Egon Friedler*
En el mundo hay muchísimos territorios ocupados que nunca se mencionan en ninguna parte, lo que se explica porque realmente están muy ocupados y nadie quiere molestarlos… O más bien nadie quiere molestarse en molestar a quienes lo ocupan.
En general estos territorios han cambiado de dueño a pesar de sus dueños anteriores, mediante el muy tradicional argumento de la fuerza, un argumento en general muy respetado a pesar que socialmente tiene muy poco prestigio. Algunos ejemplos explican cuál es la situación; por ejemplo, Crimea, en Ucrania, es un territorio muy ocupado por rusos que dicen no ser rusos. Pero con Rusia nadie se mete, y por supuesto nadie va a ir a molestar al reino del Sr. Putin con quejas a las Naciones Unidas. Del mismo modo, el mundo ha sabido olvidar con ejemplar discreción que el Tibet, hoy territorio chino, fue alguna vez territorio independiente.
Por lo general, todos los territorios muy ocupados suelen haber pertenecido a otros países en el pasado, pero por razones de prudencia suelen perdonarse los viejos métodos más bien violentos de ocupar territorios y cambiarlos definitivamente de nombre.
El Tibet, un territorio ocupado por China desde 1959, es tan grande como Argentina, lo que lo convierte en el más grande de los territorios “muy ocupados” del mundo
(Mapa: elmostrador.cl)
Los musulmanes, a lo largo de la historia, se especializaron en ese deporte que siempre practicaron con mucho entusiasmo. En dos ocasiones, en el año 732 y en el 1683, estuvieron a punto de apoderarse de toda Europa, pero fueron rechazados de manera poco amable pero decididamente efectiva. Desde entonces han progresado bastante. Aún no ocupan toda Europa, pero están avanzando muy rápidamente en su imparable marcha hasta esta meta. Y lo lograron sin ejércitos, sin guerras oficiales, tan solo con una colonización masiva que es llamada inmigración. El avance hacia los tiempos de la gloriosa ignorancia perdida, y la valiente operación de arrojar al tacho de los desperdicios los ideales de la Revolución Francesa y la modernidad, felizmente avanza a un ritmo vertiginoso.
Por su parte, los nostálgicos de Hitler y el Tercer Reich en Alemania y en otros muchos lugares de Europa (incluso en lugares en los cuales el nazismo nunca estuvo de moda) están de parabienes. El antisemitismo en muchos lugares es tan virulento como lo fue en Alemania en la década del treinta del siglo pasado. Pero claro, los tiempos cambian y los nombres también. El antisemitismo es llamado doctoralmente judeofobia, y en su versión más periodística y de uso revolucionario y de izquierda es “antisionismo”. ¿Por qué? Muy sencillo : porque todos los grandes ismos del siglo pasado, que parecieron tan poderosos y triunfales, explotaron graciosamente después de lograr llevar consigo a un lugar tranquilo debajo de la tierra a muchos millones de seres humanos, además de otros muchos millones de seres de dudosa humanidad a pesar de su apariencia. Y justo el sionismo, modesto, pequeño, insignificante, que no quería convertir ni matar a nadie, pese a que sus enemigos con gran generosidad insistían precisamente con esta vieja obsesión, tuvo éxito y sobrevivió a todas las guerras que amablemente le impusieron.
El gran dilema es qué hacer con este país expansionista que ocupa el ceromil cerocientos millones de casi centímetros de territorios, y sin los cuales los 1800 millones de partidarios del Dios de Allá no pueden vivir, precisamente porque creen que su Dios insiste en venir aquí. Pero hay un pequeño problema, o para ser más precisos, una especie de malentendido. En realidad, el Dios de Allá no tiene ningún deseo de meterse en los extraños líos del decadente planeta Tierra. Está demasiado ocupado estudiando a tiempo completo la nada absoluta, algo que sus partidarios no saben ni tienen interés en saber. Los autoproclamados servidores del Dios de Allá creen, por el contrario, que lo urgente es ocupar territorios. ¿Por qué? Para alojar en ellos cómodamente a los numerosos cadáveres inmolados en honor al Dios de Allá que obviamente no se enteró de este más bien siniestro homenaje. Parece mentira que por pequeños malentendidos como este los territorios en este planeta estén tan mal ocupados.
*Periodista y escritor
Fuente: porisrael.org