P ara los israelíes está claro que en gran medida los palestinos destruyeron el proceso de paz, o mejor dicho, lo hizo la ola islamista que está barriendo la región. En 2005, el entonces primer ministro, Ariel Sharón, dividió al partido gobernante, el Likud, y junto con el laborista Shimon Peres, que era el jefe de la oposición, dieron vuelta al tablero político para crear Kadima, un partido de centro diseñado pura y exclusivamente para sacar a los israelíes del estancamiento en el proceso con los palestinos.
Con el apoyo de esa plataforma política, Sharón sacó a los israelíes de la Franja de Gaza y de cuatro asentamientos de Samaria. La idea era continuar con otra retirada unilateral en Cisjordania (Judea y Samaria), con vistas a trazar de hecho las fronteras. Sin embargo, al año siguiente el movimiento islamista Hamás, en Gaza, aplastó a las fuerzas de la Autoridad Palestina, que rápidamente colapsaron y huyeron a Ramala. Desde ese entonces, Gaza se ha vuelto una base para el lanzamiento de ataques contra Israel, y Kadima se evaporó sin pena ni gloria.
Desde aquel momento, la izquierda no ha vuelto al poder. La mayoría silenciosa favorece un compromiso territorial con los palestinos, pero desconfía y teme que casi con certeza un Estado palestino en Cisjordania será rápidamente subyugado por los islamistas. Desde entonces, la derecha gobierna de la mano de Benjamín Netanyahu, no por consenso sino por defecto.
Ante la imposibilidad de alcanzar el gobierno, las ideas impulsadas aparentemente por el ex director general del Ministerio de Exteriores, Alon Liel, y de ONG de izquierda, de promover una presión desde el exterior para “salvar a los israelíes de sí mismos”, es tan antidemocrática como inmoral. Como también es ingenuo esperar que los palestinos de Cisjordania vayan a aceptar un acomodamiento dentro del Estado de Israel.
Mientras tanto, el levantamiento de las sanciones nucleares a Irán denota en los hechos la derrota total de la política exterior de Netanyahu. En retrospectiva, uno puede preguntarse qué ganó Israel con el controversial discurso de su primer ministro en el Congreso norteamericano, en 2015. ¿No hubiera sido mejor si se hubiese quedado en su casa? Mientras, los europeos corren en fila india a Teherán para descargar sus inversiones; discuten cómo profundizar sus acciones contra los asentamientos. Cada nueva reunión de los ministros europeos en Bruselas es otro dolor de cabeza para el gobierno de Jerusalén.
Pablo Sklarevich