David Harris*
P ras los horrendos acontecimientos de Orlando, al igual que todos los estadounidenses de buena voluntad, reaccionamos con horror y consternación. Fue un momento para expresar nuestra total solidaridad con la comunidad LGBT y la ciudad de Orlando, así como otro motivo para preguntarnos por qué las armas de asalto de estilo militar están tan fácilmente disponibles en nuestro país.
Días después, tres puntos definitorios se han vuelto aún más claros. Primero, hemos sido testigos, una vez más, de un ataque terrorista motivado, en parte o totalmente, por la ideología del Islam radical. El asesino era conocido por el FBI y había expresado con claridad su simpatía por el Estado Islámico. Debemos asumir el hecho esencial de que nuestro enemigo es un sistema de creencias con alcance global que percibe los valores de nuestra civilización como objetivos a atacar, y emplea el terrorismo para lograr sus fines. Así, los gays, cristianos, judíos, yazidíes, bahais, musulmanes, periodistas, caricaturistas, policías, soldados, mujeres y otros símbolos de una sociedad abierta, plural y tolerante están en la mira de los militantes de ese torcido esquema mental.
Debemos nombrar al enemigo por lo que es, y no hacer una danza lingüística alrededor de él. Se trata de ideología islámica radical. No, no consiste solo en “odio” o “extremismo violento”, y sus ataques mortales no pueden ser reducidos —como algunos han tratado de hacer en varias instancias— a nociones tan erróneas como “violencia laboral”, “furia del camino” o “política de agravios”. El Islam radical pertenece a la misma categoría de los otros sistemas supremacistas y totalitarios con visiones globales que le precedieron. Todos desearíamos que ese no fuera el caso, pero de hecho lo es, y la historia debería enseñarnos ampliamente sobre el alto precio de errar en la apreciación del peligro que representa.
Segundo, el terrorismo es terrorismo. Definir como objetivos y asesinar a gente inocente en nombre de un sistema de creencias no puede ser racionalizado o contextualizado, ni puede diferenciarse con ligereza en un caso u otro. El terrorismo que enfrenta Estados Unidos proviene de la misma fuente del Islam radical que ha originado ataques mortales en Francia y Bélgica, India e Indonesia, Nigeria y Kenia, Israel y Dinamarca, Australia y Canadá. Y la lista continúa. Tratar de hacer distinciones en cada uno de estos casos es poco más que un sofisma intelectual, que ignora los denominadores comunes teológico-ideológicos que subyacen en todos esos ataques.
Como consecuencia de ello, todas las sociedades que se encuentran bajo ataque deben unirse en solidaridad, propósitos comunes y una cooperación completa. Esta lucha no terminará pronto, y nuestro poder, resiliencia y voluntad deben superar a los de nuestros adversarios.
Tercero, pretender que no existen vínculos entre estos actos terroristas, incluyendo el horror de Orlando, y algunos seguidores del Islam, es autoengañarse y resulta peligroso. Los perpetradores invocan reiteradamente su fe. ¿Por qué hay algunos que quieren pretender lo contrario?
No; nadie debe tratar, ni por un momento, de acusar o estigmatizar a una fe entera. Eso sería irresponsable, inexacto y en extremo peligroso. Todas las personas e instituciones responsables, incluyendo el AJC, deben dejar claro ese punto una y otra vez. Nuestros valores medulares lo exigen. Pero ello no significa evadir por completo el tema: eso no puede hacerse. Algo va terriblemente mal con un segmento del Islam, y nos amenaza a todos, musulmanes y no musulmanes por igual.
Todos tenemos un rol clave que cumplir, por supuesto, desde los servicios de inteligencia hasta los de la aplicación de la ley, desde la participación hasta la inclusión, y desde los programas de contra-radicalización hasta los de des-radicalización.
Pero la verdadera lucha por el alma del Islam se librará dentro de él. ¿Están preparados los musulmanes moderados para defender sus creencias y enfrentar a los secuestradores de su fe que están en medio de ellos? Muchos han condenado la atrocidad de Orlando, pero se necesita mucho más en esta lucha de largo plazo. En última instancia todo dependerá, según creo, de si una reforma estructural puede imponerse desde adentro y prevalecer.
Aquellos musulmanes que simplemente desestiman a los terroristas que actúan en nombre del Islam como “no musulmanes”, no le prestan buen servicio a nadie. Los terroristas invocan su fe y sus símbolos y enseñanzas más poderosos, por más equivocados que puedan estar. Como judío, cuando Igal Amir asesinó al primer ministro Itzjak Rabin en 1995, no había manera de que yo pudiera declarar que él era un “no judío” por el hecho de que actuó en forma contraria a mis creencias judías. Vergonzosamente, él creía estar reflejando las enseñanzas judías tal como las entendía. Nuestra respuesta fue una profunda introspección y un esfuerzo, que continúa hasta hoy, por rechazar a aquellos que albergan y promueven ese pensamiento diabólico.
El finado Samuel Huntington escribió sobre el famoso “choque de civilizaciones”. En realidad, y de forma más inmediata, lo que existe es un choque dentro de las civilizaciones.
Si hemos de tener alguna oportunidad de reducir el riesgo de futuros Orlandos, además de la aplicación de la ley, las voces resueltas del pluralismo, la modernidad y el respeto mutuo dentro del mundo musulmán deberán finalmente prevalecer.
*Director ejecutivo del American Jewish Committee (Comité Judío Estadounidense).
Fuente: The Times of Israel.
Traducción NMI.