“Y habló Dios a Moshé, diciendo: Dile a los hijos de Israel, y tomarán para mí una dádiva de todo hombre cuyo corazón sea altruista; tomarán mi dádiva”.
Dios solicita donativos para la construcción de su “recinto”, el famoso tabernáculo del desierto. Israel deberá actuar de forma caritativa y altruista hasta reunir todos los elementos para el proyecto.
Cabe preguntar: ¿Acaso Dios necesita una residencia en el mundo? Si la necesita, ¿él requiere de nosotros para construirla? Si todo depende de nuestra participación, ¿por qué no estableció una cuota fija y obligatoria, como en lo referente al medio shekel? Si este aporte debe hacerse de forma altruista, ¿por qué lo llama el pasuk “mi dádiva”, diciendo que, aun antes de ser entregada, se considera de Dios?
Después de estas interrogantes, es obligatorio revisar el tema financiero desde su base. Sobre el episodio de Yaacov Abinu, quien, después de hacer pasar a toda su familia a la otra orilla de un río, regresó por unas pequeñas vasijas, nuestros sabios explican que lo hizo porque, para los justos, los objetos materiales son muy valiosos. ¿Por qué?
Dice rabí Eliyahu Dessler, ZT”L, en su libro Mijtav MiEliyahu: “Una de las razones por las que las posesiones materiales son tan importantes para ellos, es porque por medio de ellas pueden demostrar su honestidad, los ganaron de manera justa. Además, los utilizan como medios o extensiones para el servicio a Dios, acciones que no podrían realizar sin ellos.
En resumen, son los elementos físicos los que permiten a la persona alcanzar nuevos estratos en su cercanía a Dios, y por medio de ellos, utilizándolos de manera correcta, se justifica su posesión, pues si no los comparte con el que menos tiene, o no los ‘gasta’ en empresas espirituales, sería parecido a robar a los otros, ya que solamente para esos objetivos se los ha entregado el Todopoderoso”.
Ahora es posible responder las preguntas formuladas. En realidad Dios no necesita un hogar en el mundo físico, sino solamente residir dentro de nosotros —como lo indica la parashá más adelante— a través de nuestra actitud altruista, de dar lo que él mismo nos ha dado para empresas netamente espirituales. Por ese motivo Dios mismo no “puede” construir su propia casa, pues todo depende de nuestras intenciones y del sentido que le demos a nuestros recursos monetarios.
Asimismo queda claro por qué no podía establecerse en forma de cuota fija, ya que no se pondría de manifiesto el sentido dadivoso de Israel.
Finalmente también se entiende por qué Dios lo llama “mi dádiva”, ya que si partimos de la premisa de que todo lo que Dios nos ha dado no son sino objetos en garantía que continúan perteneciendo al dueño y señor del universo, ciertamente será mucho más fácil abrir las billeteras y darle a Dios y a quienes lo necesitan lo que les pertenece.
Este es el sentido del Mishkán, pues a pesar de no tenerlo físicamente, de cualquier forma constantemente nos indica de qué manera atraer la Presencia Divina a nuestros ámbitos: cuando accedemos a desprendernos de nuestros recursos materiales para empresas espirituales, velar por la manutención de nuestros hermanos y promover la Torá en nuestra comunidad. Así tendremos a Dios como “socio” en todo lo que hagamos.
¡Shabat Shalom!
Yair Ben Yehuda