Es bastante peculiar cómo se aplica el Derecho Internacional de acuerdo a las controversias que se puedan presentar entre los países, principalmente en los temas relacionados con los conflictos territoriales, bien sea por límites fronterizos, guerras, laudos arbitrales o inclusive por territorios lejanos que eran parte de un imperio colonial devenido a menos en la actualidad.
Cuando se habla de territorios ocupados, de inmediato toda la doctrina, información, las noticias e inclusive los buscadores de internet, te remiten a las ubicadas en Judea y Samaria (Cisjordania); Jerusalén Oriental; los Altos del Golán y Gaza.
Me imagino que después de la guerra de independencia, cuando al día siguiente de proclamarse Israel como Estado soberano e independiente, naciones árabes lo atacaron al unísono, no para apoderarse de parte de su territorio, no para derrocar a un gobierno, pues la agresión tenía como fin la destrucción total del Estado judío y el aniquilamiento de su población (esto parece como un déjà vu de la historia judía), y que a pesar de la derrota aplastante de los países árabes involucrados, Egipto se apoderó de Gaza y Jordania de Jerusalén Oriental, la Ciudad Vieja así como de Judea y Samaria, y no recuerdo que a esos territorios tomados por la fuerza por Egipto y Jordania los hayan llamado “territorios ocupados”, y quizás por una sola razón: ¿A quién “desocuparon”? ¿Qué país, Estado o pueblo estaba ahí antes?
Ahora bien, Israel ha devuelto inmensas extensiones territoriales ganadas en guerras defensivas, siempre en búsqueda de la paz, como por ejemplo el Sinaí a Egipto, un territorio inmenso y rico en recursos naturales; a los Jordanos les entregó el importante enclave de Bakura; a la Autoridad Palestina devolvió en 2005 íntegramente la Franja de Gaza, y en los Acuerdos de Oslo I y II, a mediados de los años 90, se lograron establecer competencias en lo administrativo, policial y militar sobre Judea y Samaria, dividiéndola en tres áreas claramente identificadas, para cada una de las partes.
Estos Acuerdos fueron firmados por el líder supremo palestino Yasser Arafat, por lo que no se pueden tildar de entreguismo o renuncia de áreas, ciudades o pueblos, ya que para esa época los palestinos accedieron a la soberanía de importantes ciudades como Nablus, Yenín, Tulkarem, Ramala (que es su centro político más importante), Belén (donde nació Jesús y que era parte de Judea, provincia judía del Imperio Romano), Hebrón (donde están enterrados los Patriarcas y Matriarcas del pueblo judío), entre otras importantes ciudades en la historia bíblica de Israel.
En tal sentido, si bien es una lástima no haber avanzado en una paz definitiva y la conformación del Estado palestino después de los acuerdos I y II de Oslo, por la negativa del liderazgo palestino a todas las propuestas que se le han ofrecido a lo largo de estas décadas, podemos decir que no existe territorio ocupado alguno por Israel; si acaso “territorios en disputa”, por lo que es una falacia la afirmación de la ocupación, repetida un millón de veces inclusive por la ONU.
Veamos los siguientes ejemplos que han pasado en nuestra región, y no veo que en alguno de estos caos se hable de territorios ocupados:
Ahora bien, ante tantos casos en nuestra región de pérdida de territorios, no he oído, leído o visto que se llame a alguno de esos millones y millones de kilómetros cuadrados “territorios ocupados”, en el caso más problemático se les llama “Zona en Reclamación”.
No recuerdo que a esos territorios tomados por la fuerza por Egipto y Jordania los hayan llamado “territorios ocupados”, y quizás por una sola razón: ¿A quién “desocuparon”? ¿Qué país, Estado o pueblo estaba ahí antes?
En el caso de Israel, un minúsculo país de apenas 22.145 km2, parece que todo lo que haga, inclusive en su defensa in extremis para no ser borrado del mapa, se le critica. En territorios donde ejerce soberanía, aun cuando no le pertenecían a otra nación y que previamente fueron poseídos por otros países por la fuerza de las armas, los llaman “territorios ocupados”, a pesar de que sobre los mismos existen acuerdos firmados por las partes en disputa.
Esta es una demostración tangible, palpable, visible del doble estándar con que se mide a Israel en el ámbito internacional, donde la mitad de las resoluciones de la ONU son casualmente para condenar a la única nación democrática de toda una región dominada por el fundamentalismo religioso, monarquías, teocracias y dictaduras.