E n nuestra parashá aparece el famoso caso del metzorä, quien era atacado por una enfermedad “espiritual” cutánea, por el simple hecho de hablar mal de su prójimo y provocar odio dentro del pueblo de Israel.
Si analizamos con detalle el texto de la Torá, veríamos que dicha situación era muy difícil de sobrellevar, pues al aparecerle la primera llaga debía cuidarse de no tocarla, por mucha comezón que tuviera, ya que no se puede retirar o dañar la herida; esperar a que el cohén viniera a verla, y decidiera si realmente provenía de la enfermedad antes mencionada. Si no estaba seguro, le decía que debía esperar en aislamiento una semana para que la llaga evolucionara para bien o para mal. Si al cabo de la semana no hubo cambios, debía esperar una semana más. Mientras tanto el sufrimiento de esa persona era indescriptible. Debía permanecer en cuarentena, sin ver a sus familiares y cercanos, con picazón en todo el cuerpo y sin poder rascarse. Sumado a ello, sin la certeza de que en verdad tenía dicha enfermedad y comenzara el proceso de cura y purificación.
Cuando por fin se declaraba que tenía tzaraät, se le volvía a aislar, sacándolo totalmente del campamento (o ciudad) y debía pregonar “¡Soy impuro, soy impuro!”, para que nadie se contaminara por su contacto.
Ahí esperaba hasta que sus llagas se tornaran del tono puro, luego entonces comenzaba el proceso de purificación.
Explica el Kelí Yakar, ZT”L: “En nuestra parashá se manejan dos términos: negä, es decir golpe o padecimiento, y tzaraät, la enfermedad misma. El primero alude a la raíz de dicha enfermedad —el pecado que la generó—, ya que esa persona daña el honor del Creador al hablar mal de los demás, y el honor del público, al generar peleas entre sus congéneres. Por esta razón está dicho aquí que el tzaruä (este enfermo) se contagió de dicho padecimiento porque habló mal de otros y trató de dañarles. Y nuestros sabios declararon que todo el que critica y resalta los defectos de los demás, en realidad es porque él mismo se encuentra afectado por ellos.
Por este motivo está escrito en la Torá: “A quien tenga ese padecimiento”, porque en ese sujeto se encuentran el defecto y la vergüenza que quería achacar a su compañero. De esta manera su cabeza permanecerá descubierta, no podrá ponerse ni siquiera una pequeña kipá para expiar la mala cualidad de la soberbia, pues quiso ser cabeza de la sociedad a costa de los demás. Sus ropas estarán rasgadas y rotas, para expiar su “mal ojo”, o tacañería, pues todo tacaño no saca dinero ni para su propio arreglo personal. Y debía cubrirse la boca hasta por debajo de la nariz para reparar el pecado de la maledicencia, pues utilizó su boca y labios para hablar de los defectos de los demás. Además deberá pregonar:“¡Soy impuro!”, ya que quien tenga el defecto de hablar de la “impureza de los otros”, la manera correcta de rectificarlo es declarándose impuro a sí mismo. Quien habla de los defectos de los demás, en realidad sobre sus propios defectos habla. Todo el tiempo que este padecimiento esté con él, es decir, el pecado, impurificará a los demás, ya que él mismo es impuro por sus malas acciones.
Actualmente no existe la enfermedad mencionada. No obstante, nuestra parashá nos dice que cualquier acción y actitud que tomemos a lo largo de nuestra vida, siempre nos beneficiará de la misma manera y con igual intensidad. La ley de la “acción y reacción” espiritual.
Como dice el profeta Yirmiyahu en Ejá: “De la ‘boca’ de Dios no surgirá ni la maldad ni la bondad”. Nosotros somos los diseñadores y los constructores de nuestra realidad y de nuestro futuro. Lo que agreguemos a ellos se revelará tarde o temprano. Disfrutaremos de sus réditos o, por el contrario, pagaremos por sus adeudos. Nosotros decidimos. Esta regla sin duda nos ayudará a observar nuestras acciones a partir de un nuevo enfoque.
¡Shabat Shalom! Yair Ben Yehuda