En el libro Cien sábados, Stella Levi, de 99 años, comparte sus recuerdos de las centenarias tradiciones de la comunidad sefardí de esa isla del Egeo, destruida por los nazis
Renee Ghert-Zand*
En el verano de 2015, Stella Levi hizo lo que probablemente sería su último viaje de regreso a Rodas, donde creció en la Judería, el barrio judío que albergaba a la pequeña pero vibrante comunidad judía de esa isla del sur del Mar Egeo.
En estos días, lo que queda de la Judería posterior a la Segunda Guerra Mundial está lleno de cafés y tiendas para turistas, pero en las décadas anteriores a la guerra, y durante siglos antes de eso, el abarrotado barrio judío bullía con la activa vida cotidiana de los descendientes de quienes llegaron tras la expulsión de España a finales del siglo XV.
Stella Levi (Foto: Michael Frank)
El escritor Michael Frank acompañó a Levi en ese viaje de 2015. Mientras Levi miraba el mar, la escuchó reflexionar: “Tal vez después de cierto punto ya no puedas volver en persona. Tal vez solo puedes volver atrás en tu mente”.
Posteriormente, Levi viajó de regreso a la Judería en sus recuerdos, confiando a Frank la historia de su vida como una forma de honrar a sus antepasados y preservar la rica historia de la milenaria comunidad judía en Rodas, que sobrevivió a los persas, griegos, romanos, genoveses, bizantinos, caballeros hospitalarios, turcos e italianos, para finalmente ser destruidos por los nazis.
El resultado es One Hundred Saturdays: Stella Levi and the Search for a Lost World (“Cien sábados: Stella Levi y la búsqueda de un mundo perdido”), escrito por Frank e ilustrado por la famosa artista Maira Kalman. Publicado en septiembre pasado, fue designado como uno de los diez mejores libros de 2022 por The Wall Street Journal.
“Tal vez después de cierto punto ya no puedas volver en persona. Tal vez solo puedes volver atrás en tu mente”
En una entrevista vía correo electrónico con The Times of Israel, Levi dijo que nunca había pensado en crear un registro de su vida. Fue solo a través de un encuentro casual con el autor Frank y su amistad posterior que Levi, inicialmente vacilante, accedió a que se creara un relato escrito de sus experiencias.
“Nunca pensé que mi vida fuera tan importante, aunque en ciertos momentos sentí que, si yo misma hubiese sido escritora, valdría la pena escribir sobre Rodas, que era un lugar muy especial donde diferentes grupos de personas con distintos trasfondos y religiones lograron vivir juntos, más o menos en paz, durante siglos”, comenta Levi.
Detalle de “Sucá”, una de las obras de la artista Maira Kalman que ilustran el libro
(Fuente: Avid Reader Press)
Todo eso cambió para los judíos en septiembre de 1943, cuando los alemanes ocuparon Rodas. En julio de 1944 deportaron a toda la población judía, salvo 50 que tenían ciudadanía turca. Los otros 1650 fueron enviados al campo de tránsito de Haidary, operado por las SS en Grecia continental, y luego a Auschwitz-Birkenau. Solo 151 judíos de Rodas sobrevivieron al Holocausto. Levi, de 99 años, es casi seguramente uno de los últimos.
Frank, quien divide su tiempo entre Nueva York y Camogli, Italia, conoció a Levi en febrero de 2015 en una conferencia organizada por el Centro Primo Levi de Nueva York, organización que promueve el compromiso con la historia, la cultura y las tradiciones judías italianas.
Un par de días después, Levi invitó a Frank a su apartamento de Manhattan, supuestamente para revisar una charla que había escrito en inglés sobre su infancia. Pero en el momento en que abrió la puerta, dijo: “No me he estado sintiendo bien conmigo misma. Supongo que lo que realmente siento es la necesidad de hablar”.
Portada de One Hundred Saturdays (Fuente: Avid Reader Press)
Y habló durante seis años, ya que Frank la visitaba semanalmente los sábados y, a veces, en otros momentos de la semana. “Este fue un intercambio lento, reflexivo y meticuloso de una historia entre un ser humano y otro. Requirió paciencia, confianza y mucho tiempo”, cuenta Frank.
No fue hasta un año después de iniciadas sus conversaciones semanales, principalmente en italiano pero con algo de francés y judeoespañol, que Frank consideró la posibilidad de escribir un libro.
“Cien sábados” lleva detalladamente a los lectores a la mente de Levi, mientras viaja de regreso a su infancia y adolescencia en la Judería. “En la Judería todos conocían los asuntos de todos. Más que eso: todos estaban en los asuntos de todos. Y eso era en parte porque en la Judería todos estaban relacionados entre sí”, le dijo Levi a Frank.
En el momento en que abrió la puerta, dijo: “No me he estado sintiendo bien conmigo misma. Supongo que lo que realmente siento es la necesidad de hablar”
Los dos hicieron algunos cálculos; Levi contó 160 o 170 primos de diversos grados, y Frank calcula que, según los registros oficiales de la Judería de 1944, Levi estaba relacionada con un asombroso 10% de las personas entre las que vivía.
La familia inmediata de Levi estaba compuesta por sus padres, Yehuda Levi y Miriam Notrica, y sus siete hijos: Morris, Selma, Felicie, Sara, Victor, Renée y Stella. Como la más joven, Stella creció sin conocer a muchos de sus hermanos mayores, quienes ya habían dejado Rodas para comenzar su vida adulta en Estados Unidos y el Congo Belga.
Mientras Stella crecía todavía estaban en casa Felicie y Renée. La primera era la intelectual y feminista de la familia, y la segunda estaba interesada en la moda y feliz de comenzar a coser su ajuar nupcial a los 15 años. Brillante, atlética, sociable y valiente, Stella tenía su propia personalidad.
Levi pinta un cuadro vibrante de la vida en la Judería en un momento de transición, cuando las mareas políticas estaban cambiando y las antiguas tradiciones comenzaban a dar paso a las actitudes modernas. Ella y sus hermanas asistieron a la escuela de la Alianza Israelita Universal, y recibieron una educación al estilo occidental junto con su formación judía. Pero a diferencia de sus hermanos mayores que estudiaron en francés, las niñas más jóvenes estudiaron en italiano cuando la Alianza se trasformó en la Scuole Ebraiche Italiane después de que los italianos impusieron su administración tras el Tratado de Lausana. A los 12 años, Levi continuó sus estudios en una escuela católica para niñas.
Michael Frank (Foto: Marta Barisone)
A medida que Levi se convertía en una joven moderna, todavía apreciaba las antiguas tradiciones. En el libro describe las alegres celebraciones de Shabat y las festividades en el hogar y la sinagoga, y las maravillosas vistas, sonidos y sabores que las acompañaban.
En su entrevista con The Times of Israel, Levi señaló que incluso las familias judías adineradas que se habían mudado fuera de la Judería regresaban en los días festivos, y que todos los miembros de la comunidad, incluidos los no creyentes como su hermana Felicie, cumplían con los rituales tradicionales como una forma de respetar a los mayores y a las generaciones anteriores. “Todos venían a la sinagoga y permanecieron comprometidos a ayudar a los pobres y educar a los jóvenes apoyando las escuelas, porque querían prepararlos para su futuro. Y se aferraban a sus tradiciones, que giraban en gran parte alrededor de las festividades judías, pero también en lo que respecta a la comida, la música, los proverbios, las supersticiones y las tradiciones, como por ejemplo dar comida o dinero a los pobres los días viernes, y no solo a los pobres judíos”.
En la obra, Levi describe las tradiciones que rodeaban a la muerte y el duelo, como los llantos de las mujeres en las puertas de sus hogares, y el terror de los niños en la tienda de ataúdes propiedad de un hombre irónicamente llamado Mazal (en hebreo, “suerte”). “Habría sido tranquilizador si él se hubiera quedado siempre dentro de su aterradora tienda, pero ese hombre estaba en movimiento con frecuencia, porque le correspondía encabezar los cortejos fúnebres por la Judería. ‘¡Pasa la misva!’, gritaba mientras se acercaba. Si estabas en la calle corrías en dirección contraria, o te metías como una flecha en una casa que no era la tuya. Y si estabas en casa, cerrabas las ventanas que daban a la calle y te alejabas de la puerta de entrada un mínimo de un metro. Todos, no solo los niños”, recuerda Levi.
Stella y su hermana Renée con soldados de la Brigada Judía del ejército británico al finalizar la guerra
(Foto: Stella Levi)
Las abuelas de Levi fueron un estudio de contrastes. Su abuela paterna, Mazaltov Halfon, apenas salía. Iba solo a la sinagoga, a los baños turcos y al banco justo junto a la casa. Por otro lado, su abuela materna, Sara Notrica, era una “mujer sabia” muy solicitada y respetada, que utilizaba remedios caseros para curar todo tipo de enfermedades. Su bolsa de sanadora contenía frutas, verduras, sanguijuelas, sal, piedras y mumia (supuestas cenizas de santos judíos traídas de Tierra Santa, adonde Sara iba anualmente en su vejez con la esperanza de morir allí).
La mumia se usaba en una enserrandura, una práctica exótica que Sara realizaba con una mujer joven soltera que estuviera ansiosa o deprimida. Sara se encerraba en la casa durante una semana con la joven, a la que solo se le permitía consumir agua y caldo. Las casas cercanas se despejaban para crear un completo silencio, y la curandera frotaba el rostro de la joven con mumia y rezaba. Las dos mujeres bostezaban, y el proceso se repetía durante siete días, al final de los cuales la joven iba al baño turco para lavarse las “malas vibraciones” que le quedaban.
Cuando Frank le preguntó a Levi si alguna vez le habían hecho una enserrandura, ella respondió rápidamente. «Por supuesto que no. Yo no era ese tipo de chica. Ninguna de mis hermanas lo era tampoco”.
Objeto del afecto de dos hombres y un estudiante prometedor, Levi había planeado un futuro brillante estudiando en Italia. Sin embargo, la ocupación alemana de Rodas destrozó sus sueños. Junto con casi todos los demás judíos de la isla, Levi, sus padres y su hermana Renée fueron deportados a Auschwitz (su hermana Felicie ya había emigrado).
Incluso las familias judías adineradas que se habían mudado fuera de la Judería regresaban en los días festivos, y todos los miembros de la comunidad, incluidos los no creyentes, cumplían con los rituales tradicionales como una forma de respetar a los mayores y a las generaciones anteriores
Sus padres fueron asesinados, pero ella y su hermana, extraños pájaros sefardíes entre los judíos de Europa central y oriental, sobrevivieron a Auschwitz, a varios campos de trabajo y a una marcha de la muerte. Levi relató que la única forma en que pudo sobrevivir a Auschwitz fue “separándose de sí misma”.
La última parte de «Cien domingos» trata sobre cómo Levi encontró su lugar en Europa después de la guerra, y su emigración y aclimatación a la vida en Estados Unidos, que no estuvo exenta de dolor. El único matrimonio de Levi fracasó después de tres años, y su esposo prácticamente crió en solitario a su hijo cuando que ella se dio cuenta de que no era adecuada para la maternidad.
Pero la vida de Levi también estuvo llena de alegría. Se sostuvo con su propio negocio de importación y exportación, se mantuvo en contacto con sus hermanos (aunque ellos vivían en Los Ángeles y ella en Nueva York), y formó una familia de buenos amigos, algunos de ellos famosos en sus campos de actividad.
A pesar de lo arraigada que está su identidad en sus primeras experiencias en la Judería, sabe que no habría sido feliz de haber permanecido en ella para siempre. “Ciertamente, si la Judería hubiera seguido existiendo yo no habría pertenecido allí. En Nueva York fui financieramente independiente y tuve libertad para moverme en diferentes círculos, no estaba limitada. Y nunca quise estar limitada”.
*Periodista de The Times of Israel.
Fuente: The Times of Israel.
Traducción Sami Rozenbaum / Nuevo Mundo Israelita.