D entro de los elementos que debían figurar en el Mishkán (Santuario de Dios) estaba la famosa mesa de “los panes”, que se encontraba dentro del ohel moëd (tienda de reunión), justo antes de la parojet (cortina) que dividía el kodesh (santuario) del kodesh haKodashim, frente a la menorá. La mesa se ubicaba en el lado norte del kodesh, y la menorá en la parte sur.
La labor que se hacía en ella era la de colocar cada shabat doce panes ordenados en repisas o bandejas que permanecían durante una semana entera, hasta el cambio de guardia de los cohaním. Los que salían se llevaban los panes que colocaron una semana atrás, y el grupo entrante colocaba unos nuevos. Esta mesa, aparentemente sin mucho movimiento durante la semana, representaba el sustento del pueblo judío, y, finalmente, del mundo entero también.
¿Por qué? ¿Acaso los demás sacrificios no eran suficientes para atraer bendición? Explica el Rambán, Najmánides, ZT”L: “Desde que el mundo fue creado, a partir de la no existencia a la existencia (yesh meain), es imposible que una bendición recaiga sobre algo que no existe físicamente. Por ende, es obligatorio que permanezca algo material, para que la berajá del Eterno repose en ello, y de ahí se disemine para el resto del mundo. La mesa fue hecha con el objetivo de que, por su intermedio, la bendición del sustento sea volcada hacia los hijos de Israel. Por este motivo debía haber siempre pan sobre ella, para que siempre hubiese algo donde la berajá pudiera reposar”.
Es interesante que justamente se hacía esta labor en shabat, pues, aparentemente, si la idea era que debía permanecer una semana entera para que la bendición de Dios recayera sobre algo todos los días del año, ¿para qué hacerla justamente en shabat, y “trasgredirlo” por medio de trabajos prohibidos, como cernir la harina, amasarla y hornearla?
Es preciso saber que el concepto de atracción de la berajá a este mundo no depende solamente de la existencia de un medio físico, sino de una estrecha relación entre él y las acciones espirituales, como sucede en shabat.
De hecho, shabat es la representación por excelencia de que la bendición por el sustento no depende de elementos físicos, ni de los esfuerzos que cada uno invierta por obtener el pan de cada día.
Durante los cuarenta años de estadía en el desierto, Am Israel fue alimentado por el mán, pan celestial. Cada día debían tener la plena seguridad de que les llegaría el sustento necesario. Era una prueba diaria de confianza en Dios, y exigía esfuerzos para no caer en la desconfianza o en el miedo de que tal vez mañana no apareciera. Pero en shabat no tenían que pasar por esa prueba, pues el alimento de ese día llegaba el viernes. Podían respirar tranquilos y disfrutar de sus alimentos sin siquiera tener que salir de sus hogares. Esa es la gran bendición que atrae el concepto llamado shabat, pues con comida y bebida, paz y tranquilidad, dentro del marco de la prohibición de hacer labores creativas, Dios nos asegura el sustento para toda la semana. Como decimos todas la vísperas de shabat en el bet hakneset: “Al encuentro de shabat vayamos, pues es fuente de bendición. Desde el principio (antaño) fue coronada. Al final, los hechos, la idea y el pensamiento son primeros” (Kabalat Shabat de rabí Shelomó Alkabetz, ZT”L).
Esta frase encierra la esencia de lo que es shabat para nosotros, y qué actitud debemos tener al encontrarnos con él. Primero es necesario salir al encuentro de shabat, lo que significa que debemos estar activos para cumplir cabalmente con este día y no solamente evitar realizar labores prohibidas.
Y todo eso ¿por qué? Porque la intención espiritual del universo, la búsqueda de sentido y el encuentro con Dios, representados por el día de shabat, precedieron al hecho físico de la creación de los cielos y la tierra. Esta es la fórmula para atraer la bendición a nuestros ámbitos.
¡Shabat Shalom!
Yair Ben Yehuda