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“Y crecieron los jóvenes, y fue Ësav un hombre que sabía cazar, un hombre de campo, y Yaäcov era un hombre íntegro, quien residía en las carpas” (25, 27).
A partir de este momento se comienza a definir el carácter de quienes serían los protagonistas de la lucha histórica, entre quienes se adhieren al Todopoderoso y los que pretenden alejar a la humanidad de Él.
La nación hebrea es, por definición, la que tiende siempre a mirar hacia estratos elevados, al ámbito espiritual, a emular al Creador del mundo, dando de sí misma a los demás.
Ësav decide alejarse de la estela celestial marcada por su padre y por su abuelo, y opta por dedicar esfuerzos a todo lo relacionado con el mundo físico, como ya se sabe.
En el famoso episodio del plato de lentejas, donde Yaäcov aprovecha el momento y consigue arrebatarle a su hermano la primogenitura, logramos rescatar el rol de Ësav en el mundo y encausarlo a su objetivo real.
Comenta Rashi: “Ya que el servicio a Dios tiene lugar a través de los primogénitos —dijo Yaäcov—, no es propio que un malvado como este ofrende sacrificios al Todopoderoso”.
Por su parte, Ësav también rechazó el mérito de ser sacerdote, diciendo para sus adentros: “He aquí que voy rumbo a mi muerte. ¿De qué me sirve la primogenitura?”.
Explica Rashí: “Preguntó Ësav: ¿De qué se trata este trabajo? Yaäcov le dio algunas advertencias, castigos y penas capitales ligadas a él. Entonces dijo: Por medio de esta labor me condeno a morir. Si es así, ¿de qué me sirve la primogenitura?”.
Es curioso que hasta ese momento nadie se percató de las cualidades de Ësav, y de que realmente no era apto para dedicarse al servicio del Bet HaMikdash, dado que su tendencia era hacia la vida material, los placeres, el engaño, etc. En realidad, posiblemente todas esas malas cualidades aún podía encausarlas al servicio divino, solamente le hacía falta un guía, y Yaäcov estaba dispuesto a serlo. Pero quería probar si internamente tenía el elemento fundamental para dedicarse a estas labores. Y no fue hasta que Ësav rechazó todo al decir: “No quiero arriesgar mi vida para un servicio espiritual”, cuando Yaäcov decidió despojarlo de este mérito.
¿Por qué? En el Judaísmo no existe la frase: “Ya llegué, ya puedo descansar”. Siempre hay un punto más allá de lo que creemos que son los límites de nuestras fuerzas físicas y espirituales. Abraham lo demostró cuando estuvo dispuesto a sacrificar a su querido hijo Itzjak, al dejarse degollar y no poner resistencia. También Yaäcov, al aceptar sin reclamos trabajar otros siete años por Rajel, a pesar de haber sido engañado. Ellos nos enseñaron que el servicio al Creador del universo exige cierto grado de sacrificio personal, además de riesgo.
El Judaísmo es una constante, cada momento de vida en este mundo es una oportunidad para adquirir vida eterna, no existe “ya estoy satisfecho, no quiero más cercanía con Dios”. El sacrificio es palpar un poco más allá de las fuerzas a las que estamos acostumbrados y dar un paso adelante.
¡Shabat Shalom!
Yair Ben Yehuda