Rabino Samuel Garzón
N uestra sagrada Torá contempla tres tipos de preceptos, que pueden ser desglosados de la siguiente manera:
Estos preceptos o decretos celestiales, explícitos en la Torá, son los mandamientos en los que ponemos en evidencia nuestra íntima seguridad como judíos, aun cuando no seamos capaces de justificarlos ante el mundo, y además revela la voluntad de ubicar a Dios por encima de nuestro intelecto.
Nosotros comprendemos lo que la Torá quiere significar cuando dice (Deuteronomio 4:6): “Cumplan y observen (los mandamientos), que esto representa vuestra sabiduría y entendimiento ante los ojos de las naciones”. Nosotros no cumplimos con los mandamientos porque la lógica lo indica, sino simplemente porque nos fueron entregados por Dios. El fundamento básico es la relación existente entre los mandamientos y su dador. Esto es superior a cualquier sabiduría humana posible.
Esta puede ser una de las razones por la que un converso al Judaísmo debe proceder a su inmersión en la mikve. El primer paso de un converso involucra un ritual cuya explicación no es clara ni obvia. En consecuencia, debe reafirmar su inicial aceptación de la Torá, declarando: “Haré y (luego) escucharé”. Para abandonar su identidad de gentil y asumir la de judío, se le exige participar en un ritual que resulta inexplicable para quien no acepta las bases del Judaísmo. De este modo, demuestra que su condición es la de quien cumple con aquellos mandamientos “que la inclinación hacia el mal y las naciones del mundo intentan rebatir”.
Debemos comprender que la Torá procede de Dios, y que sus mandamientos pueden abarcar muchos factores que están más allá de nuestro alcance mental y nuestra experiencia. Con este entendimiento, podemos comenzar a examinar a fondo el razonamiento que subyace en la mikve.
La historia de la mikve se remonta a la consagración de Aarón y sus hijos como sacerdotes (Cohanim) en el santuario (Mishkán) edificado en el desierto, poco después del éxodo de Egipto. La parte crucial de este servicio, efectuado también en el antiguo templo, era la entrada del sumo sacerdote (Cohen Gadol) al lugar más sagrado: la cámara especial del templo en donde se guardaba el arca que contenía las originales tablas de piedra que había recibido Moisés. Esta era la única oportunidad del año en la que se permitía a algún ser humano entrar al Sancta Sanctorum (Kodesh Hakodashim). El sumo sacerdote debía realizar el ritual en el día más sagrado, Yom Kipur, entrando dos veces al santo lugar. Esto nos demuestra que en Yom Kipur se conjugaban las tres santidades (Kedushot) existentes: la santidad de la persona, la del tiempo y la del lugar. Y para que todo esto ocurriese de manera magistral se requería del sumo sacerdote sumergirse en la mikve cinco veces ese mismo día.
Por otro lado, podríamos suponer que emerger de la mikve es lo más similar a un proceso de renacimiento y renovación, ya que observamos que la mikve se asemeja al seno materno. Cuando un individuo se introduce en ella es como si retornara al líquido amniótico del vientre materno, y cuando emerge es como si volviera a nacer, alcanzando de esta forma una condición completamente nueva.
En algún sentido la mikve representa, por tanto, la placenta de la Creación. Cuando una persona se sumerge en la mikve, se está ubicando en el estado donde el mundo está todavía por nacer, sometiéndose él mismo al poder creativo de Dios.
El Talmud, en el Tratado de Berajot (6B), declara: “Hay cosas que se encuentran en la cumbre del universo, no obstante el ser humano las considera con ligereza”.
Por lo tanto, el uso de la mikve es tan indispensable en el Judaísmo, que distingue tradicionalmente al judío del que no lo es, convirtiéndose en uno de los factores principales de la fe. Hoy en día, entre sus usos, destacan las conversiones al Judaísmo, la inmersión de los utensilios nuevos de metal y vidrio para su uso cotidiano, y también para la mujer judía que culmina su período de nidá (menstruación), cumpliendo así a cabalidad con el precepto esencial de la pureza familiar.
La mikve es de fundamental importancia. Muchos se sorprenderán al enterarse de que la mikve es más importante que la sinagoga; la ley judía sostiene que una congregación que no tiene su propia mikve no posee siquiera su condición de comunidad. Los servicios de la sinagoga se pueden llevar a cabo en un apartamento o en un salón. Sin embargo, la sumersión en la mikve no puede hacerse en un jacuzzi, piscina o bañera, sino en un recinto que posea las condiciones específicas que lo caractericen como tal.
La Torá, en el libro de Levítico (11:36), dice: “Únicamente una fuente y un hoyo con una acumulación de agua será puro”. Esto explica claramente las características de una mikve; sin embargo, es necesario su desglose dado por la Torá Oral: “Únicamente” se refiere solamente a este lugar, no un recipiente móvil. “Una fuente” indica que el agua debe ser natural, o sea, de lluvia o manantial. Y “Un hoyo” apunta a que el receptáculo del agua estará siempre pegado al piso, no trasportable, y podrá ser hecho por el hombre; las dimensiones de este hoyo deberán ser de 40 seah (757 litros). “Una acumulación” significa que el agua debe fluir hasta llegar al receptáculo. “De agua” se refiere a que solo debe contener agua y no otro líquido. “Será puro” nos ordena que el receptáculo, incluyendo todos sus conductos, debe ser puro, imposible de resultar afectado por impureza alguna.
De esta manera, contemplamos claramente cuán importante es la existencia de una mikve para cualquier comunidad judía en el mundo. Sus fundamentos son la esencia del Judaísmo vivo, que nos ayuda a entender que el judío siempre deberá adaptar su circunstancia -vacilante y cambiante- a los valores absolutos de la Torá y de la tradición judía, tal como el agua se adapta al receptáculo que la contiene, dando fe del compromiso hermosamente irracional que Am Israel tiene con el Creador y que, a su vez, afirma la confianza que el Todopoderoso depositó en nosotros al entregarnos su valioso tesoro, la Torá.
Este inesperado y sorprendente descubrimiento de una mikve en la ciudad de Coro, que data del siglo XIX, realmente significa una emoción particular para mí, ya que pone en evidencia el alto nivel del carácter religioso y de identidad que caracterizó a los judíos que vinieron desde Curazao a esta tierra de gracia llamada Venezuela. A su vez, considero que el hecho de que las autoridades gubernamentales hayan declarado la Casa Senior -que contiene la primera sinagoga y mikve de Venezuela- como Patrimonio Cultural de la Nación, es un acto que enorgullece a la comunidad judía mundial, y a su vez demuestra su alto valor y estima hacia la historia del país, que siempre ha crecido con el aporte y la armoniosa convivencia de todos sus habitantes.
Este hallazgo, certificado el 20 de junio de 2016, deja en nosotros y en las futuras generaciones una huella imborrable del gran compromiso celestial que nuestros antepasados adquirieron y llevaron con orgullo, entusiasmo y fe, y que sin importar las circunstancias o dificultades, siempre ejercieron, dejando en evidencia sus ejemplares andanzas al formar una comunidad organizada en pleno siglo XIX en la ciudad de Coro, estado Falcón, con todas las estructuras necesarias para su completo desarrollo, como lo son: una mikve, una sinagoga y un cementerio.