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N os toca hoy recordar a un gran hombre, el señor Hillo Ostfeld (Z’L). Nació en 1926 en una Rumania que fue luego devastada por la Segunda Guerra Mundial, sufrió en carne propia el horror indescriptible de la Shoá, y finalmente llegó a Venezuela en 1953 con las manos vacías, pero el corazón lleno de buena voluntad.
Aquí, gracias al Todopoderoso, prosperó grandemente a base de trabajo tenaz y honesto y, a pesar de una juventud de penurias y de zozobras, que trascurrió en los años más tenebrosos de la historia de Europa, jamás se abandonó a la amargura y al escepticismo. Por el contrario, fue un firme creyente en Dios y un entusiasta convencido en la bondad innata de los seres humanos. La brújula que guió su vida fue el agradecimiento.
Siempre sintió la obligación moral de retribuir el bien recibido. Fue un generoso y activo filántropo, dentro y fuera del ámbito judío. No le bastó con contribuir con cuantiosos y reiterados donativos, sino que su desinteresada vocación de servicio lo llevó a ocupar, con un destacado desempeño, los más importantes cargos comunitarios: presidente de la Unión Israelita de Caracas (UIC) y de la Confederación de Asociaciones Israelitas de Venezuela (CAIV).
Mucho contribuyó su labor a que la comunidad judía de Venezuela, que él entendía como una organización única e indivisible –por igual y a un mismo tiempo askenazí y sefardí–, llegase a ser considerada “la mejor comunidad del mundo”, tal como él solía decir con sano orgullo y entrañable cariño. Para él nadie era pequeño, todos eran importantes y todos estaban llamados a cumplir una valiosa labor tarde o temprano. Era de esa maravillosa clase de personas que no preguntaba “¿Quién eres?” sino “¿En qué puedo ayudarte?”. En el prójimo veía a un hermano, fuese askenazí o sefardí, judío o no judío. Su norma de conducta fue la tolerancia, el entendimiento y la aceptación, jamás el rechazo a nadie.
Fue un hombre de naturaleza auténticamente humilde; en él no había cabida para la pose o el amaneramiento. Quien no es humilde no puede ser un buen líder comunitario. ¿A quién escogió Dios para guiar a Su pueblo? A Moshé Rabéinu, pues como leemos en Séfer Bamidbar (12:3): “Y era Moshé un hombre muy humilde, más que todos los hombres de la tierra”.
Hillo Ostfeld (Z’L) nunca fue un hombre de miras estrechas. Su visión global y universalista del mundo lo llevó a amar profundamente a Venezuela, país en el que de manera definitiva se estableció, pero no por eso dejó de ser un ferviente sionista y defensor incondicional de su también muy amado Medinat Israel.
Pienso que su memoria, como judío y ser humano, queda en justicia asociada a la palabra “optimismo”. Fue un hombre siempre capaz de ver y de hallar en las personas y en las cosas que le rodeaban sus aspectos más favorables. Leemos en Maséjet Makot (24) que cuando unos jajamim (sabios) visitaron las ruinas de Yerushaláim, no pudieron contener el llanto. Sin embargo, Rabí Akivá reía. Le preguntaron “¿Por qué ríes?”. Él respondió “Estaba predicho que Yerushaláim sería destruida (Mijá 3:12), pero también está predicho que después de eso, algún día, volveremos a vivir en ella (Zejariá 8:4)”. El espíritu optimista de Rabí Akivá es el mismo espíritu presente en Hillo Ostfeld y en todos aquellos heroicos pioneros que, gracias al Todopoderoso, fundaron el moderno Medinat Israel, cuya capital eterna e indiscutible es y seguirá siendo la ciudad de Yerushaláim.
Cuando leemos al inicio de Terumá (25:2) “Meét Kol-Ish Asher Yidebénu Libó”, “de todo hombre a quien motiva su corazón”, me resulta imposible no pensar en Hillo Ostfeld. Condujo su vida motivado e impulsado por un corazón noble y generoso. En lo personal, puedo asegurar que siempre encontré en él palabras de aliento y sabios consejos. Estaba de acuerdo conmigo en que debía superarme y seguir estudiando. Gran parte de lo que ahora soy se lo debo a él, a su manera gentil y amable de escuchar y comprender. Creía firmemente en que toda persona debía hacer su mayor esfuerzo para dar lo mejor de sí mismo. Recuerdo que le gustaba citar las palabras del sabio Hillel (Avot 2:5): Al Tifrosh Min Hatzibúr, “no te apartes de la comunidad”.
Me atrevería a decir ahora que es nuestra comunidad la que jamás habrá de apartarse de su benefactora y bendita memoria. Que el Todopoderoso lo tenga en el santo lugar que corresponde a las almas justas y piadosas del pueblo de Israel.
*Rabino principal de la Asociación Israelita de Venezuela
- "Hillo, mi mentor comunitario", por Raúl Cohén
- "Hasta siempre, Hillo", por Paulina Gamus
- "Hillo, un mentsch", por Martín Goldberg
- "Hillo Ostfeld, Z’L", por Rabino Pynchas Brener
- "Un gran hombre", por Rabino Isaac Cohén
- "Tu legado queda entre nosotros", por Thalma Cohén de Gruszka
- "Uno de los patriarcas de la kehilá", por Sami Rozenbaum
- "Carta de Janán Olamy, ex embajador de Israel en Venezuela", por Janán Olamy
- "Sin tregua", por Rebeca Perli
- "Hillo Ostfeld, el diplomático", por Milos Alcalay
- "Las horas postreras", por Trudy Ostfeld de Bendayán
- "Carta de la Cátedra de Estudios sobre el Holocausto Hillo Ostfeld (ULA)"
Nos toca hoy recordar a un gran hombre, el señor Hillo Ostfeld (Z’L). Nació en 1926 en una Rumania que fue luego devastada por la Segunda Guerra Mundial, sufrió en carne propia el horror indescriptible de la Shoá, y finalmente llegó a Venezuela en 1953 con las manos vacías, pero el corazón lleno de buena voluntad.