Alberto Moryusef Fereres*
L a liberación de los hebreos de la esclavitud en Egipto tenía como objetivo final su regreso a la tierra de Israel, la que habitaron los patriarcas Abraham, Isaac y Jacob, para constituirse ahí en un pueblo soberano y para edificar, llegado el momento, el santuario desde donde se debía invocar el nombre de Dios.
No solo se trataba del fin de la opresión esclavista: la verdadera libertad solo se lograría al abandonar Egipto, una tierra extraña, para liberar la propia de sus ilegítimos ocupantes y asentarse en ella, una tierra buena “que fluye leche y miel”.
Según se narra en la Torá, Dios cumplió con su pueblo: con poder fuerte lo sacó de Egipto, le entregó la Ley y lo condujo por el desierto durante cuarenta años hasta introducirlo en la tierra prometida.
La redención nacional del pueblo judío quedará asociada a la tierra de Israel a partir de entonces, pasando siglos después por el retorno de Babilonia y por la creación, en época reciente, del moderno Estado judío, reshit gueulateinu, el principio de nuestra redención según explican los sabios.
Si bien celebramos Pésaj durante una semana, que se diferencia de las del resto del año por la prohibición de consumo y tenencia de jametz (productos con levadura), es el séder, la ceremonia con que se inicia la festividad, un momento clave en el calendario hebreo y que celebran la mayoría de los judíos en todos los rincones del mundo, sin importar su nivel de observancia.