Editado por sus hijas, León y yo guarda para la posteridad las historias de vida de una pareja que dejó profunda huella en nuestra comunidad
Sami Rozenbaum
La comunidad judía de Venezuela está llena de historias familiares de sufrimiento, migración y renacer. A lo largo del tiempo esas historias han sido registradas para la posteridad en numerosos libros autobiográficos, recopilaciones, artículos y videos.
La más reciente de estas obras es León y yo – Memorias de Sara Wiesenfeld, libro editado por sus hijas Celina Bentata y Esther Wiesenfeld como un amoroso homenaje a sus padres.
La obra es producto de una serie de cartas escritas por Sara a su nieta Tania Bentata en 1981, un año después del fallecimiento de su esposo León Wiesenfeld, a quien se considera uno de los “patriarcas” de la comunidad asquenazí de Caracas. Durante cuatro meses, la señora Sara fue enviando sus memorias por correo, las que después reunió, fotocopió y repartió cierta noche, después de los rezos de Shabat, a sus amistades en la Unión Israelita de Caracas.
Cuatro décadas más tarde, esos textos han sido complementados con una investigación histórica y comentarios de Jacqueline Goldberg, además de numerosas fotografías y documentos, parte de los cuales permanecieron cuidadosamente enterrados durante la Segunda Guerra Mundial y fueron recuperados después del conflicto.
León Wiesenfeld nació en Tarnobrzeg, a orillas del río Vístula, Polonia, en 1905; Sara Kleiner vino al mundo en Starachowice, distrito de Kielce, en 1912. León cursó estudios de Derecho en la prestigiosa Universidad Jagellónica de Cracovia, de donde egresó con honores; ejerció su profesión sirviendo a los campesinos de la zona en sus litigios por tierras y en reivindicaciones ante las autoridades, con lo que se ganó su respeto y afecto.
León y Sara contrajeron matrimonio en 1938, se radicaron en Tarnobrzeg, y al año siguiente —pocos meses antes de estallar la guerra— nació su primera hija, Celina. En septiembre de 1939 los nazis irrumpieron en la pequeña ciudad, lo que puso fin a siglos de una vida tranquila. Los Wiesenfeld se vieron obligados a huir junto a otros familiares, ya que los nazis pusieron carteles solicitando a León.
Llegaron a Lwow (actual Lviv, Ucrania), para ese momento ocupada por los soviéticos como consecuencia del pacto con el que Hitler y Stalin se repartieron Polonia. Luego de un tiempo en esa ciudad fueron deportados a Siberia junto con cientos de miles de polacos, muchos de ellos judíos. Allí padecieron hambre y graves penurias; pero a la larga, permanecer en aquellas lejanas estepas los salvó de los campos de exterminio nazis, destino de numerosos de sus familiares que permanecieron en Polonia.
Don León Wiesenfeld
Cuando Alemania invadió la Unión Soviética se le otorgó “amnistía” de los polacos que estaban en Siberia, con el fin de que pudieran luchar en el ejército polaco en el exilio. En 1943, Sara y Celina lograron unirse a un grupo de judíos que, gracias a una intensa labor del movimiento sionista, fueron enviados a Irán, para ser más tarde trasladados a Éretz Israel, entonces bajo el Mandato Británico. León fue reclutado y formó parte, como chofer militar, de las fuerzas polacas en Italia, donde participó en la famosa batalla de Montecassino.
El libro narra varias circunstancias en las que León salvó la vida en forma asombrosa, como cuando iba caminando junto a otro soldado, rodearon un vehículo que les estorbaba el paso, y su amigo murió al pisar una mina; también sobrevivió al naufragio de un buque hundido por los nazis. Pero en el ejército polaco también había antisemitismo, y León descubrió un caso de corrupción de unos generales que, como abogado, se disponía a denunciar. El juez militar le tomó ojeriza a “ese abogado Wiesenfeld que terminará mal”. Pero un conocido que ocupaba un alto cargo en el mismo ejército tramitó que León obtuviera “vacaciones forzadas” en Palestina, y Sara se encargó de que esas “vacaciones” se prolongaran hasta el final de la guerra.
Reunidos una vez más, los Wiesenfeld supieron de un pariente suyo que vivía en Venezuela; dadas las enormes dificultades y la violencia que ya se vivía en Éretz Israel incluso antes de la independencia, decidieron emigrar. Así, llegaron a La Guaira en 1948.
Los primeros años en Caracas tampoco fueron fáciles. Alquilaron un “abasto” en el que trabajaron muy duro, mientras Celina comenzaba a estudiar en el Colegio Moral y Luces “Herzl-Bialik” y todos aprendían el idioma. En 1949 nació la segunda hija, Esther.
En la boyante economía de la Venezuela de mediados del siglo pasado, León se asoció con unos amigos para comprar terrenos a bajo costo y construir pequeños edificios, con cuyos alquileres fue mejorando la situación familiar. Posteriormente se incorporó a la labor comunitaria, en la cual su sabia ecuanimidad, conocimientos de Derecho y amplia cultura (era políglota, dominando el alemán, polaco, hebreo e idish) le resultaron muy útiles y le granjearon el respeto de la kehilá.
En 1962, León Wiesenfeld se integró a la Junta Directiva de la Unión Israelita de Caracas, institución que llegó a presidir entre 1967 y 1975. También cumplió un importante papel en la fundación de Hebraica y otros proyectos comunitarios.
Mientras tanto, Sara estuvo muy activa en la organización de beneficencia WIZO, de la que fue presidenta entre 1971 y 1975. También tenía inquietudes intelectuales —podía leer perfectamente obras de autores clásicos en alemán, polaco, ruso, hebreo, idish, inglés y español—, y dictaba conferencias sobre distintos temas. Falleció en 1993, tras sufrir durante varios años de problemas cardíacos.
Por su parte, Celina —más conocida por su apellido de casada, Bentata— estudió arquitectura, profesión en la que ha destacado en el ámbito nacional e internacional, mientras que Esther es doctora en Sicología y una de las más importantes exponentes de la sicología ambiental y comunitaria en el continente. Así, los Wiesenfeld alcanzaron una vida feliz y satisfactoria, y aportaron sus conocimientos a Venezuela, como tantos miembros de nuestra kehilá.
Este fascinante libro recoge la historia de una familia signada por vicisitudes, temores, migraciones, éxito… y, al final, una nueva migración. Un arco cíclico que parece seguir marcando el destino del pueblo judío.