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Monique Morgenstern de Azoulay
“M i hermana y yo crecimos con la añoranza de una gran familia, cenas y fiestas alrededor de la mesa de los abuelos con toda la familia reunida. Esas historias nos acompañaron siempre.
Este año tuvimos la suerte de que nos invitaran a viajar para conocer a nuestra prima y su maravillosa familia en la República Checa. De mi inmensa y prominente familia materna solo quedaron mi tía, mi madre, un primo que emigró a Israel en 1938, y otro que luchó en el ejército británico, de quien se perdió el rastro al terminar la guerra.
Los hijos de los sobrevivientes crecemos con la historia omnipresente de las grandes familias que fueron y ya no están, de los momentos felices, de las travesuras de los niños, de las esperanzas y planes truncados de los jóvenes, del vacío de lo que fue y ya no es.
No hay palabras para describir el cúmulo de sentimientos que nos embargó al caminar por las calles de Praga donde nació, vivió y creció nuestra madre; ver la casa donde funcionaba el negocio de la familia; cruzar el milenario Puente Carlos, que para ella siempre fue el símbolo de la supervivencia; visitar la sinagoga y el cementerio judío; ver y sentir de cerca la historia. ¡Cómo le habría gustado a mamá llevarnos y enseñarnos todo! En este viaje sentimos su presencia, llevándonos de la mano por todos esos sitios que amó y añoró durante toda su vida.
En Usti, donde vivimos, tuvimos la oportunidad de visitar el Barrio Judío con su sinagoga. Sentimos y palpamos la historia de esa comunidad que contribuyó tanto al engrandecimiento de esa gran república.
Quiero referirme en especial a la sinagoga Pinhas, en una de cuyas paredes están escritos los nombres de los miembros de la comunidad que no tuvieron la suerte de regresar de los campos. ¡Tantos nombres, tantas familias desmembradas! Pero una prueba más de la supervivencia de un pueblo que es, como decía mamá, igual al Puente Carlos, eterno e indestructible.
La cantidad de sentimientos que experimentamos durante este viaje es indescriptible pero, al mismo tiempo, se afianzó aún más en nosotras el amor a nuestras tradiciones, enseñanzas, religión e historia, así como el convencimiento de que a pesar de las vicisitudes nuestro pueblo siempre se ha levantado, aún mas fuerte, sin importar todos los obstáculos que se nos han presentado a lo largo del camino.
Doy gracias a Dios y a mi familia por esta gran oportunidad.