La obra del historiador David Guedj ilustra cómo la cultura hebrea floreció en el país norafricano hasta 1956, cuando comenzó la emigración en masa de esa comunidad
Eness Elias*
Después de la Segunda Guerra Mundial, dos judíos se encontraron en Casablanca y uno le contó al otro: “Cada judío que encuentres aquí tiene algún tipo de proyecto en proceso, alguna idea que está listo para llevar a cabo por el bien de su gente y su idioma. Están abriendo un club de hebreo en Safi, mañana en Essaouira y dentro de dos días en alguna otra ciudad para dar lecciones de hebreo a jóvenes y mayores. Están creando un coro que cantará en hebreo y construyendo escuelas en idioma hebreo. Están componiendo canciones en hebreo… Uno está escribiendo un diccionario hebreo-francés, y libros de texto para escuelas hebreas. Otro está preparando un sermón para un club hebreo, y otro un discurso para un club diferente”.
Estos comentarios, que el historiador David Guedj cita en su libro Luz de Occidente: la cultura hebrea en Marruecos 1912-1956 (en hebreo), reflejan un punto culminante en el florecimiento de la cultura hebrea en el país del norte de África. Si bien la producción creativa de los judíos marroquíes fue relativamente pequeña, incluyó prosa, no ficción, poesía y traducciones que, conjuntamente, sumaron una obra considerable.
El libro afirma además que el florecimiento de la lengua y la cultura hebreas en Marruecos a principios y mediados del siglo pasado fue, de hecho, un modelo para la organización y expansión de procesos similares para judíos del resto del mundo.
Interior de la sinagoga Aben Danan en el barrio judío de Fez
(Foto: The Forward)
Basándose en las teorías del politólogo Benedict Anderson sobre las comunidades imaginadas, que entre otras cosas explican el poder de la palabra escrita para crear una conciencia nacional, Guedj subraya que “la difusión de textos en lengua hebrea a todos los judíos de la diáspora forjó una sentido de identidad nacional, y ayudó a crear una comunidad trasfronteriza imaginaria que comparte un idioma y una cultura”.
En Luz de Occidente, Guedj, experto en los judíos de los países islámicos de la Universidad Hebrea de Jerusalén, relata en detalle todo un mundo de cultura hebrea en Marruecos y resucita esa historia perdida a través de una meticulosa investigación de archivo. Entre sus fuentes se encuentran cientos de cartas escritas por activistas marroquíes que promovían el idioma hebreo a quienes vivían en la Tierra de Israel, así como otros materiales escritos que revelan un cuerpo de producción creativa que es a la vez conmovedor, divertido, mundano e históricamente significativo.
La judería marroquí durante ese período atravesaba un proceso de secularización, que había comenzado en el siglo XIX pero ganó impulso a principios del XX cuando surgió una élite occidentalizada. Esa élite estaba compuesta en su mayor parte por graduados de diversas instituciones afiliadas a la organización Alliance Israélite Universelle, con sede en París, que difundía la lengua y cultura francesas. Esos judíos occidentalizados pudieron viajar fuera de Marruecos gracias a la red global de la Alianza. Intercambiaron ideas, trajeron a casa nuevas ideologías, y adoptaron la occidentalización como capital cultural y simbólico.
El florecimiento de la lengua y la cultura hebreas en Marruecos a principios y mediados del siglo pasado fue, de hecho, un modelo para la organización y expansión de procesos similares para judíos del resto del mundo
Pero junto con el francés, el hebreo también se difundió entre los judíos de Marruecos a través, entre otros medios, de periódicos y libros que traían al país comerciantes e inmigrantes. Esto hizo posible el surgimiento de una “red textual”, como la llama Guedj. El hebreo proporcionó un medio para que los judíos se conectaran entre sí sin estar afiliados a un lugar determinado, en virtud de una identidad nacional compartida.
Los judíos educados de Marruecos, que vivían principalmente a lo largo de la costa, en Casablanca y Tánger, comenzaron a escribir para la prensa hebrea en Europa a principios del siglo XX, ofreciendo historias profundas sobre la vida de su comunidad. Uno de esos escritores fue el poeta y erudito rabino Daṿid Elkaim de Essaouira, en el oeste de Marruecos, que escribió para la revista Hatzfirá, que se publicaba en Varsovia. Como muchos otros judíos marroquíes, leyó los libros y periódicos más importantes de la época, se destacó al describir la experiencia de la élite educada de su país y demostró un dominio excepcional del idioma hebreo.
Elkaim —uno de los creadores del canon de los baqashot o cantos de súplica— fue un “caso claro de los shatnez creados en Marruecos”, escribe Guedj refiriéndose a una prenda de tela mixta de lino y lana, prohibida por la ley judía. “Eso se supone que no se debe usar, una mezcla entre la Ilustración y el movimiento nacional, y dentro de él el nuevo movimiento hebreo”.
Portada del libro de David Guedj
En su libro, el autor examina las diversas instituciones de Marruecos que difundieron el hebreo y dejaron una extensa documentación. Una de ellas fue precisamente Or Hamaarav (“Luz de Occidente”), impreso en dialecto judeoárabe, además de hebreo y francés, y publicado en Casablanca entre 1922 y 1923. Sus editores, los hermanos Shlomo y Avraham Hadida, también eran dueños de una pequeña tienda cerca de la sinagoga en el mellah (barrio judío) de la ciudad.
Junto con textos religiosos, los hermanos vendían libros de texto y de gramática hebrea, así como periódicos de Palestina británica, Túnez y Europa. La tienda se convirtió en un lugar de encuentro para rabinos, eruditos, profesores de hebreo y personas bien educadas, la mayoría miembros de la comunidad local europeizada y occidentalizada. El periódico bimensual de los hermanos se tradujo al judeoárabe con el objetivo de llegar a lectores que no pertenecían a la élite educada.
La Segunda Guerra Mundial marcó el comienzo de un cambio dramático para la comunidad judía de Marruecos. Bajo el gobierno de Vichy, los pocos judíos que ocupaban cargos públicos fueron despedidos y se les prohibió trabajar en profesiones libres. A los judíos que vivían en los barrios europeos de las ciudades marroquíes se les ordenó abandonar sus hogares y mudarse al mellah.
Como escribe Guedj, “Para los judíos europeizados y occidentalizados, el sueño de la integración se hizo añicos”. Después de la guerra, las organizaciones sionistas que se habían establecido en el país durante la década de 1930 y la Alliance Israélite Universelle unieron sus fuerzas, ahora convencidas de que el hogar nacional del pueblo judío estaba en la Tierra de Israel. Sin embargo, también hubo opiniones encontradas sobre el judaísmo en Marruecos, algunas de ellas opuestas a las tendencias seculares que caracterizaban a los graduados de las escuelas de la Alianza.
Primera página de un ejemplar del periódico Or Hamaarav (“Luz de Occidente”) del año 1922
(Foto: judaisme-marocain.org)
Después de la guerra, un judío nacido en Siria, Yosef Shama, estableció una red educativa local llamada Ozar Hatorá. Su objetivo era utilizar métodos de enseñanza modernos para inculcar una identidad judía religiosa, en oposición a una nacional o universalista. En 1951, los primeros emisarios del movimiento Jabad llegaron a Marruecos y en pocos años, con el consentimiento de los rabinos de la comunidad y otros líderes, establecieron varias instituciones educativas, que incluían yeshivot en las ciudades, así como seminarios para niñas y Talmud Torá para niños en áreas periféricas.
Según Guedj, Jabad trajo la ortodoxia a Marruecos. Sus instituciones se podían encontrar en más de 50 pueblos, muchos de ellos aislados, en la parte sur del país, en lugares donde la Alianza nunca se había establecido. A diferencia de Ozar Hatorá y la Alianza, Jabad empleó un enfoque religioso conservador en la educación de estudiantes y maestros por igual. Su plan de estudios se centró en las fuentes sagradas y los textos hebreos. El advenimiento del movimiento marcó el nacimiento de la ultraortodoxia en Marruecos.
La judería marroquí atravesaba un proceso de secularización, que había comenzado en el siglo XIX pero ganó impulso a principios del XX cuando surgió una élite occidentalizada
Durante aquellos años, las comunidades judías de todo el mundo se vieron envueltas en un acalorado debate sobre la naturaleza de la educación judía. La situación de los judíos de Europa Occidental después del Holocausto preocupaba a muchos líderes comunitarios, y su respuesta fue enfatizar el valor de una educación judía tradicional. Guedj dice que estas mismas preocupaciones fueron compartidas por judíos occidentalizados y europeizados en muchas comunidades de todo el mundo islámico.
De hecho, ya en 1916 el periodista marroquí Haim Toledano escribió que la religión estaba perdiendo su poder para unir a la comunidad judía local, especialmente entre la generación joven que había sido educada en las escuelas de la Alianza. Muchos de los judíos occidentalizados de la generación de Toledano no querían dar a sus hijos una educación religiosa y, sin embargo, tampoco querían romper por completo con la religión. En cambio, buscaron agregar más contenido hebreo y relacionado con la Torá en el plan de estudios de Alliance Israélite Universelle.
Sin embargo, la Alianza nunca intentó realmente integrar la cultura de los judíos marroquíes, con su carácter tradicionalista, con la cultura occidental. Por el contrario, promovió esta última, y en muchos sentidos buscó occidentalizar a los judíos del mundo islámico en general. Los líderes de la red condenaban las prácticas judías tradicionales que se trasmitían de generación en generación, y la multitud de rituales, que consideraban supersticiosos.
Por su parte, Guedj escribe que la Alianza Francófona también despreciaba la lengua y cultura árabes y, como resultado, no utilizaba el judeoárabe en sus instituciones. Afirma que los educadores de la Alianza estaban influenciados por la “misión civilizadora” de la organización, pero no siempre para mejor. En su institución de Casablanca, los futuros maestros aprendían sobre la cultura sionista de los trabajadores en la Tierra de Israel y sobre los kibutzim, los servicios de salud pública y los líderes y luminarias culturales, incluidos Zeev Jabotinsky, Shaul Tchernichovsky, Rachel Bluwstein, Jaim Najman Bialik y Ahad Haam. También estudiaban la historia del pueblo judío, pero no se les enseñaba nada sobre la de los judíos de Marruecos.
Aula de una escuela para niñas de la Alliance Israélite Universelle en Rabat, 1957-58
(Foto: discoverymorocco.net)
A pesar del poderoso impulso cultural occidental, los elementos sionistas de Europa y Éretz Israel no lograron afianzarse entre el liderazgo judío de Marruecos; de hecho, fueron marginados por representantes de la comunidad en general. En Marruecos, como en gran parte del mundo islámico, la cultura hebrea echó raíces junto con la cultura tradicional judía-religiosa. No se desarrolló una cultura secular como en Europa. El hebreo no solo se estaba arraigando en las escuelas y la prensa, sino también en el culto de las sinagogas. “Cantaban coros en las reuniones de Shabat, se escribían ensayos para concursos literarios en las clases de hebreo y se representaban obras de teatro hebreas en días festivos”, escribe Guedj.
Así, por ejemplo, el rabino David Buzaglo, el gran compositor de piyutim (poesía litúrgica) del siglo XX, era considerado una estrella en el club de “Amantes del Lenguaje” de Casablanca, una asociación dedicada a la difusión de la lengua y la cultura hebreas. Muchos de sus discursos y poesías, acompañados de melodías del cantante popular Abd al-Wahhab entre otros, reflejan una integración natural de lo popular con lo sagrado, y de lo tradicional con lo moderno. Esta síntesis caracterizó a los judíos de Marruecos, y ayudó a difundir la lengua y la cultura hebreas entre las masas.
*Periodista, escritora e investigadora cultural.
Fuente: Haaretz.
Traducción Sami Rozenbaum / Nuevo Mundo Israelita.