Varias veces se ha comentado lo difícil que es ser primer ministro de Israel. Muchos chistes se han contado al respecto, como aquel de Golda Meir diciéndole a Richard Nixon que es complicado gobernar un país con varios millones de primeros ministros.
En principio, los israelíes han estado y están muy involucrados en la política del país, y expresan opiniones sobre todos los asuntos. Opiniones encontradas, con mucha vehemencia. Basta con ver cualquier programa de opinión, en cuyos paneles se debaten todas las ideas y se critican las acciones del gobierno, no importa lo delicada que sea la situación. Esto ha ocurrido y ocurre con el país en plena guerra, combatiendo en siete frentes simultáneos, con la opinión pública internacional muy en contra y el drama de unos rehenes que parece nunca acabar.
El cargo de primer ministro es de extrema responsabilidad. Acceder al mismo necesita de una gran capacidad de maniobra política y de negociación, con sectores muy difíciles que responden a agendas particulares y por demás complicadas. La ejecución de las tareas de un primer ministro israelí termina en decisiones que resultan muchas veces en asuntos de vida o muerte. La presión que sufre un primer ministro es simplemente extrema.
A ello se le agrega una supervisión inclemente de todos los medios de comunicación, los mismos que sin piedad escudriñan todas las acciones de los gobernantes sin escatimar esfuerzos, e invadiendo a menudo la vida personal de quienes se consideran servidores públicos.
Además de la guerra en siete frentes, Netanyahu enfrenta un juicio por corrupción y críticas constantes de los medios y la ciudadanía
(Foto: DPA)
Ser primer ministro de un país como Israel es un mérito en sí mismo. Significa el acceso a las más altas esferas de toma de decisiones en el mundo, codearse con los protagonistas de la historia de nuestros días y ser un protagonista de esta.
Por más apetecido y honorable que sea el cargo, por más meritorio que sea el camino para llegar al mismo, no se puede decir que los primeros ministros de Israel la hayan pasado muy bien ejerciendo sus funciones o al pasar al obligado retiro. David Ben Gurión terminó solitario en su kibutz del Néguev. Golda Meir pagó el precio de la debacle de la Guerra de Yom Kipur. Menajem Beguin se retiró sumido en el ostracismo y la depresión. Ehud Barak tuvo un breve mandato que borró su imagen de persona excepcionalmente brillante. Sharón acabó sus días en una cama de hospital, por varios años en estado inconsciente, justo cuando se iniciaba un proceso judicial contra él. Ehud Olmert renunció por cargos de corrupción y estuvo preso un tiempo. Naftali Bennett fue capaz de armar la coalición más variopinta de la historia de Israel, para irse a un retiro forzado del cual ha de volver quizá con otra imagen.
Benjamín Netanyahu no es la excepción. Ha sido y es atacado en forma continua. Y en medio de su mandato, en plena guerra, es convocado al juicio que se le sigue por varios cargos. Cuando en las últimas semanas la defensa de Netanyahu solicitó postergar las audiencias o cambiar la frecuencia de estas, la petición fue negada argumentando que la justicia ha de ser igual para todos los ciudadanos. Durante las ocasiones en que ha prestado testimonio, ha sido requerido para asuntos de emergencia que se viven en el momento. El tema de la igualdad frente a la ley pasa de lo sublime a lo ridículo en cuestión de segundos. Se mezclan sentimientos encontrados cuando uno ve el espectáculo del primer ministro en funciones, acusado y defendiéndose, y también manejando un país en guerra y con varias crisis en pleno desarrollo.
Cuando el primer ministro en funciones es tratado como cualquier otro ciudadano, sin atenuantes ni consideraciones dadas ciertas circunstancias, pues la verdad es que sí: todos en Israel son primer ministro
La circunstancia de un primer ministro acusado es ya algo muy lamentable. Independientemente del resultado del juicio, deja un sabor amargo, atenta contra la majestad del cargo y decepciona a unos y otros. Se ventilan en el juicio y sus comentarios, asuntos y rivalidades que no generan ningún beneficio a nadie, menos en las circunstancias bélicas que vive el país. Por más que se halle consuelo en aquello de que nadie está por encima de la ley, en la reivindicación de la igualdad de todos los ciudadanos ante la justicia, que no da ventajas a nadie… todo esto es bastante lamentable. Como se dice popularmente, ya los rumores son suficientemente graves como para que además sean verdad.
Cuando se decía que Israel es un país donde todos se consideran primer ministro, se asociaba la comparación a la capacidad de cada ciudadano de opinar sin restricciones y con propiedad, como una crítica satírica a la condición de los israelíes y una oda a su capacidad de análisis. Cuando el primer ministro en funciones es tratado como cualquier otro ciudadano, sin atenuantes ni consideraciones dadas ciertas circunstancias, pues la verdad es que sí: todos en Israel son primer ministro.
Y un país de tantos primeros ministros es muy complicado.