Ari Hoffman *
Algo se rompió hace varias semanas, y los judíos estadounidenses lo perciben. Los golpes en seguidilla contra la decisión de Israel de prohibir que las congresistas Rashida Tlaib e Ilhan Omar ingresaran al país a instancias del presidente Trump, la posterior publicación de Tlaib y Omar de una caricatura antisemita, y la acusación de deslealtad de Donald Trump contra los judíos que votan por los demócratas, han dejado a los judíos estadounidenses devastados, tensos y amargados. La derecha culpa a la izquierda, y la izquierda desprecia a la derecha. Y el lado en el que estés va a determinar totalmente tu posición al respecto.
Israel obedece a Estados Unidos con demasiada servidumbre, o lo irrespeta flagrantemente. Trump es el presidente más filosemita en la historia de Estados Unidos, o el más antisemita. Es fácil culpar al otro lado, al autoproclamado «rey de Israel» que exige la lealtad de un pueblo, o a las congresistas que difunden veneno disfrazado de progresismo.
La verdad es mucho más deprimente. Nosotros, los judíos estadounidenses, los diletantes que llegamos tarde a la historia judía, somos los más culpables.
(Foto: Hatzad Hashení)
Nuestras faltas son demasiado numerosas para contarlas, y enfrentamos un juicio por las oportunidades que hemos desperdiciado. Años de descuidar la cultura judía han traído como consecuencia una conversación judía superficial y empobrecida que depende demasiado de las modas políticas.
Hemos “tercerizado” nuestra brújula moral y política a políticos que nos perjudican de manera ligera, o calculada, para lograr sus objetivos. Hemos hecho un fetiche del disenso y la argumentación como valores judíos, pero no poseemos ninguno de los fundamentos y compromisos que hacen tan vitales esos desacuerdos. No somos Hillel o Shamai. Nuestras divergencias no son por el bien de los cielos, y eso ha convertido a la conversación judeo-estadounidense en un infierno. Twitter no es la Torá, y los judíos nunca se han #EntendidoConSusEnemigos, pero han aceptado sus narrativas.
Nuestras organizaciones, que construimos con el preciso propósito de atravesar tiempos como estos, son en gran medida incompetentes, mediocres e inescrupulosas por igual. Demasiadas de ellas están poseídas por una “audición selectiva” y responden solo a la mitad de nuestra crisis.
De formas grandes y pequeñas somos cómplices de nuestras propias humillaciones; creando excusas y asumiéndonos parte de nuestra mitad favorita del sistema político, en lugar de actuar con un ojo mirando hacia la eternidad como los judíos siempre han hecho.
Es más fácil indignarse por las acusaciones de deslealtad que trabajar duro para recordar que la lealtad judía es lo que nos ha conservado durante tanto tiempo. La fácil disposición de los judíos estadounidenses a condicionar su apoyo a Israel, de no navegar en la misma dirección, demuestra que la lealtad judía es solo otra de las capacidades que hemos perdido.
La fácil disposición de los judíos estadounidenses a condicionar su apoyo a Israel, de no navegar en la misma dirección, demuestra que la lealtad judía es solo otra de las capacidades que hemos perdido
Algunos dirán que esto no es algo único de nuestros tiempos, y ciertamente siempre ha habido judíos que respaldan el futuro de nuestro pueblo mientras otros socavan su supervivencia. La diversidad de opiniones a lo largo de la historia judía no significa que todas ellas sean correctas. Herzl tenía razón; sus oponentes estaban equivocados.
Sin embargo, tener la razón ofrece poco consuelo por sí mismo. La crisis ha llegado y no estamos equipados en forma alguna para enfrentarla. Apenas hemos vivido un minuto en Estados Unidos; muchos de nosotros tenemos abuelos que llegaron de otra parte. Comunidades judías mucho más fuertes que la nuestra son ahora solo susurros, recuerdos y memoriales, aunque fueron mucho más ricas en memoria y aprendizaje, y en la comprensión básica de que ser judío no es más que ser leales a un pueblo y unas ideas particulares. La historia judía es un torbellino, y nuestra virtud no es garantía de supervivencia.
Pero lo que está sucediendo en Estados Unidos en este momento es diferente. Nos estamos desmoronando por las costuras y somos cómplices de ello. Quizá este es el destino de un grupo de judíos que han alargado demasiado sus vacaciones de la historia, cuando han debido volver al trabajo; que han traficado durante demasiado tiempo en posturas, simbolismos y solidaridades autocomplacientes en lugar de atender su propia vitalidad.
Encuesta Gallup permite matizar
Una reciente encuesta de la firma Gallup, reseñada en su propio portal, indica que 2% de los adultos estadounidenses se identifican como de religión judía. Entre ellos, 68% se identificaban como demócratas o independientes y 28% como republicanos en enero de 2017, cuando Donald Trump asumió la presidencia, proporciones que no han cambiado sustancialmente en 2019.
En cuanto al conflicto del Medio Oriente, 90% de los judíos de EEUU manifiestan más simpatías hacia Israel que hacia los palestinos (el promedio del país es 60%), y 95% tienen una opinión favorable hacia el Estado de Israel.
Una encuesta Pew de 2013 indicó que 76% de los judíos se sentían “al menos algo” vinculados emocionalmente con Israel; más de la mitad opinaron que preocuparse por Israel era parte esencial de ser judío (otra parte opinó que era “importante aunque no esencial”), y una proporción similar había viajado a conocerlo.
Fuente: Gallup.
Nuestros antepasados habrían reconocido el actual estado de cosas: una minoría judía que tiene un rol desproporcionado en un ambiente político crecientemente tóxico; cómo los judíos se han vuelto cada vez más huérfanos políticamente; la forma en que su aislamiento se ve agravado tanto por los poderosos como por los débiles; la invención de nuevas modas de pensamiento y lenguaje que los aísla de los círculos importantes.
Pero también se habrían quedado perplejos. ¿Cómo es que los judíos más afortunados de la historia han hecho tan poco con esa suerte, o han sido tan negligentes para asegurarse de que persista? ¿Cómo es posible que la recuperación de la soberanía después de dos mil años de sueños haya resultado ser una fuente de división y discordia? ¿Por qué implementamos una defensa tan inepta de nuestros derechos y nuestra historia, en lugar de perseguir implacablemente a quienes quisieran eliminarnos?
“¿Hacia dónde estaban ustedes mirando”, preguntarían aquellos que vieron cosas peores de las que nosotros jamás conoceremos, “cuando la joya se les escapó de entre los dedos?”.
La Gran Diáspora Judía de nuestra época ha terminado. Esta no es una catástrofe de la escala de la destrucción de un Templo o de la caída de Masada. La vida judía continuará, y hemos sufrido demasiado como para no decir una pequeña bendición sobre la continuidad. Pero le hemos fallado a nuestros elevados ideales, y tendremos que ejercer el comercio en plata y bronce en lugar de oro. Nuestras acciones serán de retaguardia en lugar de audaces avances.
Las puertas están desvencijadas, y hay bárbaros tanto adentro como afuera. A algunos los dejamos entrar; a otros no los logramos detener. Nuestro pequeño número comenzará a percibirse como una vulnerabilidad en lugar de una virtud. Nuestros artistas y escritores nos han fallado en tal medida que ya no los miramos con alguna esperanza de que nos esclarezcan la situación.
Nuestros líderes son ellos mismos seguidores de una multitud de donantes, cuyo dinero subsidia un accidente de automóvil en cámara lenta, que se está acelerando justo cuando nos aproximamos a una curva peligrosa.
Por supuesto, hay estrategias de emergencia que deben tomarse: hallar aliados, apuntar y rechazar a quienes nos hacen daño, crear grupos de ideas similares que escriban, construyan y creen estrategias. Pero primero hay que romper el vidrio, no de la memoria sino de una advertencia desesperada, y activar la alarma contra incendios. Actuar como si ya estuviera sonando. Porque debería hacerlo.
*Escritor y abogado estadounidense.
Fuente: Forward. Traducción NMI.