A finales de este pasado marzo, el Instituto de Periodismo Reynolds de la Universidad de Missouri otorgó el premio anual de fotografía como “Foto del Año” al trabajo de un mal llamado “fotoperiodista”, supuestamente independiente, que vendió sus materiales a Associated Press (AP), el gazatí Ali Mahmud, uno de los varios seudoreporteros que los terroristas de Hamás llevaron consigo el fatídico 7 de octubre de 2023, cuando irrumpieron en el sur de Israel, para documentar los espeluznantes crímenes que perpetraron contra la población civil israelí, tal y como si se tratara de héroes que estaban cristalizando hazañas memorables.
La foto premiada capta el momento en que el cuerpo casi desnudo de una de las numerosas víctimas jóvenes de la masacre cometida por los terroristas en el festival Nova, en este caso la influencer germano-israelí Shani Louk, probablemente ya sin vida, tirada en la parte trasera de una camioneta rumbo a Gaza, siendo maltratada, pisoteada y escupida por media docena de gazatíes armados, con actitud desafiante y gestos triunfantes como si ese cadáver fuera un botín logrado en una guerra prehistórica.
Esta es la imagen que debería quedar de Shani Louk, no la de su cadáver profanado por la barbarie
(Foto: redes sociales)
Los forenses israelíes confirmaron la muerte de Shani Louk, pues cerca de una de las salidas de la sede del festival musical se halló e identificó un fragmento de su cráneo, lo que evidencia que ella fue asesinada durante el propio ataque. No obstante, los salvajes de Hamás secuestraron sus restos, y a más de seis meses de la nefasta fecha, todavía no lo han entregado para que su familia pueda enterrarla de forma adecuada, y con ello conseguir algún alivio al enorme dolor de saber que murió de forma violenta, tras ser abusada y mutilada.
Esa foto, y el video de la misma escena recorriendo las calles de Gaza al ritmo de la repetida y eufórica exclamación de ¡Allahu Akbar!, el grito bélico que significa: “Dios es grande”, dieron la vuelta al mundo y se convirtieron en una imagen emblemática de los brutales e inhumanos episodios que caracterizaron esa embestida terrorista.
Todo indica que, para las huestes terroristas, el acompañamiento de los “fotoperiodistas” fue parte de una notoriedad anhelada y, a la vez, de la propaganda desmoralizadora de Hamás contra Israel; aunque está claro que, para las personas decentes, son las pruebas documentadas de las arremetidas que pasarán a la historia, y cabe la posibilidad de que también sirvan de sustento jurídico para los tantos juicios que se podrían entablar.
El hecho de que la academia engalane con un gratificante galardón a un semiprofesional vinculado a un movimiento sanguinario que promueve su intención genocida, lo hace injustamente aceptable y lo normaliza
Sin embargo, resulta denigrante que se haya otorgado un premio al buen periodismo fotográfico a la “obra” de un seudofotógrafo, cómplice allegado a un grupo terrorista, yijadista y antisemita como Hamás, por parte de un aparentemente prestigioso instituto que pertenece a una acreditada universidad. Además constituye un abominable ejemplo de lo que no debería ser, pues significa lo opuesto a la ética en el proceder profesional.
El hecho de que la academia engalane con un gratificante galardón a un semiprofesional vinculado a un movimiento sanguinario que promueve su intención genocida, lo hace injustamente aceptable y lo normaliza; peor aún, estimula todo tipo de desenfrenos inspirados en la fe, dignifica el fanatismo, la intolerancia y la extrema crueldad del Islam radical, uno de los flagelos más espantosos que en estos tiempos enfrenta la humanidad.