Adolfo P. Salgueiro*
“Soy hijo de una generación que perdió un mundo y se puso a construir otro”
Shimon Peres
Q uienes transitamos por la aún “tierna edad” que nos ubica como septuagenarios, no podemos recordar momento alguno de nuestra vida en que Shimon Peres no haya estado en el centro del escenario de la política mundial, del de su región ni de su país. Naturalmente, quien ha tenido un protagonismo de tal intensidad tuvo que haber sido objeto de polémica. Sin embargo, a nuestro modo de ver, no cabe discusión alguna acerca de la mejor y más patriótica intención que siempre motivó al gran político en todas sus actuaciones. Será por eso que en sus exequias estuvieron presentes no solo quienes fueron sus aliados internacionales y/o internos, sino también sus adversarios en uno y otro plano. Peres transitó por todos los estamentos de la historia política israelí, desde su juvenil militancia en la Haganá hasta la presidencia del Estado, que culminó tan recientemente como en 2014. En medio se ubican la condición de legislador, ministro, primer ministro, Premio Nobel, y pare usted de contar.
Es un hecho que la historia de los judíos en general, más la gestación, fundación y vida de Israel, han sido y siguen siendo punto de tensiones a lo largo de los tiempos, que no es este el momento de analizar. Lo que sí es cierto es que los Estados y las personas que se encuentran en posición central en las grandes disyuntivas de la historia, y que tienen el “guáramo” de tomar decisiones, necesariamente enfrentan el juicio de la opinión pública y también de la historia, que se encarga de tamizar las pasiones del presente. En cuanto a esta última, quien esto escribe no duda que Peres será evaluado con las más altas calificaciones.
Como ya es mucho lo que se ha dicho y más lo que se dirá acerca del ilustre fallecido, este servidor se permite ofrecer testimonio de las tres ocasiones en que tuvimos oportunidad de cruzar algunas palabras.
La primera de ellas fue en 1987, ocasión en que el Partido Laborista israelí, cuyo liderazgo ejercía Peres, tuvo la iniciativa de invitar a algunos militantes de partidos socialdemócratas de América Latina especializados en el área de relaciones internacionales, para una “encerrona” de dos semanas de duración que se llevó a cabo en una instalación del partido llamada Beit Berl y ubicada a prudencial distancia de Tel Aviv, como para que nadie se pudiera escabullir. Este servidor fue escogido por Acción Democrática. Era entonces primer ministro Itzjak Shamir, dentro del pacto de alternancia que para la época estaba en vigencia con el Likud.
En el amplio y totalmente plural programa del evento se incluyó una mesa de trabajo con Peres que, pautada para una hora, terminó durando más del doble, dado el extraordinario interés suscitado por la personalidad del expositor, con quien tuvimos ocasión de conversar en un marco de sencillez tan pronunciado que hasta vergüenza nos daba. La sesión culminó con un almuerzo para poquísimas personas con Itzjak Rabin, en cuya mesa nos tocó sentarnos. Así pues, este “pibe de Buenos Aires”, 50% judío por vía materna, tuvo el privilegio de compartir momentos con dos futuros Premio Nobel. ¡“Naaaguaraaa”, como dirían los larenses!
Poco tiempo después, con ocasión de la inauguración de la Asamblea General de Naciones Unidas en Nueva York en 1988, quien esto escribe participó en alguna de las sesiones como miembro de la delegación venezolana. Por alguna razón, que tenía que ver con los debates, me correspondió acercarme al puesto de la delegación israelí que presidía Peres, ministro de Relaciones Exteriores, quien rápidamente y con sencillez acogió el mensaje venezolano luego de intercambiar unas pocas pero siempre sencillas palabras.
Por último, ya en 1998, cuando nos desempeñábamos como miembro del Consejo Universitario de la Universidad Católica Andrés Bello, el entonces rector Luis Ugalde s.j., luego de consultar con algunos de nosotros y con personalidades fuera del ámbito universitario, trajo la propuesta de conferir un Doctorado Honoris Causa a Shimon Peres, cuya tercera visita a Venezuela estaba por ocurrir. Conste que la UCAB no es nada pródiga en ese asunto de conferir honores; creo que era el cuarto o quinto que se otorgaba en casi cuarenta años. Pues bien, dicho Consejo Universitario, por unanimidad, acordó el Doctorado, y junto con el rector y algún otro colega nos correspondió redactar los fundamentos del decreto, además de que el cuerpo me escogió para dar el discurso de orden en la sesión protocolar el 26 de enero de 1998, a la que asistió todo el espectro de la política, la intelectualidad y la conducción religiosa del país. ¡Qué tiempos aquellos, cuando la democracia y el pluralismo eran la regla y no lo apreciábamos!
Aquella memorable sesión en la UCAB, naturalmente, culminó con las palabras de Peres, expresadas con la proverbial sencillez de quien ha trascendido el marco de lo meramente profano. Al expresar su agradecimiento por la distinción conferida, Peres comenzó diciendo que él se veía a sí mismo como el río Jordan, con larga historia pero poca agua como para ofrecer soluciones en un mundo como el de ese momento. ¡Pensar que ya en 1994 había recibido nada menos que el Premio Nobel de la Paz, junto con Rabin y Arafat!
*Abogado, docente universitario jubilado, articulista. Premio Moisés Sananes de Comunicación Social en el año 2000