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“S i andan en mis estatutos”, dice Dios al inicio de la porción de Bejukotai, “daré vuestras lluvias en su tiempo (apropiado), la tierra dará su producto y el árbol del campo dará su fruto”.
Rashi explica que “andar en los estatutos de Dios” significa trabajar en la Torá. Curiosamente, somos recompensados por trabajar la Torá. De hecho, este es el único caso en el que un trabajo sin lucro es recompensado. En todos los demás casos, el mero trabajo es insuficiente; debe realmente alcanzarse el objetivo para ser recompensado. Pero en lo que se refiere al estudio de la Torá, el trabajo es el objetivo.
Hay dos razones principales para estudiar la Torá. La primera es simplemente conocer la ley y entender sus preceptos. La segunda consiste en ser impregnado con la sabiduría divina. Cuando nuestro objetivo es el primero, debemos estudiar hasta entender. Cuando nuestro objetivo es el último, debemos estudiar hasta dar nuestro máximo esfuerzo.
Antes de que el Talmud fuese compaginado, los estudiantes de la Torá repasaban sus estudios hasta que los memorizaban. La práctica común era revisar cada punto de la ley 100 veces. Sin embargo, los estudiantes diligentes se obligaban a revisarlo una vez más, para un total de 101. Ellos acariciaban esa última repetición aún más de lo que lo hacían las primeras 100.
Cuando se está acostumbrado a un estándar (no importa lo alto que este sea) se convierte en norma. Exceder ese estándar, romper la norma, incluso por un poco, es insoportable. Por ejemplo, si estás acostumbrado a correr 15 kilómetros, correr un kilómetro extra es más difícil que los primeros 15. Pero ese kilómetro empuja los límites y expande la fuerza de voluntad. Para los estudiantes de la Torá, la última repetición constituía trabajo sobre la Torá. Trabajar significa ir más allá de la norma. Si se quiere absorber la sabiduría divina, se requiere trabajar. Se necesita ir más allá de uno mismo y trascender el punto más alto. Solo entonces se estará en posición de alcanzar al Todopoderoso.
Es interesante que el término hebreo para la creación ex nihilo es yesh me-ayin, literalmente “algo de la nada”. El término “de la nada” se refiere a la nada que existía antes de la creación. Pero seamos claros con lo que queremos decir con el término “nada”. Antes de la Creación no es que había nada, había Dios. Sin embargo, lo llamamos nada porque para estar impregnados con la trascendencia de la divinidad, debemos derramar nuestra percepción del yo y llegar a sentir nuestra propio nada.
Para alcanzar este estado mental, necesitamos alcanzar a llegar más allá de nosotros mismos. Debemos reconocer nuestras propias limitaciones y esforzarnos por superarlas. Debemos apartarnos y anhelar la trascendencia. Y aquí viene la visión fabulosa. El valor numérico de la palabra hebrea me-ayin, que significa “de la nada”, es 101, el número de veces que los estudiantes de la Torá revisaban sus estudios para trabajar verdaderamente sobre ella. Al empujar más allá de nuestras normas y superar nuestras limitaciones, encontramos nuestra propia nada y nos impregnamos de la trascendencia de lo divino.
“Si andan en mis estatutos” se refiere al concepto de trabajar sobre la Torá. Pero ¿qué tiene que ver el andar con el estudio de la Torá? El profeta Zacarías declaró que mientras los ángeles solo son capaces de “estar de pie”, las almas son capaces de “caminar”. En otras palabras, los ángeles son incapaces de exceder sus limitaciones. Son criaturas santas con vastas capacidades espirituales, pero no pueden hacer ni menos ni más que la capacidad a ellos dada por Dios.
Las almas son diferentes. Comenzamos a un nivel más bajo que los ángeles, pero si nos estimulamos, podemos trascender más alto que ellos. Podemos seguir transitando más allá de nuestras limitaciones, y superarnos incluso a nosotros mismos. Podemos seguir estudiando la Torá y trabajar en ella hasta llegar a nuestro propio estado de nada. Por lo tanto, somos “caminadores” en comparación con los ángeles, que son seres estacionarios.
Cuando estudiamos de esta manera trascendental, no solo trabajamos sobre la Torá, sino que nos convertimos en la Torá. Despertamos con pensamientos de Torá y vamos a la cama con pensamientos de Torá, y cuando nos quedamos sentados, los pensamientos de Torá elevan nuestra mente. El rey David dijo una vez que no importa dónde vaya por la mañana, pues sus pies lo llevarían a la sala de estudio. Aquellos que trabajan sobre la Torá literalmente “caminan en estatutos divinos”.
La última experiencia de sufusión con lo divino ocurrirá en la era mesiánica. Será ese un tiempo en que todos los velos serán removidos y la gloria de lo divino irradiará al mundo. Esto también se alude en nuestro enigmático versículo: “Si andan en mis estatutos”. El versículo comienza con la palabra hebrea im, que se deletrea con las letras alef y mem. Estas cartas forman el acrónimo de todos los redentores de nuestra historia nacional.
Los redentores de Egipto fueron Aarón y Moshe. Los redentores de Persia fueron Ester y Mordejai. Los redentores de nuestro exilio serán Eliyahu y Mashíaj. El mensaje es que si deseamos la era mesiánica de la revelación e inspiración divina, debemos trabajar en la Torá desde hoy hasta que seamos impregnados de la trascendencia de lo divino. Y entonces Mashíaj vendrá.
Que ese día llegue pronto en nuestros tiempos. Amén.