Hace unos días, en su discurso ante la 78ª Asamblea General de las Naciones Unidas, el presidente de la Autoridad Palestina, Mahmud Abbas, apuntó a los contactos entre Arabia Saudita e Israel; dijo: “Es delirante para cualquiera que piense que la paz se realizará en el Medio Oriente sin que el pueblo palestino reciba todos sus derechos”.
Abbas aprovechó la oportunidad para criticar al Estado de Israel, reiterando copiosas calumnias forjadas por la propaganda antisemita: “Mi mensaje a los israelíes es que esta espantosa ocupación que se nos ha impuesto no durará”. Prometió seguir persiguiendo a Israel en ámbitos internacionales y aseveró: “continuaremos nuestra resistencia popular pacífica”, un ejercicio de cinismo, pues no menciona la sanguinaria violencia de los grupos terroristas palestinos, entre ellos Hamás, Yijad Islámica, FPLP. Tampoco reconoció la permanente incitación a crímenes contra los judíos, como el pago vitalicio a los militantes que perpetren actos terroristas o a sus familias; los campamentos vacacionales militares para niños, los programas infantiles en la televisión estatal en los que se exacerba el odio, los textos escolares que promueven el martirio, etc.
Abbas reprochó al organismo mundial de asumir un “doble rasero” para favorecer al Estado judío, pese al evidente sesgo antiisraelí de las Naciones Unidas; por ejemplo, la ONG UN Watch ha registrado que desde 2006 hasta 2022, el Consejo de Derechos Humanos de la ONU adoptó 99 resoluciones contra Israel, 41 contra Siria, 13 contra Irán, 4 contra Rusia y 3 contra Venezuela. De modo semejante, la Unesco ha dado rienda suelta a las fantasías palestinas; a manera de ilustración, pocos días antes declaró a la antigua ciudad “palestina” de Jericó como patrimonio de la humanidad; así, la agencia de la ONU sucumbió, una vez más, a la distorsión histórica, pese a que no hay evidencia física ni científica de una presencia milenaria palestina.
La corrupción de Abbas, su familia y el resto de la élite de la Autoridad Palestina es ya legendaria
(Foto: Noticias de Israel)
Abbas señaló que el Muro Occidental, es decir, el lugar más sagrado para el judaísmo, es exclusivamente musulmán: “El gobierno de ocupación también está violando la ciudad de Jerusalén, atacando nuestras santidades islámicas y cristianas, y violando el estado histórico y legal de los lugares sagrados, especialmente la bendita Mezquita al-Aqsa, que la legitimidad internacional ha reconocido como un derecho exclusivo solo para los musulmanes, incluyendo el Muro Buraq (el Kótel)”, pese a que el templo judío fue construido hace unos 3000 años, cuando aún no había surgido el Islam. Recordamos que, desde hace más de 100 años, sectores árabes recriminan a los judíos pretender dañar la mezquita de al-Aqsa, mentira que ha costado cuantiosas vidas judías y destrucción.
Abbas tuvo la procacidad de pedirle al Secretario General de la ONU, Antonio Guterres, que convoque una conferencia de paz internacional como la “última oportunidad” para crear una solución de dos Estados. Sin embargo, omitió mencionar las muchas veces que los árabes rechazaron a Israel, tal como la Resolución 181 que el propio Abbas trajo a colación, la cual decidió la división “en dos Estados, uno árabe y otro judío”; o los tres “No” de Jartum de septiembre de 1967 (“no a la paz con Israel, no al reconocimiento y no a las negociaciones”); o el desdén de Arafat a la oferta de Ehud Barak en el 2000; e igualmente, la negativa del mismo Abbas a la amplia oferta de Ehud Olmert en 2008.
El embajador de Israel ante la ONU, Gilad Erdan, respondió: “Hace apenas unas semanas, Abbas defendió a Hitler y culpó a los judíos por haber sido masacrados durante el Holocausto. Hoy, subió al podio y calificó los crueles ataques terroristas palestinos como ‘resistencia pacífica’. Permítanme ser claro: el terror es el terror. Abbas acaba de demostrar que no es un socio para la paz, está totalmente alejado de la realidad y es irrelevante”.
Resulta evidente que, además de corrupto, Abbas es un dictador: domina los poderes ejecutivo, legislativo y judicial; escribe y aprueba leyes, reprime y controla a la OLP que lo maneja todo
Además, con desparpajo, Abbas acusó a Israel por no haber efectuado elecciones en los territorios controlados por la Autoridad Palestina en 19 años. De hecho, él suspendió las muy anunciadas votaciones de mayo de 2021 cuando estaba claro que su partido, al-Fatah, perdería frente a Hamás.
Resulta evidente que, además de corrupto, Abbas es un dictador: domina los poderes ejecutivo, legislativo y judicial; escribe y aprueba leyes, reprime y controla a la OLP que lo maneja todo.
El temor en la región es que se desate una guerra fratricida por la sucesión cuando Abbas ya no esté. Ni Arafat ni Abbas cumplieron con lo prioritario de su mandato: la democratización de la Autoridad Palestina y lo que ello significa: respeto al estado de derecho, libertad de expresión, libertad de culto, comicios libres y limpios, y el funcionamiento de un Parlamento.