“Si del cielo nos lanzan limones, hagamos limonada”. Esta aparente sentencia trivial y jocosa es el punto de partida para esta nueva reflexión que quiero compartir con ustedes.
Al no poder seguir tapando el sol con un dedo, quiero registrar en estas páginas para las próximas generaciones, lo que sin duda representa uno de los capítulos más difíciles y tristes de nuestra historia comunitaria, inimaginable años atrás incluso para el más acertado analista político y económico.
Vivimos la debacle de un país con un potencial humano tan grande, rico en recursos naturales y minerales, bañado por ríos y mares, paisajes geográficos únicos en el mundo y definitivamente bendecido por Dios; se nos escapa lentamente de las manos ante nuestros perplejos ojos, que no le dan crédito al deterioro al que está sometida nuestra amada Venezuela, a manos de quienes no supieron aprovechar de manera constructiva la berajá (bendición) que recibieron, que emanaba de una rica tierra, malversando sus riquezas, y convirtiendo a nuestro querido país en un terreno azotado por excesiva avaricia y enfermiza ambición.
Pero este no es el asunto que me atañe en estos instantes. Es solo el punto de partida para expresar el dolor que siento ante tan crítica y dolorosa situación, que nos envuelve de desesperanza a todos los que amamos profundamente a Venezuela y quisiéramos verla reconstruida sobre las bases del trabajo, el desarrollo, paz y libertad, que de cuajo nos arrancaron… Es tiempo de dejar los lamentos y comenzar a actuar en forma proactiva, con fuerza y ánimos venidos de una caída de la que nos vamos a recuperar.
Ante esta nueva realidad, que nos afecta a todos por igual, debemos crecernos y reinventarnos, cada uno a su manera y estilo personal, aportando de forma positiva lo que esté a nuestro alcance, y velar por las necesidades de nuestro prójimo.
En mi humilde opinión, Dios nos está enviando mensajes en forma de “limones”, que al principio al caer duelen, para que cada quien prepare su “jarra individual de limonada” cargada de mitzvot y de jésed con el compañero, dejando de ser egoístas para ocupar nuestro tiempo en dar sin medida, para que así Hashem nos vuelva a llenar de berajot con salud y alegrías.
La escasez por la que atravesamos también ha tocado las puertas de nuestra querida kehilá. Nuestras instituciones de ayuda social, como Bikur Jolim, Keren Ezra, Tzedaká Baseter, Beit Avot Comunitario, etc., se encuentran colapsadas. En principio, por la dificultad cada vez mayor de poder conseguir medicinas, alimentos y donativos para suplir las necesidades en aumento de nuestros hermanos beneficiados por estos programas de asistencia. La titánica labor de Bikur Jolim, al facilitar tratamientos médicos a tiempo para nuestros correligionarios que así lo necesiten, así como poder completar la lista de productos de la cesta básica que se entregan mensualmente a muchas familias necesitadas de nuestra kehilá, llevada a cabo por el Keren Ezra, requieren de una mayor presencia de voluntarios, amén de un urgente reclutamiento para un sinfín de otras actividades ligadas a la asistencia social, que ahora demandan mayor presencia y compromiso de parte de nuestros correligionarios.
Sugiero, a través de estas breves líneas, que abandonemos por una cuota mayor de tiempo nuestras zonas de confort, abocándonos a atender las diferentes áreas de asistencia social de nuestra ejemplar comunidad, para seguir siendo merecedores del título que nos señala como una de las mejores y más organizadas kehilot del mundo entero.
No hay mayor satisfacción que dar sin pedir nada a cambio. Todos los que hemos estado en esta actividad durante tantos años, podemos afirmar que la fuerza que emana del cumplimiento de una mitzvá ayuda a superar con mayor facilidad cualquier prueba a la que tengamos que someternos. Esto, agregado a la emuná que debemos trabajar constantemente, representa el motor vital y lo que da sentido a nuestras vidas. Una mente ocupada en hacer el bien y en solucionar los problemas de los demás en su justa medida, sabe y tiene las herramientas para afrontar los suyos propios.
La coyuntura actual es, sin duda alguna, una lección de vida que todos aprenderemos y aprobaremos con el favor de Dios, pues estoy convencida de que cuando más oscura está la noche es porque más pronto va a amanecer. Dios nos está instando a solidarizarnos más con nuestro prójimo. Atender sus necesidades, no solo económicas sino afectivas.
En la medida en que nos organicemos en una gran cadena humana de jésed y maasim tovim (buenas obras), y nuestra jarra de limonada este full de mitzvot, saldremos airosos y fortalecidos de esta dura prueba, que relataremos a nuestros nietos como una batalla ganada gracias a la conciencia que como pueblo elegido por Dios debemos trasmitir a todos los que nos rodean.
Y para concluir, aferrémonos a la cadena de la emuná con más fuerza y ahínco que nunca. No pensemos que la solución vendrá únicamente del hombre, pues Dios es el único capaz de trasformar las horas difíciles en momentos de paz y bienestar, como lo anhelan nuestros corazones.
Shir lamaalot: esa enay el heharim. ¿Meáyin yaavó ezrí? Ezrí meim Hashem, osé shamáim baaretz (“Cántico de las ascensiones: alzaré mis ojos a los montes. ¿De donde vendrá mi ayuda? De estar con Dios, hacedor del cielo y la tierra”, Tehilim, Salmo 121).
Como dijo el sabio rey Salomón en Cohelet 3:1: “Hay un tiempo para cada cosa en la vida”; este es el nuestro para actuar, para realizar la mayor cantidad de jésed posible para nuestro prójimo; así nada, nada, nos faltará, y Dios responderá nuestras tefilot.