La guerra de Israel y Gaza, que no tiene fin a la vista, ha estado acompañada desde antes de su inicio por una campaña de Hezbolá desde el Líbano, lanzando cohetes y aparatos voladores no tripulados con cargas explosivas. El resultado de esta ofensiva es evidente: decenas de miles de habitantes del norte de Israel han abandonado sus hogares y son peregrinos en el pequeño Estado. La normalidad de su vida se ha trastocado por casi un año. No hay visos de solución pacífica a esta situación. Si Israel utilizara sus civiles como escudos, si no hubiera habido el éxodo de los residentes del norte, ¿cuántas bajas civiles se contarían? Varios miles.
El mundo entero se ocupa de Gaza y de la ofensiva israelí. Ya estamos acostumbrados al inexcusable e inexplicable reconocimiento de Hamás como interlocutor válido en un proceso de negociaciones que no terminan de darse. Hamás es el gobernante de Gaza por obra y gracia de un golpe de Estado a la Autoridad Nacional Palestina. Es considerado como organización terrorista por muchos países del mundo. Perpetró un sangriento asesinato de civiles el 7 de octubre de 2023, y secuestró a unas doscientas cincuenta personas, de la cuales aún mantiene ciento y pico en condiciones desconocidas, muchas de ellas cadáveres.
Muy pocas veces, por no decir nunca, se oyen llamados a que Hamás sea depuesto como gobernante de Gaza. Muy pocas veces se oyen llamados exigiendo la liberación de los rehenes. Cuando las teóricas negociaciones para liberar rehenes se trancan, cosa que sucede siempre, se culpa con insistencia al gobierno de Israel. Inaudito: el secuestrado es el culpable de la prisión a que ha sido sometido. Se considera el secuestro, la tortura física y emocional de los rehenes y sus familiares como un elemento de genuina negociación. Liberar a cientos de convictos por actos de terrorismo pasa por debajo de la mesa. Mientras, en Doha y otras latitudes los representantes de Hamás en el exterior de Gaza circulan libremente, dan ruedas de prensa e imponen condiciones a placer. No terminan de exasperar a nadie que no sea israelí o judío.
Área boscosa en un campo cercano a Katzrin, Altos del Golán, quemada por cohetes y drones incendiarios lanzados por Hezbolá. Estos incendios han arrasado con buena parte de las reservas naturales de la región, además de que los proyectiles han destruido muchas edificaciones
(Foto: AFP)
Pero el mundo no se ocupa en lo más mínimo de lo que pasa desde Líbano. ¿Qué explicación lógica tienen los constantes ataques de Hezbolá? Una milicia muy bien apertrechada que opera desde suelo libanés, amenazando y disparando sobre Israel sin ningún escrúpulo, estableciendo condiciones y juicios acerca de la actuación de un país soberano con el cual Israel no tiene litigio directo ni indirecto.
Israel, en algún momento, tendrá que actuar contra Hezbolá. Es evidente que ello producirá devastación en un país que alberga a una organización anárquica con mucho poder e influencia en la vida de esa nación, representando intereses foráneos y determinada a enfrentar a Israel. ¿Nadie ve esto con claridad e intención de denunciar?
No vemos llamados a que Hezbolá deje de disparar sobre Israel; mucho menos alguna amenaza de intervención para evitar esta larga, continua e insoportable situación. No se hacen exigencias a Hezbolá, tampoco a sus mentores. Los cohetes caen sobre Israel como si de lluvia se tratara, una especie de fenómeno natural que ha de enfrentarse con algún paraguas y mucha resignación. ¿Por qué esta actitud tan pasiva e irracional? La respuesta la tienen todos, y es muy desagradable decirla una y otra vez.
Francia es un país con intereses en el Líbano; fue la potencia dominante allí al sucumbir el imperio otomano. Francia se ha ofrecido a mediar para lograr un alto al fuego, evitar la reacción israelí y un sangriento enfrentamiento, sin mayores resultados hasta el momento. La verdad es que en aras de conseguir paz y que cesen los disparos, toda ayuda es bienvenida. Queda, por supuesto, el hecho de que negociar con Hezbolá es legitimar el terrorismo, sus acciones, perpetradores y auspiciadores.
No vemos llamados a que Hezbolá deje de disparar sobre Israel; mucho menos alguna amenaza de intervención para evitar esta larga, continua e insoportable situación. No se hacen exigencias a Hezbolá, tampoco a sus mentores. Los cohetes caen sobre Israel como si de lluvia se tratara, una especie de fenómeno natural que ha de enfrentarse con algún paraguas y mucha resignación
Este año, como muchos tantos otros, se celebra cerca de París una feria de defensa y seguridad. El Ministerio de Defensa de Francia emitió un comunicado que dice “las condiciones ya no son las adecuadas para albergar a empresas israelíes en la feria de París, dado que el presidente francés está pidiendo el cese de las operaciones de las Fuerzas de Defensa de Israel en Rafah”. Este comunicado y la decisión tomada no causan ya sorpresa alguna. No se hace nunca mención de los secuestrados que permanecen en Gaza, ni de los eventos del 7 de octubre, ni de los bombardeos desde el Líbano. Pareciera que un buen día, sin ton ni son, Israel decidió incursionar en Gaza para remover a Hamás, y eso debe ser evitado… Entonces el noble presidente francés actúa con apego a la justicia. ¿Puede ser Macron un mediador fiable en una conferencia de paz para evitar que escale el conflicto entre Israel y Hezbolá? Queremos creer que sí, pero eso de impedir a empresas israelíes acudir a una feria en la cual ofrecen su especialidad resulta algo insultante, por demás injusto. Uno se imagina que muy pocos países podrán participar en la feria bajo los criterios de admisión que parecen esbozarse. ¿O se trata del origen y condición de algunas empresas? Todos tenemos la respuesta.
Es un extraño mundo el de nuestros días. Los criminales son tolerados, se negocia con el terror, se culpa y condena a quienes se defienden. Un extraño mundo en el cual las extrañezas se conocen en tiempo real, en redes sociales y videos virales.
Un extraño mundo que, lamentablemente, no resulta extraño para los discriminados de siempre.
Au revoir París. Igual te queremos. También te conocemos.