, el Mufti de Jerusalén, huyó de los británicos y se refugió junto a Hitler. También conocí al Dr. Khalidi y a otros árabes principales. Después, hablé con todos ellos en una casa árabe.
Estos políticos árabes admitieron que los árabes de las aldeas palestinas estaban a la espera de dar la bienvenida a Rommel. Alegaron que los judíos no enriquecían a Palestina, sino que se enriquecían en Palestina. Ante todo, eran irreductibles en su oposición a la inmigración judía, a la venta de tierras a los judíos y al Estado judío de Palestina. Declararon que se opondrían menos a la inmigración judía si los sionistas no estuvieran dispuestos a crear una mayoría judía con objeto de obtener el control político del pequeño país.
Esta oposición árabe es muy firme. Los árabes palestinos se han beneficiado indudablemente con las empresas judías. Se contempla una aldea árabe inmediata a una colonia judía y se ve cómo los árabes han copiado a los judíos y se han beneficiado con ello. Los árabes se han hecho ricos vendiendo tierras a escandalosos precios de especulación. El nivel de vida, la salud y la cultura de los árabes han mejorado con la proximidad de los judíos. Sin ingerencias, los árabes, aunque irritados por la penetración de los judíos en Palestina, pronto se reconciliarían con las nuevas condiciones. La intransigente oposición de los árabes al sionismo viene de fuera de Palestina.
Los árabes del Medio Oriente se sienten invadidos de nacionalismo. El imperialismo siempre engendra el nacionalismo. El sionismo, agarrado a las faldas del imperialismo británico, aceleró el proceso entre los árabes. Los jefes árabes del Irak, Siria, el Líbano, Transjordania, Arabia Saudita, Egipto, Palestina y tal vez también el Norte de África sueñan con la unidad, con una Liga Árabe que se convierta en una potencia en los asuntos mundiales. Pero, aunque los árabes pertenecen a la misma raza y son en su mayoría mahometanos —hay algunos árabes cristianos—, nunca han estado unidos. Son muchas las circunstancias que los dividen. Buscan algún fuerte cemento que los una, y lo han encontrado en el sionismo. Hitler encendió la llama del nacionalismo alemán arrojando a los judíos al fuego; los árabes esperan construir un imperio árabe sobre las ruinas de las esperanzas judías.
La policía británica enfrenta a los vándalos en Yafo, durante la revuelta árabe de 1936
(Foto: Wikimedia Commons)
Las autoridades británicas del Medio Oriente desarrollan con frecuencia una política y buscan después la aprobación de la misma en Downing Street. O las diversas reparticiones del gobierno británico siguen políticas contradictorias. En Palestina, por ejemplo, una repartición ayudó y armó a los árabes, mientras otra manifestaba una tendencia favorable a los judíos.
Sin embargo, en términos generales, el gobierno británico parece haber cortejado a los árabes y facilitado la formación de su Liga. Esto puede deberse a la creencia de que la tendencia era demasiado fuerte para ser detenida o a la convicción de que, si Gran Bretaña no los apoya, los rusos, los norteamericanos o los franceses lo harían. Por otra parte, los árabes amenazan con la violencia si se levanta la prohibición de la inmigración judía. Y los británicos se achican. Inglaterra piensa también en los noventa y dos millones de mahometanos de la India.
Viendo las vacilaciones, si no la simpatía, del punto de vista de los británicos e instigados por los árabes de fuera de Palestina, los árabes de la Tierra Santa toman una posición decididamente antisionista. La guerra civil se halla siempre en Palestina inmediatamente debajo de la superficie, cuando no en la superficie misma. Los judíos son muy bravos y han ganado muchos duros combates y asedios en Judea y Galilea. Yo mismo participé en la defensa de unas casas judías en Tel Hai y Kfar Gileadi, en la Alta Galilea, donde, durante la guardia nocturna, se podía oír al Jordán que se precipitaba desde sus fuentes al territorio de la tribu de Dan. Esto fue en 1919. Desde entonces, se han multiplicado los disturbios. Otro tanto ha sucedido con las armas. Y otro tanto con el terrorismo judío.
En términos generales, el gobierno británico parece haber cortejado a los árabes y facilitado la formación de su Liga. Esto puede deberse a la creencia de que la tendencia era demasiado fuerte para ser detenida o a la convicción de que, si Gran Bretaña no los apoya, los rusos, los norteamericanos o los franceses lo harían. Por otra parte, los árabes amenazan con la violencia si se levanta la prohibición de la inmigración judía
Los judíos con quienes hablé en 1942 no tenían más solución que la de insistir en que se cumplieran los numerosos compromisos británicos. Mientras tanto, se atrincherarían y defenderían el terreno palmo a palmo. El año 1920 era todavía tiempo para colmar el abismo que separaba los árabes y judíos mediante la formación de sindicatos obreros y asociaciones patronales mixtos y mediante la lucha conjunta contra el imperialismo. Pero, como Moshe Shertok [Nota del Editor: más tarde cambió su nombre a Moshe Sharett, y sería el segundo primer ministro de Israel], laborista y funcionario de la Agencia Judía, me dijo en Jerusalén en 1934: «Somos nacionalistas en primer lugar y socialistas después”. Los judíos nacionalistas eran judíos militantes y los árabes nacionalistas árabes militantes. Ningún Magnes podía colmar el abismo. Ahora es muy tarde.
Mis diez días tranquilos en Palestina fueron muy poco tranquilizadores.
Por lo menos, Palestina fue salvada de la invasión de 1942. Cuando llegué a El Cairo procedente de Palestina en julio de 1942, el ambiente de la ciudad era muy tenso. La negra sombra del general Rommel podía ser vista claramente a través de las amarillas arenas de Egipto. Todo el mundo aliado se hallaba alerta, porque la victoria estaba en la balanza. Los británicos, con ayuda de los polacos, luchaban valerosamente, pero necesitaban ayuda.
Los Afrika Corps nazis fueron frenados por los aliados en El Alamein, Egipto, lo que salvó del genocidio a los judíos de Eretz Israel
(Foto: despertaferro-ediciones.com)
En el verano de 1942, cuando el mariscal Rommel destruyó en una sola batalla una gran parte de los tanques británicos en Libia, el general Marshall (jefe del Estado Mayor norteamericano) quitó sin vacilación a nuestras fuerzas en preparación sus tanques medianos y envió estos a Egipto, como único medio de hacer frente a la crisis.
“Una de nuestras divisiones estaba en aquel tiempo en un puerto de embarque, a la espera de ir a Irlanda del Norte para continuar su preparación. También se quitó a esta división sus elementos blindados; el embarque de las tropas quedó aplazado hasta que los tanques pudieran ser reemplazados. Pero lo importante era que Rommel había sido detenido. Se hizo frente a la peligrosa crisis. Sabemos ahora que Marshall hizo un cálculo exacto de la situación. Hitler proyectaba irrumpir a través de Egipto en el Medio Oriente. Si lo hubiese logrado, habría cambiado todo el curso de la guerra».
Así habló el Secretario de Guerra Stimson en su discurso de despedida del 19 de setiembre de 1945.
Se bloqueó a Rommel una estrecha franja de tierra entre El Alamein y Suez. Como consecuencia, Palestina quedó a salvo y Hitler no pudo unirse a los japoneses en la India. Si esto hubiese sucedido, el Eje habría podido hacer tablas o prolongar la guerra varios años.
Yo estaba en El Cairo el día en que Hitler destruyó los tanques británicos. En la conferencia de prensa de aquella noche, todos los rostros estaban sombríos. «Así son las cosas», dijo un periodista inglés. Pero Marshall batió a Rommel e hizo que las cosas fueran de otro modo.
Fischer, Louis (1946). El gran desafío. México: Editorial Hermes.
Fragmentos seleccionados por Sami Rozenbaum.
Louis Fischer (Filadelfia, 1896 – Princeton, 1970) fue periodista, escritor y activista político. Tras egresar de una escuela de Pedagogía, fue maestro durante breve tiempo. En 1918 se unió a la Legión Judía del ejército británico en Palestina, donde estuvo hasta 1920 defendiendo al entonces pequeño yishuv de los ataques árabes.
Posteriormente se mudó a Berlín, donde trabajó como corresponsal del diario New York Evening Post. En 1922 se trasladó a Moscú y mostró simpatía por el nuevo régimen soviético, tema sobre el que escribió varios libros. Fue acusado de negar en un principio la hambruna provocada por Stalin en Ucrania, el terrible holodomor de 1932-33, pero más tarde se desilusionó del comunismo y escribió extensamente sobre esos temas. También cubrió periodísticamente la Guerra Civil Española, en la cual se involucró integrándose de las Brigadas Internacionales.
Durante la Segunda Guerra Mundial fue corresponsal, tanto en Europa como en Asia y especialmente en India, para The Nation. En el libro The Great Challenge, del que se tomó el texto del presente dossier, describió su visión del desgarrado mundo de la posguerra, en el que ningún conflicto se había resuelto y surgieron otros nuevos, sobre todo la naciente Guerra Fría.
Durante sus últimos años fungió como docente en la Universidad de Princeton. Cabe mencionar que Fischer entrevistó extensamente a Mahatma Gandhi, y su biografía de este personaje inspiró la célebre película de Richard Attenborough de 1982.